IMPREVISIBLE
Todo el pueblo corrió espantado. Algunos, los miedosos, escapaban tan solo con lo puesto; los prácticos, con algo de temor que los apuraba un poco, se hicieron un tiempito y cargaron con lo que pudieron en sus vehículos. Todos corrían atestando las vías de escape de aquella pequeña ciudad de campo rodeada de estancias.
¿Hacia donde iban?... No lo sabían… Sólo iban. Escapaban… Y otros -los que quedaban-, los valientes o inconscientes y curiosos, esos que no tienen el más claro sentido de lo que significa el peligro, se lanzaron hacia el lugar del desastre.
El estruendo fue infernal y se escuchó en varios kilómetros a la redonda, acompañado de un fuerte temblor que hizo tambalear los altos edificios de los sectores más poblados, cubriendo el aire con polvo de tierra... Denso... Casi irrespirable.
La iglesia hizo repicar, sin voluntad propia, todo el juego de bronce en el campanario durante un instante.
Una gran púa de acero se hallaba incrustada a lo largo y ancho de un cuarto de manzana de sembradío de girasol y, sostenida por ese eje plateado, una sólida masa de color verde brillante semejante a un gran sombrero de galera que cubría la circunferencia de un diámetro de casi 100 m. y de proporciones idénticas a una enorme torre de 500 metros de altura.
Casi toda la pieza de acero se había hundido en la tierra y el inmenso sombrero oscurecía con su sombra una gran parte de la zona rural.
Sorprendidos, los lugareños rodeaban con miles de interrogantes al misterioso elemento proveniente del espacio. Había llegado en total silencio. Ningún sonido al aproximarse, sólo el estrépito cuando penetró la tierra con ese gran volumen de acero en forma de púa.
A las autoridades y personal especializado, les extrañaba que el objeto no emanara calor alguno debido a la fricción con la atmósfera en su caída. Es más, algunos atrevidos y osados aprovechando el descuido de los guardianes dispersos en el lugar, tocaron el acero y comprobaron su temperatura de metal frío. Otros curiosos, presa de la ansiedad, esperaban que se mostrara alguna abertura secreta y dejara ver los rasgos de seres extraterrestres. Había quienes creían ver en alguna parte del gran sombrero, un brillo o reflejo de luz como si por intermedio de ello se emitiera una señal o forma con la que los supuestos visitantes deseaban comunicarse antes de descender. Pero a decir verdad, nada provenía de aquel inverosímil y gigantesco artefacto. Todo se mantuvo quieto. El único movimiento estaba a su alrededor.
Víctima de semejante desastre, el dueño de la estancia lloraba su desgracia a las autoridades presentes, invocando la posibilidad de una rápida solución acompañada de una no menos rápida ayuda económica.
Los expertos, ya bien distribuidos, tomaron las pruebas que creyeron necesarias y analizaron tantas cosas extrañas como encontraron. Todo debía pasar por sus manos y asentarse en libros con el cuidado correspondiente. Las órdenes provenían desde las altas esferas castrenses. Después de las urgentes comunicaciones que se cruzaron, recibieron los primeros informes a nivel nacional. Por ellos, se enteraron que habían caído cientos de esos extraños artefactos en diferentes puntos del país… Y aún seguían cayendo.
Unas con la misma suerte que ésta, otras con la desgracia de arrasar con muchas vidas. Ciudades casi enteras que sufrían la pérdida de seres humanos, sumando el desastre edilicio y la suspensión de todos los servicios de primera necesidad.
La gran púa hacía estragos donde cayera. Su silencioso y abrupto descenso no daba tiempo a alertar a las poblaciones atacadas.
El informe decía de naves con tamaños similares pero distintos colores. Verde, azul, blanca, negra, amarilla, roja, gris, rosa… Y ninguno daba señal de Vida de especie alguna.
Las reuniones llevadas a cabo en los lugares de los hechos, vaticinaban una pre invasión de extraterrestres con variadas suposiciones.
Algunos sugerían aparatos diseñados especialmente para emitir datos a la nave madre con la idea de proyectar el ataque sin errores. Otros, siendo conocedores que el ataque se había producido sólo en su país, creían ser poseedores riquezas especiales o ser una ubicación ideal para apoderarse posteriormente del resto de la tierra.
Las asambleas se llevaron en primeras instancias en los lugares de los hechos… Más tarde se trasladaron con todas las inquietudes, a las cabeceras de los partidos departamentales, para después caer en la capital de cada provincia y llegar definitivamente al distrito federal…
¡Al fin la casa de gobierno!
Ya se había emitido un alerta general y las FF. AA. volaban el espacio, recorrían caminos, vigilantes… Mientras la cibernética, en manos de eminentes profesionales, hacía lo suyo.
Reinaba una gran confusión. La locura continuaba haciendo estragos y ya eran todos contra todos. El caos se hacía presente. No había explicación para calmar el terror que dominaba a los gente mientras las púas se sucedían ahora, mas espaciadas, según los informes que llegaban de diferentes sectores.
Las fuerzas del orden no eran suficientes y pedían apoyo a los civiles. Muchos aprovechaban las identificaciones otorgadas por las autoridades para robar, violar y depredar… El vandalismo se había alojado nuevamente en el hombre. Ya no importaban los niños, ni las mujeres, ni los hombres y mucho menos los ancianos. Los cuerpos se encontraban esparcidos por todas partes, por al efecto devastador de los artefactos extraños y del salvajismo que demostraba parte de los humanos en situaciones límites.
La comisión elegida en una asamblea general entre todas las provincias, con uno o más representantes de cada una de ellas según la densidad habitacional, extensión, poder industrial, desarrollo agropecuario y otros valores que los representantes elegidos evaluaron importantes, llegó en definitiva a la Casa de Gobierno para participar en una reunión otorgada por el Presidente de la Nación, después de observar su agenda de audiencias. Al menos así lo exigía la urgencia del caso.
Llevaban siete días de reunión en el gran salón de conferencias y aún no habían encontrado una explicación y mucho menos una solución, aunque más no sea, precaria.
Los inconvenientes seguían sucediéndose. "Las púas con sombrero galera" continuaban cayendo y los pocos habitantes decentes que quedaban, aumentaban su indignación por la ausencia de soluciones.
Algunos gritaron:
- ¡Golpe de estado!… Si estos son inútiles y no saben dar soluciones, habrá que declararlos ineptos.
El resto desatendió esa propuesta por considerarla impropia de una Nación ordenada. Cada uno en lo suyo. El que rapiñaba continuó haciéndolo. El que cooperaba continuó con su tarea... Incluso los descontrolados por la desesperación…
Comenzaban las hambrunas, las enfermedades y la carencia de profilaxis. Los aportes no eran suficientes. Países extranjeros que se plegaban aportaban alimentos, medicamentos y otros elementos esenciales para paliar la situación en zonas de desastres.
Y fue así que casi al finalizar aquel séptimo día, un hombrecito menudo, de hombros caídos, casi calvo, con ojos grandes y de andar tranquilo, pidió humildemente ser atendido por el presidente. Poseía cierta información que podría ser útil para dirimir aquel delicado entuerto nacional.
Accedieron a su presencia. Y este hombrecito, vestido con ropa de oficina, en mangas de camisa, de grandes y redondos ojos y un par de anteojos sostenido por el final de su larga nariz que terminaba en una pelotita sonrosada, prototipo de la mejor caricatura contemporánea, avanzó lentamente, arrastrando sus pies hasta el lugar; como si el tiempo para él no existiese y mucho menos la premura de la situación que envolvía a la Nación.
Efecto de toda una vida sin ambiciones, mostraba la calma de los que no iban más allá de estar atrás de un escritorio amparado por un sueldo que sustentaba las necesidades básicas de un vivir más que mediocre.
Lo escoltaron hasta el Gran Salón de Conferencias en el que se encontraba el presidente con una imagen desprovista de todo protocolo. Los días aciagos con sus preocupantes interrogantes, estaban haciendo estragos entre los presentes. Desaliño personal, ojerizas y hasta uno que otro desmayo que era atendido con premura y celosos cuidados. La desprolijidad sobre la gran mesa era un torbellino de tazas y pocillos volcados sobre sus platos, rebasados de colillas de cigarrillos, cenizas, cajetillas vacías y ceniceros que desaparecían bajo una gran parva de envoltorios de golosinas… Y hasta en los rincones, restos de comida rápida sobre bandejas abandonadas.
El ambiente era irrespirable. Una espesa humareda se cernía sobre la cabeza de los delegados a pesar del gran cartel que exigía preservar la salud invitando a no ejercer el vicio de fumar que sería apoyado por una ley a punto de ser emitida desde el Congreso.
El diminuto hombre arrimó su boca al oído del mandatario, el que a medida que recibía la información, iba pintando en sus ojos y su boca, gestos de sorpresa hasta emitir al final un gemido de asombro por el que los custodios se abalanzaron sobre el enjuto hombrecito aplastándolo contra el piso.
El presidente se puso de pie, detuvo el ataque desmesurado de aquellos hombres y pidió a todos que sigan al informante después de haberle ayudado a recuperarse del mal momento.
Con cierta inquietud y curiosidad todos los presentes se pusieron de pie e iniciaron la marcha rumbo a la salida de la Casa de Gobierno, mientras el presidente ordenaba que adelantaran por teléfono su llegada en comitiva a la dirección que diera el pequeño personaje.
La comitiva, con trancos largos y firmes, estaba encabezada por aquel oficinista, de grandes y redondos ojos tristes, del brazo del presidente; y más atrás, el resto de las autoridades y delegados.
Detuvieron sus pasos frente a las puertas de un enorme edificio que ocupaba toda una manzana, propiedad de una empresa extranjera recién instalada en el país para distribuir en él productos provenientes del exterior. Aportaba a la vez, capitales frescos y otorgaba un buen número de mano de obra, pero llevándose las riquezas hacia el Norte donde se amasa el paquete del poder económico mundial.
El presidente le pidió a su edecán que anunciara su presencia. El empresario sorprendido, pero a la vez orgulloso, inmediatamente accedió por sí mismo a la recepción de aquella comitiva y así se lo hizo saber a su personal de vigilancia.
Fueron conducidos por una ancha escalera con escalones de mármol hasta el piso de la dirección general. Las hojas de la puerta se abrieron hacia a la entrada de un gran salón, de casi una media manzana, rodeado de lujosa decoración en su mayoría con los colores representativos de la bandera de su país con estrellitas y otras historias ocultas... Y como demarcando el núcleo de aquel gran ambiente, una fuente con la imagen aterradora y profética de los jinetes del Apocalipsis avanzando imaginariamente sobre un gran mapa de la República.
Un señor opulento por donde se le mirase, los atendió solícito y complacido de pie frente a su inmenso escritorio. Una gruesa cadena de oro y platino recorría de un bolsillo al otro del chaleco, su prominente abdomen. Su mano derecha se extendió hacía el presidente, mostrando en uno de sus robustos dedos, un ancho anillo donde descansaba una fulgurante piedra preciosa.
Después de las presentaciones, el presidente de la Nación hizo un recorrido visual por el salón.
A instancias de un tirón que le hiciera disimuladamente el hombrecito en la parte baja del saco, observó detenidamente una de las paredes en la que se encontraba el gran mapa de la República que contenía cientos de pequeños pinches de diversos colores semejantes a diminutos sombreros de copa, indicando los diferentes sectores en los que la empresa proyectaba efectuar las adquisiciones de materias primas y distribuir los productos que importaran. Aquellos diminutos pinches-púas, coincidían en forma, color y espacio, con los que habían causado el gran desastre en el país.
Alarmado por la noticia y el pedido oficial que le hiciera el mandatario de retirarlos, el opulento empresario llamó inmediatamente al país del Norte, donde residía la central.
La solicitud fue aceptada a cambio de otro tipo de marcación sin hacerse responsables de los daños ocasionados.
Uno a uno fueron extraídos los pinches del gran mapa.
Para el país todo quedaba aclarado. A pesar de la indignación que produjo la noticia, se entendieron entonces las raras características de una supuesta invasión extraterrestre provistas de extrañas e incandescentes naves.
En el interior del país, lentamente los ritmos fueron adquiriendo normalidad, pero donde habían caído aquellas enormes púas, quedaron inmensos agujeros profundos, originando nuevas incógnitas y peligros. Inconvenientes difíciles de solucionar en corto tiempo y sin la subvención natural proveniente del Gobierno. Éste se mostraba indefenso para elevar denuncias a nivel Internacional porque sería sancionado –bien suponía-, con trabas comerciales, corriendo riesgo de congelamiento en los capitales propios ubicados en el extranjero.
Aquello que caía en los grandes hoyos, nunca se recuperaba. Eran enormes fauces dispersas en todo el territorio que devoraban lo que estuviese a su alcance. Y se sumaban más pérdidas a las ya expuestas.
Ante tan delicada situación, la comisión que se había disuelto, fue requerida para un nuevo estudio del problema.
Con el Presidente a la cabeza y el hombrecito, de grandes y redondos ojos tristes, la comitiva se encaminó hacia el edificio de la Gran Empresa donde después de explicarle que el drama nacional continuaba le exigieron al profuso empresario una solución urgente. Éste debería hacer algo con los orificios que habían quedado al descubierto sobre el gran mapa y que afectaban al suelo nacional. Fue entonces que realizó una nueva llamada al país del Norte en cuya conferencia telefónica, puso al tanto de los acontecimientos que se habían desarrollado en los últimos días en el país del Sur. Fue así, aunque con muestras de ciertas molestias por parte de aquellos, que recibió autorización para que estudie un sistema que brinde solución al problema.
Después de varias consultas con sus subordinados, encontraron lo que creyeron lo más aceptable y expeditivo. Una cuadrilla de empleados, subidos sobre un improvisado andamio frente al gran mapa, inició la colocación de minúsculos círculos de papel adhesivo y de diferentes colores como lo fueron los pinches, sobre cada orificio, a fin de reconocer las zonas según necesidades y proyectos.
Cuando hubo llegado la normalidad al país, surgía un nuevo problema derivado del anterior. En las zonas rurales, la tierra blanca no existe y si así fuese, no sería para nada productiva, salvo que fuera nieve o salinas… Y aun siendo de los tonos compatibles, no lo era la superficie. Del papel nada crece, salvo hongos en ciertos casos.
En algunas ciudades los problemas no eran menores. La reconstrucción sobre plataformas endebles, donde los cimientos desaparecían con los equipos utilizados, hacía vanos todos los intentos y una base negra o cualquier tono oscuro, hacía más oscura y lúgubre a la ciudad. En otras, donde se repetía el problema pero se diferenciaban los colores y las temperaturas eran elevadas, las calles blancas enceguecían a sus pobladores de día y por las noches impedían el descanso por la fosforescencia que despedían.
La nieve roja, naranja, rosa, amarilla, azul, negra, gris, no existe… Es blanca. Los ríos contienen agua y no un gran camalote de papel que se rompe y deja caer su caudal en el hoyo profundo imposible de llenar, ocasionando perturbaciones en las zonas que dejan de recibir los riegos, sin mencionar los trastornos que ocasionan en aquellos que son utilizados por la navegación. Se altera la naturaleza y el desastre ecológico se vaticina cuantioso e irrecuperable. Toda la fauna está confundida en su propio medio alterado.
Se hizo inevitable y con suma urgencia, otra reunión cumbre.
Nuevamente los delegados de cada provincia enfilaron hacia la capital del país.
Nuevamente la comitiva encabezada por el presidente y el hombrecito, de grandes y redondos ojos tristes, establecido como el brazo derecho del primer mandatario, se dirigía resuelta hacia el edificio de aquella empresa extranjera.
Una nueva exigencia después de explicar las causas que la motivaba, hizo que el opulento empresario del que ya se había borrado la sonrisa de complacencia, realizara un nuevo llamado al país del Norte de donde llegó una repetida autorización un tanto rodeada de fastidio por los problemas que estaba ocasionando el gobierno.
Una nueva solución provisoria surgía, pero como todo lo provisorio siempre es precario, la comisión regresó una y otra vez en busca de soluciones definitivas en reclamo a un problema que había ocasionado grandes pérdidas de vidas humanas, económicas y ecológicas, perjudicando notoriamente el ritmo de vida de la Nación en forma totalmente gratuita y sin consentimiento.
Fue así que entre reclamo y reclamo, todo fue tomado por el opulento empresario y los del Norte, como una intolerable falta de respeto por las exigencias a las que se veían expuestos.
Los del país del Norte dieron la orden categórica para llegar a un término absoluto y definitivo del problema.
Después de cancelar la conferencia telefónica, el empresario reunió en un apartado a sus empleados y les impartió las órdenes que deberían llevar a cabo.
Como si formaran parte de un ejército alienado y enajenado, subieron todos en perfecta sincronización al improvisado andamio, frente al gran mapa del país y ante los asombrados ojos del presidente, ministros, secretarios, el hombrecito de grandes y redondos ojos tristes y el resto del séquito, aquéllos, ayudados por el opulento empresario, comenzaron a rasgar con furia la carta geográfica en la que figuraba una nación próspera. La convirtieron en miles de pedacitos en los que ya no se reconocían provincias, límites, ni posiciones estratégicas y los fueron introduciendo por esos minúsculos agujeritos dejados por los pinches, hasta desaparecer totalmente.
Cuenta la historia de la humanidad, que en el 2050, aquel país que tanto costó levantar y mantener, culminó devastado por la intolerancia, la indiferencia, el abuso, la ambición y el atropello, producto de las acciones de intrusos habilitados y de las debilidades de los gobernantes nativos, precipitándose reducida en pequeñas parcelas en los enormes agujeros que dejaran aquellas grandes púas, que fueron tragando lentamente cada tramo de tierra hasta desaparecer en un profundo vacío con reminiscencias de territorio.
Búscame en... http://tonycarso.blogspot.com ... me encontrarás. |