Intento entender el porqué de la censura, miro atrás y recuerdo aquel miedo velado sobre los pensamientos en una sociedad que dormitaba rumiando la libertad.

Los flecos del pasado revolotean en el presente yuxtaponiendo entreverado su azote. Miro un desnudo y veo arte, no pecado, veo dos cuerpos enredados e imagino ternura. Siento la daga de los ojos que me miran endiosados, capaces de determinar lo que es moral sin que apenas les tiemble el pulso.

El desánimo por lo que pensé superado me revuelve, ¿Acaso cantar al deseo, al amor e ilustrarlo con arte es algo reprobable?.

Se me agolpan en la cabeza imágenes de mi infancia, jugando con mis amigas en el patio del colegio, yo era de las que nunca llevaba bocadillo o cuerda para saltar, estaba supeditada a la tiranía de la dueña que, con cara de cacique, decidía mirándonos quién podía o no jugar, siempre he sido de las de morir de pie antes que vivir de rodillas y me importaba poco encontrarme entre las afortunadas, pero sí recuerdo sobrecogida aquellas caras de las niñas que se sentían ninguneadas por el rechazo y se alejaban cabizbajas.



El poseer algo no te hace dueño de los que comparten tus pertenencias, el bien y el mal son términos que pasaron de moda siendo sustituidos por el respeto, respeto al prójimo, a sus ideas. Dejemos la beatería y mirémonos al espejo porque la suciedad está muchas veces en la mirada del que extiende su dedo acusador y no en el corazón de quién recibe sus iras.