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Luchó y luchó por horas, por días... Meses, tal vez fueron años o siglos. Intentaba despegarse del lodo. Hacía fuerza con brazos y piernas. Pero cada vez descubría con horror que el fango pegajoso se transformaba en hilos gruesos e interminables que no la dejaban apartarse jamás del suelo húmedo.
Sintió esa humedad inmunda. La sentía parte de su cuerpo. Por el tiempo que pasaba... Cada trozo de esfuerzos iban transformándola a ella misma. Sucesivas, continuas transformaciones. Era siempre ella. La misma mujer pero no tanto. Sentía la oscuridad como un abrazo eterno. No había sol ni días. Era solo una larga noche, una infinita noche.
Delgada. Cada vez más delgada. Sus músculos iban agotándose tras cada nuevo impulso por levantarse.
La pregunta la aturdía. ¿Sería esto necesario?


Y la sirena no sabía cuál era la máscara que llevaba puesta. ¿Qué cara suya estaría viendo el mundo? ¿Cuál es la parte de carne real y cuál es la porción de plástico, de envoltura? ¿Qué parte nos envuelve? ¿Qué parte es necesaria para protegernos y cuál nos aísla de nuestra esencia?
¿Necesitamos no mostrarnos? La sirena se lo preguntaba una y otra vez. El lodo la hacía sentir más real. Sintió cada porción de carne y piel y huesos. Cada facción de su rostro. Sentía el fresco del barro envolviendo su pecho. Devolviéndole a la vez la naturalidad perdida y una asfixia liberadora. Demasiada contradicción, demasiada claridad. Un instante. Una eternidad.

Finalmente logró despegarse. Pensó que el sufrimiento había por fin cesado.
Y así descubrió su larga cola de pez. Esa cárcel orgánica que atrapaba sus piernas que ya no existían. Yació inmóvil en el fango. Pues no podía hacer nada. Ni siquiera los antiguos esfuerzos ya que solo contaba con sus brazos para mover ese cuerpo muerto. Esa cola pesada que para nada servía en el barro.

La transformación había sido vana. Ahora estaba atrapada en su propio cuerpo. El fango ya no se le pegaba pero de nada servía.

Comprendió cuán impotente era. Tanto tiempo añorando que la lucha y el esfuerzo termine. Y ahora había terminado. Nada hubiese deseado más que tener sus piernas para pelear siglos más contra el pegajoso lodo.

¿Es la cola de la sirena parte de la máscara o es su parte más real? ¿Cuál de las sucesivas transformaciones nos convierte en el reflejo más fiel de nuestro interior? ¿Será nuestra carne, lo más íntimo o lo más vano?
La cola le sirvió a la sirena para notar que con nada sería más libre, que con nada se sentiría más librada a las ondulaciones de un vuelo liviano. Y que con nada estaría más hundida en el fango.

Texto agregado el 22-07-2008, y leído por 387 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-07-2008 Metamorfosis. Somos barro iluminado. Embrillecido fango. Mitad reptil, mitad pájaro. Anfibios. Sirenas del desierto. azulada
22-07-2008 oigame no, mi orcó a la sirena, pobrecita, oigame no, mejor preguuuuuuntame! marxtuein
22-07-2008 un texto angustioso , en que el personaje se mueve, solo para ser ejemplificado del interior de algunos hombres, que jamas seran libres... undia
 
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