EL INCIDENTE

Estaba harto. Tocaban innecesariamente la bocina. Ensordecedores golpes en sus sufridos tímpanos. El respeto era algo olvidado, se pasaban la luz roja, los buses desplazaban a los vehículos más pequeños, el caos se paseaba triunfante por la ciudad. Encima ese calor infernal, agobiante, agotador, opresivo, casi insoportable que lo envolvía como una brasa por culpa del maldito aire acondicionado malogrado esa misma tarde. Ahí fue que vio la camioneta que intentó pasarlo y lo rozó levemente. El infractor no se detuvo. Gerardo lo siguió, aunque era sólo una pizca de pintura sobre el tapabarro. Más adelante, el colmo, vio como tiraba las cáscaras de mandarina por la ventana, una y otra vez. Estaba enardecido.
Por eso estamos como estamos, por tipos como este-pensó Gerardo. Abrió la gaveta, sacó la pistola y se acercó en paralelo aprovechando el semáforo. El vulnerador era de mediana edad y la acompañaba una niña. Gerardo vio el agujero que le hizo estallar la cabeza y la sangre que salía a borbotones.
El contraventor todavía tenía más cáscaras en las manos.
-No le des mal ejemplo a tu hija botando las cáscaras al suelo-le dijo Gerardo sonriendo irónicamente.
El de la camioneta se disculpó avergonzado y despidió con una mirada agradecida.
Todavía tenemos posibilidades en este país-pensó Gerardo. El calor se hacia menos sofocante…