De rojo pintaré
el cielo entonces,
luego de tus arañazos.
En rojo bailaremos
enceguecidos junto
al frío cuadriculado,
de dos recetas sin destino,
como los últimos soldados.
Vestidos de oídos sordos,
quizá al revés,
con rojos enarbolados,
quizá de fiesta,
de los árboles cayendo,
cantaremos entre las sombras.
Incunables vivirían felices,
acaso si aquel anciano camino,
de las texturas,
de aquella memoria frágil,
dejara de tejer sus grises.
Rincones sabrosos,
complicidad,
mil fotos,
de frío colmadas,
y el color gris
del desayuno soñado
entre las almohadas.
¿Dónde se allanan
los rojos extremos
de un habitación sin llenar?
¿Dónde se esconde el tiempo,
aquel que prefirió olvidar
el olor de las cintas rosadas?
¿Dónde me inundo esta vez,
de pánico aletargado,
clavado en un lapicero
sobre el pecho,
si de esperanzas desalineadas,
de un rojo de rojos vivo?
¡Rojo en extremo diría!
¡Rojo mirando de día!
Tus arañazos caminando,
sobre las sábanas de lejos,
mi memoria en blanco nadando,
sobre diez mil quinientos lamentos.
Y "¡otra vez!"
me grita la noche,
en silencio. |