Ay, ladrona, que me has robado el alma,
Y la guardas escondida debajo de tu almohada.
Ay, ladrona, si me has robado hasta las ganas de comer,
Y forzando un humor de esos de perros,
Silbo mal por las calles, pateando las baldosas,
Y miro las patentes de los autos con tu marca,
Buscando la tuya con codicia miserable.
Ay, ladrona,
Si pasas por aquí,
No sigas de largo y estaciona junto a mí,
Y ábreme otra vez la puerta de tu coche,
que la tristeza ayer cerró, mi mano no,
Cuando te cambié por un mechón de pelo,
Un corazón que luego no quisiste reponer,
ay ladrona,
Y terminante partiste, mientras en mis manos
y en mis labios duraste, lo que dura un cigarrillo.
Quiero un cuerpo con un alma, ay ladrona,
Y lo quiero ya, ahora, ay ladrona.
Quinientas noches no las quiero, no y no,
Aunque tal vez me las merezca, ay ladrona.
Que te escribo y es peor, que te quiero olvidar
Y no quiero olvidarte, tu lo sabes,
lo sabes muy bien y te callas, ay ladrona,
Le devuelvo a Sabina sus quinientas noches,
No las creo posibles, así que, por favor,
Quítame ya de debajo de tu almohada,
Ay ladrona,
Y arrójame al vacío, más allá de tu ventana,
O ponme otra vez sobre la otra almohada,
y pararé de gritar al viento que agitas a tu paso,
Que me has robado el alma, ay, ay, ay ladrona...
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