Cuenta la historia, que en el barrio de Salerno, vivía el Petizo Frotanudos, según le decían sus amigotes y conocidos. Su gracia, se debía a que por un lado, una suerte de voz en off, le decía que cada vez que se topase con un nudo, tenía que frotarlo con ambas manos, sino, algo terrible ocurriría. Por otra parte, pasaba casi todo el día dejando mensajes sublinguales en las paredes de las casas. En esos mensajes, incitaba a los lectores frugales, a que froten nudos como él, siempre que pudieran.
Se había hecho tan famoso el Frotanudos, que hasta una bandada musical, llevaba su nombre sublingualmente: se llamaba “Los Frota” y el logo era un nudo marinero, que lo decía todo.
A la edad de dieciséis años, el Frotanudos fue descubierto por la policía, quien decidió darle la pena máxima, y lo encerró en Tupungato.
Allí, permaneció hasta su muerte, tras la cual la secta conformada por sus seguidores, tomaron personería jurídica, y levantando pancartos y estampas con la cara del Frotanudos, pidieron que se lo reconociera como santo y que su nombre fuese dicho como mínimo una vez al día en las escuelas secundarias; sino cuando se formaba a los alumnos, al menos en las clases de matemáticas o de geografía. Aunque el gobierno se opuso rabiosamente a semejante herejía, no pudo menos que reconocer la trayectoria del Petizo y el trabajo incesante de sus seguidores, lo que los llevó a llegar a un acuerdo, recordando y homenajeando al susodicho, al menos con el nombre de una calle, por supuesto, la que daba directamente al Colosal de Salerno, que hoy de llama Paseo del Frotanudo.
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