El resultado.

Miro su perfil, mientras él pide un tequila al mesero. Los caireles le tapan parte de la frente. Me parece tan tierno como el día que lo conocí.
Con Raúl he vivido más de seis años de mi vida. Estuve ahí cuando afuera del hospital le dijeron que su madre había muerto, y él estuvo ahí cuando golpeé a mi padre sin contener la rabia ni arrepentimiento.
Esta noche hablo con él en un tono más firme que de lo normal. Horas atrás discutimos sobre el azúcar que se había terminado o alguna tontería así. No han sido semanas fáciles. Si le dan la beca puede que por lo menos se vaya a Canadá un año y últimamente me ha sugerido que deberíamos tener encuentros con otros hombres. Cambio el tema. Le cuento que cuando venía en el metro, a lado mío había un hombre con una ligera parálisis cerebral. Sus funciones cognitivas no estaban mal, pero su cuerpo funcionaba con torpeza.
Aquel hombre intentó entablar una conversación con otro sujeto y el otro sujeto, asustado, se fue al otro extremo del vagón. El hombre con parálisis hizo otro intento de hablar con otro tipo. El otro tipo apretó los puños como si fuera a golpearlo, y luego con la mano hizo una seña indicándole que no lo tocara. El hombre con parálisis bajó en la siguiente estación y desde el anden se quedó viendo a un tercer sujeto para ver si atraía su atención. El tercer sujeto también lo ignoró. Cuando arrancó el metro vi como el hombre con parálisis se sentaba en el suelo para comenzar a llorar.
Siempre hay alguien en peores condiciones que uno, le digo a Raúl. En su cara percibo la compasión por la historia. El mesero trajo una cerveza para mí y Raúl pide otro tequila. Le digo que puede hacerlo, que puede estar sexualmente con otros hombres sin que haya problema conmigo. Estoy cansado de tratar de evitar esa situación. Él dice que no me cree, que al día siguiente me voy a arrepentir y me pondré celoso. No sé cómo hacerle ver que digo la verdad.
Llegamos a casa y lo siento más entregado, como si la falta de compromiso le hubiera relajado. La cancelación de obligaciones libera y nos encadena al mismo tiempo.
En algunas horas sabré en la página virtual si le han dado la beca que solicitó y si es así significa que se marchará a Canadá.

Mientras él duerme, reviso la página de nuevo. Nada. No han publicado los resultados. Veo nombres de amigos, conocidos, personas que detesto, que recibieron otro tipo de apoyos. Todavía no hay resultados para Raúl.
En la mañana se marcha, me dice que nos veremos hasta el martes. Le digo que no hay problema. Es irremediable sentir esa ligereza cuando pierdes algo, porque, para bien o para mal, te han quitado un peso de encima.
Escucho repetidamente la canción de “happy together”. A mí siempre me ha parecido una canción triste, me recuerda lo imposible de las fantasías, lo imposible del amor.
Seis años han pasado en los que Raúl me vio hacer todo tipo de locuras, inhalar coca, nos golpeamos, tuvimos cientos de discusiones, le fui infiel, me fue infiel, me vio berrear en el suelo derrumbado sin rumbo. A él lo vi igual, y en algún momento ambos triunfamos, en pequeñas raciones, sin embargo de cierto modo lo hicimos.
No me arrepiento de nada, pero quisiera seguir a su lado. Si le dan la beca se marcha, si no se la dan se queda y perdería gran parte de su fe. Es cosa de que en cualquier momento suban los resultados.

Por fin abro la página virtual y ahí están.

Siempre hay alguien en peores condiciones que uno.