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NUESTRO ÚLTIMO CUENTO


Me doy cuenta de que la clave de mi destino, el sino ancestral de las mujeres de nuestra familia, está marcado por el amor a lo desconocido y también por un nombre, el mío. Mis padres quisieron llamarme Alejandra, pero fue mi abuelo paterno quien, inspirado por una senilidad momentánea y prematura, a las puertas del registro decidió llamarme Alba, como mi abuela materna y mi madre. Este fue el primer acontecimiento que marcaría lo que voy a contarte.

Toda mi vida soñé con viajes. Recuerdo un sueño que se ha repetido desde los 16 años: una cordillera montañosa, interminable y laberíntica se abre ante mí, zigzagueada por un camino, mi camino. Yo estoy al principio, un momento antes de comenzar el viaje, en un descapotable rojo, uno de esos coches requeteantiguos de las películas norteamericanas de las que tú, seguramente, no tendrás ninguna referencia. El miedo a lo desconocido se mezcla con una curiosidad creciente que se me sube por el estómago, pero siempre las ganas lo pueden todo. El sueño se me repite ahora despierta, como para recordarme el principio, para decirme que el camino comienza con cada paso. Ahora, tras una vida larga, espero uno de los momentos más importantes y de nuevo esa mezcla de miedo y curiosidad por lo desconocido se instala en mi estómago. Otro viaje, mi último viaje.

Te conté una y mil veces quien fue tu padre. Era tu cuento favorito y cada noche me hacías repetirlo, como buscando algún secreto entre mis palabras, una nueva pista que le diese a él más forma en tu imaginación. Ahora miro atrás y trato de encontrar cuáles fueron las coincidencias que me llevaron hasta allí, intentando entender el porqué de ese amor imposible que marcó mi vida para siempre. Hoy te cuento de nuevo esta historia pero no como madre, sino como mujer.

Llevaba un año en India, ese país tan soñado y misterioso todavía hoy. Acabé en un pequeño pueblo del norte donde alguien me habló de una ONG que trabajaba en pequeñas aldeas de los alrededores donde la vida todavía parecía guardar una armonía con la tierra, la luz, el agua y el viento. Fui a visitarles llena de curiosidad y me dirigí a sus oficinas. Llegué a una pequeña habitación donde encontré a un hombre moreno y elegante, con una de esas presencias tan atractivas que hacen que las mujeres se sonrían al pasar por su lado y cuchicheen entre risas nerviosas. Me presentó a toda la gente que trabajaba allí y se ofreció para acompañarme a visitar una de las aldeas en las que colaboraban. Hicimos uno de los viajes más hermosos en moto que he vivido nunca. Una tierra verde y llena de palmeras nos rodeaba, salpicada por el color de los saris de las mujeres que recogían el arroz. Sentada tras él, comencé a sentir una fuerte atracción, gozando de cada montículo que ofrecía el camino y que hacía que mi cuerpo se acercase más al suyo. No sé como lo supe, pero sentí desde el primer momento que esta atracción era mutua y su deseo no hacía más que acrecentar el mío.

Durante los siguientes días nuestras salidas se repitieron y nos buscábamos en secreto esquivando la mirada del mundo. Él estaba casado y eso hacía que nuestro amor fuese imposible en los tiempos que corría el país.

Una noche llamó a mi habitación. Se sentó en mi cama y me miró a los ojos, profundamente, atravesando todos los océanos de mi ser. Se acercó a mí y me tomó por la cintura, con la misma seguridad que inspiraba en todo lo que hacía. Me devoró con la pasión de un animal y la delicadeza del viento e hicimos el amor durante horas que parecieron años. Yo sentí que le amaba, desde siempre, desde antes de nacer y por fin le había encontrado.

Luego me contó su historia mientras yo apoyaba la cabeza en su pecho. Fue un criminal, uno de los más buscados: secuestraba a ricos y pedía recompensas. Una noche la multitud corría tras él. Se temía el final. Consiguió cobijarse y, tras despistarlos, echó a correr, corrió como nunca lo había hecho, hasta que sintió que la muerte se le agarraba al pecho y entonces paró. Y lloró. Lloró por el miedo, por la falta de cariño, por su soledad y por su vida. Cuando se quedó sin lágrimas el cansancio le pudo y se durmió para despertar renacido.

Me contó que decidió dar un giro a su destino, quiso pasarse al lado de los buenos y, para ello, comenzó a mediar en los conflictos y peleas de los aldeanos. Conocedor como era de la más oscura naturaleza humana no le resultó difícil salir exitoso en su nuevo cometido, aun poniendo en ocasiones su propia vida en peligro. Éste hecho infundió respeto y el renacimiento de su figura comenzó a borrar su pasado de la memoria social para convertirse en pura leyenda.

Con cada una de sus palabras mi respeto hacia él crecía, así como mis ganas de recompensarlo con todo el amor y devoción que podía darle. Cada noche nos encontrábamos y por el día ocultábamos nuestra pasión dilatada. Recuerdo como buscábamos rozar nuestros cuerpos secretamente a ojos del mundo, un mundo que me hacía sentir incomprendida y desaprobada.

Una noche te soñé, te sentí dentro de mí avisándome de tu presencia. Una alegría profunda se me coló por todas la células del cuerpo, algo que jamás había experimentado antes. Si alguna vez me preguntasen qué es la felicidad, me acordaría de ese momento. Absoluto. Antiguo. Sabio.

A la mañana siguiente los pensamientos de miedo comenzaron a azotarme y la evidencia de la situación que se avecinaba me puso en alerta. A partir de entonces era madre sobre todas las cosas y tú no habrías sido aceptada en aquel lugar. Sin pensarlo dos veces hice mi maleta y busqué el primer tren para Delhi; de allí volaría a España.

Quise despedirme de tu padre, contarle lo que me pasaba, pero cuando lo miré a los ojos se me secaron las palabras, le regalé todo mi amor con aquella mirada y una sonrisa. Eché a andar mientras unas lágrimas amargas me caían por las mejillas y un dolor profundo se me cogía en el pecho. Fue la última vez que lo vi.

En aquel momento me acordé de mi madre, de las noches que pasó llorando por mi padre, por la ausencia que dejó sin previo aviso. Mis padres se conocieron en Tetuán, mientras él hacía la mili como policía en tierras Marroquíes. Una mañana mi madre estaba asomada al balcón y el destino quiso que a mi padre se le estropease la moto debajo de aquella casa. En algún momento divino sus miradas se cruzaron y mi padre sintió que algún día se casaría con aquella chica. Y así fue. Ella tenía entonces 16 años y desde el primer momento sintió pura admiración por aquel hombre. Yo era sólo una niña cuando desapareció y nunca más supimos de él. Pasaron años hasta que la herida de mi madre quedó curada, pero después de aquello su corazón fue incapaz de volver a amar a otro hombre. La salvaron sus plegarias, en las que encontró refugio, primero pidiendo para que mi padre volviese, pero cuando entendío que eso ya no era posible, se rindió y en su rendición descubrió a Dios. Yo siempre pensé que su existencia fue miserable y desgraciada pero unas semanas antes de su muerte fuimos a verla, ¿te acuerdas? Tú eras muy pequeña, te sentabas junto a su cama y la mirabas, seria, como sabiendo que era su final. En aquella visita me confesó que le costó años superar lo de mi padre, pero que una noche, sintió una presencia que la arropaba en la cama, como lo hace una madre, entonces supo que era Dios que le estaba diciendo sin palabras que ya no se preocupase porque él cuidaría de ella. En aquel momento entendió que Dios puso a aquel hombre en su camino para llevárselo años más tarde y de no haber sido por aquel desamor que la llevó a la desesperación y casi a la muerte nunca se hubiese acercado a Él. Y así su vida cobró sentido.

Hace 2 noches tuve un sueño. Me encontré con mi abuela Alba, que sólo conoció a mi madre durante unos instantes después del parto, antes de que la muerte se la llevase. Me contó como conoció al sastre para el que trabajaba, un hombre español, casado y adinerado. Como nació el amor entre ellos, también un amor secreto, oculto, que traería un tesoro y mil malos presagios. El tesoro fue mi madre, también Alba. Mi abuela me advirtió del sino de nuestro nombre, que con él lleva la conjunción del tesoro y el desamor.

Hija mía, pronto serás madre tú también, será una niña de ojos color aceituna. Sé que querrás llamarla Alba y casi seguro que ése será al primer acontecimiento que marcará su destino, haciéndola heredera de nuestro sino. Todavía puedes cambiar su historia.

Y ahora, tras este cuento que se nos agarra desde las entrañas, te doy las buenas noches, como tantas veces, sabiendo que ésta es la última.

Eres la que me ha mostrado cuán inmenso es el amor y es por eso que cada día he dado gracias por ese regalo que eres tú.

Tu madre, que te quiere,

A.



Texto agregado el 24-07-2008, y leído por 118 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-07-2008 Muy bueno, sabes mantener la atención. J Otro_Jota
 
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