Casi siempre me gusta encontrarle la magia a las cosas, incluso a aquellas donde la mayoría dice que no existe, tal vez por capricho en estas últimas me afano más por descubrirla, pero esa es otra historia.
Si hay algo que me llama poderosamente la atención son las fotos, más que nada las que son anteriores a mi nacimiento o que se han sacado en circunstancias que desconozco. No puedo dejar de mirar los ojos, las expresiones, las poses.
Es todo un misterio para mí el hecho de que varias o una persona se hayan quedado congeladas en el tiempo y en el espacio, me da por pensar si todos están inmortalizados de esa manera por algún motivo ignorado, si esa mano que descansa así es casualidad o preparación, si esa sonrisa es forzada o si apareció por vergüenza, por timidez, o acaso la imagino.
Y las miradas, cada una es tan distinta, tan especial…
No puedo evitar preguntarme en qué pensaba la persona en el instante preciso en que la cámara capturaba la imagen, qué fugaz recuerdo atravesaría su cerebro o qué idea futura se le habría alojado, porque hay brillos y tristezas que no pueden haber sido nunca reflejadas por error o efecto de mecanismos hechos por el hombre.
Es cierto que las fotos en sepia aumentan la nostalgia, que las en blanco y negro provocan más dureza en los objetos, que en las que abundan los colores se escapa un poco de misterio, todo eso es cierto pero no creo que las miradas participen en ese juego.
No, las miradas no.
Me gusta además imaginar las conversaciones anteriores, las posteriores, los movimientos que ocurrieron, los sonidos.
¿A qué olería el aire en ese día? ¿Qué habrá pasado después? ¿Quiénes se habrán encontrado de nuevo? ¿Cuáles jamás volvieron a verse?
Muchas preguntas surgen a partir de una foto, muchas dudas, respuestas que no se tendrán más que en la capacidad de soñar.
Un amigo acaba de decirme algo maravilloso en base a este tema: “quizás entonces las fotos no son para las imágenes, sino para poder descubrir algunos pensamientos”
Y es tan posible o tan hermoso pensar que es posible, cuántas veces lo importante de la imagen no es el peinado, ni el encuadre, ni nada de eso sino el pensamiento que se adivina en una sonrisa, o en la calidez imaginada en ese abrazo, o las cosquillas que tal vez provocó ese cabello al viento.
Ahora, mientras escribo esto, he dejado de creer en la quietud de las fotos, todo un mundo en movimiento se esconde en ellas, un mundo maravilloso porque es el imaginado, basado sólo en sospechas, en hechos que creamos o que nos gusta pensar como posibles.
Miles de historias se camuflan tras ese papel que una y otra vez baila entre los dedos.
Y, por ahí, ese sea el secreto de la magia y no debamos buscarla entre varitas y hadas sino en las cosas cotidianas, en esas que por tan comunes casi ni reparamos.
Sí, creo que la magia a veces es sólo el poder que nos da la imaginación, la capacidad de descubrir realidades, o irrealidades.