Andaba paseándose por reforma diciéndose que el frío era un buen amante y que jamás volvería a cogerse a nadie. El sexo pastoso del que era dueño era un castigo siempre, no podía evitar colgarse cada una que se pegaba en él entendiendo que deseaba su compañía o peor... su inexistente amor/conciencia/elegancia. El negro despertar de una maraña de sueños sin recuerdos. El sabor de sus cuerpos fermentándose en una página abierta de el Diccionario de Soluciones.
[astillas en la garganta]
Y seriamente trastornado. El recuerdo era veneno en las venas. Eso de coger y tirar lo dejaba solo, porque en los abismos de el sexo femenino, húmedo y firme, era estar en el hogar, en esa oscuridad pantanosa del orgasmo brutal perdía pedazos de su alma, era buen material para ser un gilipollas que se quejaba y lo hacía, tenía su fan club, era para cagarse en él. Era un poeta. Uno de esos niños que se pajean todo el día y van por ahí volando entre los sedimentos de su alma. Pasaba una niña pequeña, un pequeño ángel con pelo de trigo. Sin la voluptuosisdad de la adolecencia, quasi puberta, quasi niña. Se le encoje el pene. Estaba por acabar. Aquello había sido inspirado por Dickens y nadie le importaba un carajo. Se metió en el parqueo debajo de Próceres, el policía dijo algo y él lo ignoró. Después de aquello llegaría a su casa y escribiría que las rosas eran rojas y que su amor no acabaría. Pero acabaría, igual que él. Cuando llegara escribiría tarjetas para venderlas en HiperPais de Periroosevelt y ganar reconocimiento, tomar la fama por donde debía, ser un asco de ser humano. Escribiría tratando de olvidar a su viejo. Su viejito. Su viejo, su querido viejo. Alcoholizado en el sillón revelándole su cariño de forma fiestal, a su viejo y la hebilla volando hasta estrellaste en su carne de niño de 6 a 12 años, su viejo borroso atravez del velo de las lágrimas, su viejo gritando, su viejo muriendo quemado en sus sueños tratando de desatar los lazos que él había amarrado con tanto amor [tratando de ver en la obscuridad de mayo]. Corrió hacia una camioneta que estaba parqueada y soltó su orgasmo ahí mismo. ¿Cómo chorreaba toda su leche por la parte lateral de la camioneta?, como debe chorrear ¡la leche!. El hálito verdoso del cloro que subía desde el caucho a su naríz hipersensible por tanta intimidad. Se sentía bien, la niña había hecho su trabajo. Se incorpora y de la camioneta sale un tipo con cara de malo y pinta de imbécil. Como subía por la cabeza la sensación de escribir, de no pertenecer al cuerpo y de elevarse infinitamente en una batalla de pinchase los ojos y patas en los huevos, de letras y comas. Le vio, vio la leche, le volvió a ver. El impulso de correr nunca llega a tiempo. Se hace el gilipollas, era un pervertido hijo de puta eso estaba claro pero este cabrón era un malo. Lo agarro de las manos llenas todavía de semen y lo metió a la camioneta. Aquí en el fin del mundo que es Chapinlandia no hay choques ni crimen. Aquí tenemos a los canches en altares y a los eslavos en pedestales. Peleamos guerras con aire acondicionado y vemos en el zoológico una pantomima de nosotros. Tenemos animales afuera, en carros, contratando ingenieros de una paja, poniendo enfermos a curar doctores, tenemos mounstros semi-norteamericanos que van a Miraflores a rayase sus ropitas, a comprarse una identidad. Aquí en la Guatemaya, ya no queda nada de maya, nos queda una gelatina de alienación, lágrimas y tristeza. Esta es una farsa de niebla inglesa [y nosotros nos bañamos todos los días]. Arias parecía entender pero yo considero que le cuesta trabajo pensar en Miami. Con los homies. Y las bitches. Donde los dos sexos que bajaron del cielo somos genitales con patitas y una poca de gracia! La bamba!.
Lo encontraron... bueno, yo lo encontré tirado frente a la carretera [o lo que quedaba de él]. Iba caminando pensando en una nueva forma de convocar la mirada de los ángeles repugnándose de la humanidad, cuando oí un lamento. Dije debe ser algún joputa pajeándose en su linda casa frente a la foto de la tía rica. La-mente [é] decepcion[andome]arme como siempre. Solo estaban mis ojos frente a la pantalla. Era importante ganar, aunque imposible. Pero al poeta no le importaba, solo estaba ahí tirado. Estaba cambiando mi forma de golpear las teclas, me componía un cuento nuevo de bonitas proporciones mientras tenia un ataque de melancolía y lágrimas decentes. Todavía no lo sabía pero si sobrevivía a su propio alter-ego, iba a odiarse por no poder superarlo. El pedía ayuda y decía que el muy hijo de puta le quitó los dos pulgares.
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