Hubo un tiempo en que todo lo veía negro. El negro era el único color que existía para mi. No podía comprender ningún otro. Ni siquiera un gris triste y mucho menos un marrón oscuro. Solo existía el negro. Omnipresente, invadiéndolo todo, sin resquicios, sin límites, absoluto.

Cuando ella se incrustó en mi vida, se sorprendió tanto de que sólo fuese capaz de ver en negro la vida, que creo que se asustó. Me la imagino con sus grandes ojos, mirándome estupefacta y pensando que no era posible que yo no imaginase ningún otro color que no fuese el negro. Me dijo: "Te haré ver que la vida es algo más que esa visión negra que tienes de todo. Que existen muchísimos colores y que esos colores son los que hacen realmente bello vivir". Aun la conocía poco y, desde luego, jamás sospeché de lo capaz que era su terquedad.

Poco a poco, pacientemente, hizo posible que yo apreciase más y más colores. Con cada uno que aparecía nuevo ante mi, ella calaba más dentro de mi corazón. Me enseñó a disfrutar del dorado de su cabello, que se parece tanto a esa luz de atardecer en primavera y que es el color de los campos en verano. Logre ver el rojo de sus labios, vivos, sonrientes, siempre fuente de cariño y que es el color de la amapola. El sonrosado de sus pómulos después de hacer el amor que es el color de..... ella y sólo de ella. El blanco de sus dientes cuando ríe, que es el color de la nieve también. El azul de su mirada cuando la noto clavada en mí, que es el mismo color que usa el mar. Todos esos colores y muchos más me enseño a ver, y a discernir cada una de sus tonalidades. A cada color nuevo que me descubría, más la amaba, más me sentía amado por ella. Tanto y tanto nos amamos, que acabamos en pareja.

Ahora que estamos juntos, me hace reír cuando me pregunta. "Cariño ¿de que color son las nubes?". Blancas mi amor, respondo yo. Y espero su siguiente pregunta, que siempre es: "Y dime cariño ¿a que huelen la nubes? jajajajaja". Porque sabe que siempre le contestaré: "A ti mi amor, las nubes huelen a ti", y se que le encanta escucharlo.

Día a día consigue hacerme feliz y que yo me esfuerce en hacerla feliz a ella cada segundo. Disfruta de cada minuto del día. Yo, en cambio, disfruto de casi todos. Hay un momento que se repite diariamente en el que no soy feliz del todo. Cuando me da la mano para ir a la cama. Y ella, como todas las noches deja la lámpara de la mesilla encendida y lee un rato. Es en ese momento cuando pienso......"Dios mío, lo que daría ahora por no ser ciego y poder verla leyendo a mi lado".