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Amor es ese juego en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño,
y cada vez peor, y cada vez más rotos,
y cada vez más tú, y cada vez más yo
sin rastro de nosotros.
J. Sabina


Sentados en precarios bancos, la luz de la ventana y la puerta abierta iluminan la escena parcialmente. Una pequeña mesa de madera con víveres sobre ella los separa. Una cama deshecha contra la pared. La cocina a un costado calienta agua. La puerta entreabierta de un pequeño baño también acerca luz.

-Te amo- dice ella- y no puedo vivir sin tu presencia, sin tu contacto, sin tus besos, sin tu cuerpo junto al mío en la cama todas las noches...

-Yo también te amo, y comparto todos tus deseos, pero también debo regresar a lo que tú sabes llamo “mis cosas”...

-Yo no tengo “mis cosas”; todo lo mío está impregnado de tu presencia...

-Ven, ven aquí- llama él, y la toma de los brazos, la sienta sobre sus piernas y comienza a besarla, a acariciarla, y le susurra:

-El amor es esto, y es hermoso, y parece interminable, como algo que crece indefinidamente, que nunca va a terminar, y que nos absorbe a los dos y nos lleva, más fuerte que cada uno, más fuerte que los dos juntos.

-¿Y por qué, entonces no dejarse llevar?- pregunta ella, liberando su boca de la de él.

-Dejarse llevar no es sinónimo de perderse en ese mar de placeres sin nombre. Dejarse llevar, es primero responder al llamado, o recibir la respuesta al propio llamado. Pero también es tan gratificante como eso el hecho de recogerse de pronto en sí mismo y encontrarse uno mismo, renovado, vital y poseedor de un extraño equilibrio, el equilibrio de la naturaleza, que se descarga por momentos con oscura violencia y brota en otros con luminosa suavidad. Equilibrio para reconocer todo lo existente.

-Yo existo también- reclama ella, entre caricias que le obligan a entrecerrar los ojos.

-Existes, y lo que más amo en ti, o a través de ti, es tu existencia, saber que existes es la fuente de lo que podría nombrar como “la felicidad”. Amarte, para mí, no implica siempre contar con tu presencia, me basta simplemente que estés, que seas, que existas.

-A mí no me basta eso. Quiero estar contigo siempre, compartirlo todo, que seamos uno entre los dos, compañeros en todo...

-Eso no lo creo posible. Somos dos, y siempre lo seremos, que a veces, gloriosas veces se convierten en uno, y de esas veces, nos enriquecemos ambos. También sé y lo siento, que da angustia salir del uno y volver a ser dos, con todas las incertidumbres que eso provoca, como si al ser uno, esa circunstancia aparece como única, irrepetible, final. Pero no es así. Uno se engaña al pensar que el amor es tan indefenso como para no alimentarse y crecer por sí mismo.

-La vida me ha enseñado a dar siempre todo de mí misma, a compartirlo todo, a amar sin límites, y esos límites que tú mencionas, me duelen, me dejan vacía, sin voluntad de vivir.

-La voluntad de vivir está sólo disponible en uno mismo, no afuera. Buscarla en un espejo al mirarse en el otro, te deja vacío. Porque es cierto que cuando estamos poseídos por esto, y es una posesión, de la cual hay que cuidarse, sin rechazarla ni temerle, parte de uno parece que se lo lleva el otro, y uno quiere recuperar eso de uno, porque sin eso uno no es nada, así parece...

-No lo sé, no sé analizar demasiado bien todo esto que me pasa. Me siento viva en el deseo, en el deseo más absoluto que he conocido en mi vida, y ese deseo a veces me domina hasta casi hacerme estallar...¿Somos diferentes?- y lo mira fijamente, tomando distancia.

-Sí, afortunadamente lo somos. Pero tenemos una corriente única que compartimos, un solo río que nos lleva, no sé hacia dónde, pero donde nos sumergimos, y somos uno rodeados del agua que fluye sin parar.

-Admiro tu lenguaje, pero no me convence. Creo en la poesía de la piel, de la mirada, de los besos, de la cama interminable...

-También creo en esa poesía, pero también creo que ella no es infinita, que tiene momentos en que se interrumpe...

-No, a mí no se me interrumpe nunca. Mi deseo de estar contigo en constante, y lo sé interminable, infinito.

-Tú sabes que debo regresar del paraíso a dónde me llevas, volver a mí mismo, y reconocerme dentro de mi propia piel, y la soledad que ello implica me es tan necesaria para vivir como nuestro amor. Contigo vivo en un oasis, pero también debo salir al desierto, caminar en él y sentir que todo es posible así, nada se pierde, y todo tiene posibilidades. Yo no vivo a través tuyo, yo me regocijo de que existas, de haber acudido a tu llamado o de que hayas acudido al mío.

-Yo tampoco dejo de hacer lo mío, que no es poco- los ojos de ella relampaguean un instante-, pero eso no quita que también necesite compartir todo eso mío, propio, contigo. Si no, me parece que nos negamos a una vida más plena, quizá no tan elevada como “tus miras”, pero también más real, y en esa realidad, el amor también crece y se afianza.

-A veces eso que planteas es posible, y otras veces no lo es. A veces, adaptarse y resignar cosas de uno mismo no resulta un buen alimento para el amor. Y el “compartirlo todo” puede no ser una buena receta para mantener viva a la criatura.

-Sales de mí y entras en mí a tu antojo, y eso duele. No me hace feliz. Me abandonas y eso duele, duele mucho.

-Pides todo de mí, y para complacerte dejo de ser yo mismo. Me ahogas en el mar de la felicidad. Y recibes a cambio una cáscara vacía.

-Así ya nada es posible...

-Así no resulta posible. Ni aceptable.

-¿Entonces?...

-Tú conoces la respuesta. Si ninguno de los dos parece dispuesto a matar la criatura, habría que encontrar un punto intermedio, flexible, dinámico, que nos permita ser y estar, ser cada uno, y estar unidos como ahora- se inclina y la besa, largamente la besa. Ella le responde, y se funden en una sola piel, en una sola humedad, en un solo goce de infinitas circunstancias.

A la madrugada, él abandona el lecho. Se huele las manos, los brazos, es ella, aún dormida entre revueltas sábanas, una sombra desplegada su pelo lacio renegrido.

Sale. Inmediatamente, ella percibe la ausencia y se abraza a sí misma, tratando de retener la presencia de él. Hasta que, pateando las sábanas, se pone de pie. Prepara automáticamente el desayuno luego de pasar por el baño. No puede pensar con claridad. Algo agrio ha inundado su interior. “¿Cuándo?”, se pregunta. “¿Cuándo otra vez?”. Deambula por la casa, sin orientación, sin sentido cierto. Toma algo, lo deja, toma otra cosa y la estrella contra la pared. Comienza a llorar, y se toma con fuerza del pelo. Quiere arrancarlo, y con él, esos fantasmas que no la dejan pensar, que no la dejan vivir. “ Y esa mierda de ser libre, para qué me sirve, si yo no quiero ser libre”, grita contra el vidrio de la ventana. Afuera, el día apunta soleado. Se seca la cara con las manos y sale. El sol la encandila y se refugia en el alero de la casa. Se sienta en la breve escalera y enciende un cigarrillo. Fuma con avidez. Trata de elaborar una estrategia para el día, para una semana, y finalmente se pone de pie, entra en la casa como una extraña, toma el bolso, quién sabe con qué contenido, cierra la puerta con estruendo y camina con pasos de sonámbula hacia el auto. En el reloj comprueba que llegará tarde al trabajo. “Bueno, por lo menos todavía tengo eso”. Se apresura, y antes de arrancar, en el espejito comprueba el estado de su rostro. No le gusta y comienza a maquillarse con velocidad alucinante. Enciende la radio a buen volumen y haciendo chirriar las gomas se lanza una vez más hacia su día.

Texto agregado el 22-07-2008, y leído por 272 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-07-2008 más que un cuento me pareció una lección de vida. En cuanto a lección de vida, me gustó. paula93
22-07-2008 me gustaria saber como se conocieron y tambien me gustaria una continuacion. un saludo. hada7
 
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