DON LÁZARO.
Más de una década que jubiló e igual se levanta al alba, se molesta porque su mujer Amalia no lo secunda en esto, ella ha manifestado que para que levantarse tan temprano si les sobran horas del día.
Después del desayuno, don Lázaro acomoda su gordura en un sillón para leer el diario, cerca de la ventana.
Amalia es pequeña y delgada, muy activa, todo el día va y viene por la casa, abre las ventanas un rato para ventilar, ordenar y asear la casa y el jardincillo que le reporta sus pequeñas alegrias con el regalo del aroma del jazmín, mientras la carne del cocido hierve en la cocina para cumplirle al marido y servir el almuerzo a las doce y treinta. Finaliza el aseo y cierra las ventanas. Le lanza su protesta a las paredes:
-Es para no creer como se acumula el polvo en los muebles.
Amalia entra al baño, se relaja con la ducha, despues se mira al espejo y encrema su rostro, coloca una toalla sobre su mojado cabello, prepara el agua con bicarbonato en un vaso y coloca su prótesis dental y lo deja en el medio de la mesa de la cocina. Enseguida se preocupa de ver como va lo que cocina que ya despide un aroma exquisito, mira el reloj de la pared y ve que tiene tiempo para volver al baño y secar su cabellera, cada día mas blanca.
Lázaro dobla el diario, se estira y se pone de pie, se saca los lentes para leer y no se coloca los habituales, se le quedaron en el velador. Va a la cocina, abre el refrigerador, mira, no apetece yogurt. Esperará el almuerzo y despues dormirá una siesta hasta la hora del te. Decide retirarse y ve en la mesa un tiesto con huesillos que quedaron de ayer, se saborea recordando lo exquisito que estaban, coge el vaso y se pega con ansias un trago largo. Con repulsión y furia devuelve el vaso a la mesa murmurando con ira: -Cada día más tonta esta vieja...
Silvia Parra B. |