Tengo una amante que me posee en las noches insomnes. Es alta con un cuerpo basto, tiene la mirada fría como el olvido y la piel entre blanca y parda como una luna triste.
Cubre su desnudez con un velo púrpura que arrastra pesadamente. Tal como una noche oscura arrastra su negrura que se deshilacha de escalofríos

Tiene una belleza enigmática, su hermosura solo se aprecia a través de los ojos de la melancolía

Ella teme a los espejos. Y yo, Detesto ver su rostro multiplicado. Por eso los vidrios de mi ventana tienen apagado el brillo.

Cuando entra al cuarto de baño, su presencia sacude violentamente el espejo cacarizo y lloroso. Luego se sale a acariciar las flores del pacillo que amanecen marchitas o muertas

Sus caricias arden en la piel. Cuando me toca, se siente como si me lamiera la muerte con su lengua seca, áspera, apenas humedecida del licor amargo del desencanto.
Cuando se desnuda, se inunda el cuarto de bruma. De una bruma que juguetea con el humo del tabaco y mancha de amarrillo la humedad del techo.

Ella toca mis parpados y se lleva la luz, dejándome inundado de una oscuridad libidinosa que congela mi arrítmico pulso. Después, me acomoda en sus brazos y se desvela con migo mientras cuelga de la noche su vestido púrpura y le pone una cadena a mi cama para que no sea raptada por la tempestad del miedo nocturno.

Se deja caer pesadamente a mi siniestra y bebe mis lagrimas, y hunde su frió entre mi vientre

Cuando me besa, me queda un ardor en los labios. Es el sabor agridulce de la melancolía, su saliva es salada como el agua del mar y su aliento es impregnante como viento de invierno.

Ella me mira absorta mientras eclipsa la luna entre sus senos y frota eróticamente mi desolación entre sus piernas dejando mi cama inundada de la humedad espesa de la añoranza.

Sus ojos, son dos tumbas incendiadas por recuerdos hechos polvo. Disueltos en la ceniza del olvido. Cuando se apagan, solo quedan dos huecos oscuros en donde mi corazón se escabulle y se esconde a llorar.

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