Antes de salir, la señora da instrucciones a la nana sobre el cuidado del bebé.
—Mira Pita, ponme mucha atención porque no quiero que después me vayas a salir con que no entendiste lo que te dije. Mi marido acaba de llamarme para avisarme que tiene que asistir a una cena de negocios y que debo de acompañarlo porque van a estar ahí las esposas de algunos importantes empresarios. Quiero que, cuando salgamos, te quedes en la recámara del niño para cuidarlo mientras duerme. Ten mucho cuidado con él porque, desde la semana pasada que empezó a caminar, se ha vuelto incansable y a veces cuesta trabajo dormirlo. Apagas todas las luces, dejas prendida únicamente la lamparita del buró y te esperas junto a la cuna hasta que se haya dormido, pero no vayas a dejarlo solo cuando se duerma; Acercas tu silla a la luz de la lámpara y te pones a tejer, a coser o… a papar moscas, pero ahí sentada; no salgas del cuarto del bebé; no tienes que abrir la puerta a nadie porque nosotros traemos llaves. Si ves que el niño no puede dormir, cántale un poco, cualquier cosa; la música lo tranquiliza ¡le gusta tanto!, o cuéntale cuentos; no te digo que le leas un libro de los que hemos comprado para él, porque, la verdad, eres muy mala para leer, pero ¡vieras que atención me pone cuando yo le leo! Es que es tan vivaracho. ¡Míralo! Ahorita me está viendo y, de seguro, está pensando: ¿A dónde irá mi mamá que se puso tan guapa y elegante? ¡Es tan listo, Pita, que me sorprende! Nunca había visto un niño tan inteligente como él ¿Verdad mi amor? ¡Ah! Ya sé lo que estás pensando, pillín: “Que no se le olvide a mi mamita chula decirle a Pita que, si despierto en la noche, me traiga mi mamila con leche tibiecita para que vuelva a conciliar el sueño” ¡Ah, qué lindo! Te digo que no se le escapa detalle, está en todo, Pita, me tiene sorprendida. Ah, y le revisas el pañal que no vaya a estar mojadito. Uno de estos días va a empezar a usar ya calzoncito en lugar de pañal. No ha empezado a hablar, pero con lo listo que es para pensar, me tiene sorprendida.
El sonido de un claxon interrumpe su perorata y reconoce que es el auto de su esposo.
—Ya está ahí el señor, Pita, no olvides mis recomendaciones y, sobre todo, no vayas a dormirte por ningún motivo.
La señora sale apresurada y deja a la nana con las palabras aglutinadas en la boca; el niño empieza un leve llanto de protesta cuando ve a la madre alejarse; la nana mueve la cabeza y empuña las manos amenazando hacia la puerta en actitud de protesta.
—En primer lugar, señora —empieza a hablar, dirigiéndose hacia la puerta por donde salió la patrona, mientras abraza al niño y lo pasea por la habitación meciéndolo en sus brazos— ya me he cansado de decirle que no me diga Pita ¡Qué pita ni qué ocho cuartos! Pita es la cuerda con la que se bailan los trompos y se juegan los yoyos, yo me llamo Guadalupe, un nombre del que me siento orgullosa; Gua-da-lu-pe como la morenita del Tepeyac, como la reina de México; aunque diga el señor que ni mexicana es porque la trajeron los españoles de su tierra y nos la enjaretaron para mejor someter a nuestros indios.
El niño arrecia el volumen de su llanto y la nana el vaivén de sus brazos.
—En segundo lugar… —hace una pausa y cambia el tono de su voz a uno más reflexivo y quejumbroso— ¿por qué me hace eso, señora? Usted sabe que hace una semana vino la Rosalía a decirme que mi marido la había embarazado y pos, como él no lo supo negar, .lo corrí de la casa y desde entonces, como ahora duermo sola, vengo padeciendo de insomnio, siento que algo -no me pregunte qué- me hace falta pa’ dormir a gusto y por eso fui hoy al dispensario del padre Marcelino a que me diera un remedio. El padre Marcelino me dijo que rezara un rosario o que comprara unas gotas de las que vende en su farmacia; entonces pensé que al estar rezando aquello de “el señor es contigo” o lo de “el fruto de tu vientre” iba a estar acordándome de la Rosalía, me iba a agarrar la rabia y menos iba a poder dormir, así que mejor me compré las gotas para conciliar el sueño. Hoy me tomé la primera dosis y estoy con los ojos —interrumpe sus palabras para abrir la boca en un gran bostezo— que se me pegan de sueño.
El llanto del niño se ha convertido en gritos de rabia, la nana lo zarandea con mayor energía.
—Ya, mi niño, ya —trata de calmarlo— ¿qué vamos a hacer para que te duermas. Vamos a ver si me acuerdo de algún cuento ¿el de Almendrita? No, ese es para niñas ¿y el de La bella durmiente? —bosteza una vez más pensando en lo rico que sería poder dormir durante tantos años—tampoco; y el de La cenicienta y el de Caperucita Roja también son para niñas ¿qué se les cuenta a los niños? Esas aventuras del Pokemón o del tal Yugui-oh son puros pleitos, ni historia tienen que pueda contarse —bosteza otra vez— ¡Ay, Dios mío, qué sueño tengo! ¿A qué horas te callarás, por Dios Santo?
Al llanto infantil se adicionan los manotazos y puntapiés del pequeño.
—¡Jesús de Veracruz!, pero ¡qué genio! ¿Qué te pasa, niño berrinchudo? Ya cálmate, por Dios. Óyeme lo que te voy a decir: Calladito te ves más bonito y dormidito mucho mejor.
El llanto del niño no cesa y la nana aumenta el zarandeo del pequeño.
—Bueno, vamos a probar con una canción, pero ¿cuál? A mí lo que me gustan son las rancheras y los corridos, pero no creo que sirvan para dormir y de canciones para niños, pues no, no me acuerdo de ninguna. ¿Cómo iba aquella del chorrito? Me acuerdo que se hacía grandote y se hacía chiquito, pero nomás ¿y La patita? —se pregunta con los nervios a punto de estallar— pues dizque se iba al mercado con las bolsas del mandado, pero la tonadita no me sale.
Los gritos del niño han llegado a niveles exasperantes.
—Ya la tengo, bebé, voy a cantarte una que le escuchaba a mi abuelita. Deja de gritar para que la oigas.
La nana empieza a cantar con voz no muy entonada, pero con cierta ternura:
—Señora Santa Ana
¿por qué llora el niño?
Por una manzana
que se le ha perdido
Vamos a la huerta,
cortaremos dos,
una para el niño
y otra para Dios.
Los gritos del bebé continúan. La nana acelera los paseos y el zangoloteo del niño se vuelve violento.
—Parece que no te gustó—comenta con desánimo— pero ya me acordé de otra; vamos a ver si esta si te arrulla.
La Virgen lavaba,
San José tendía
y el niño lloraba
de hambre que tenía
Los gritos desaforados del bebé compiten en volumen con la voz de la nana que canta.
—El niño lloraba de hambre que tenía —grita la nana con la cara congestionada por la exasperación— pero tú no lloras de hambre, lloras por necio, malcriado y caprichudo.
Alza la mano para darle una nalgada, pero se detiene y recapacita.
—¿Y si tuviera hambre?— se pregunta.
Repentinamente la cara se le ilumina.
—¡La leche! ¡Cómo no se me había ocurrido antes!
Deja al pequeño desgañitándose sobre la cuna, se dirige a la puerta y sale apresurada.
Momentos después regresa enarbolando la mamila como un estandarte.
—Tátata, taaaaaaa
* * *
Cuando los padres regresan a la casa encuentran al bebé profundamente dormido y, a un lado, reposando la cabeza sobre la mesita de noche, a la nana disfrutando de un profundo sueño.
* * *
Más tarde, ya en su cuarto dispuesta a meterse a la cama, la nana saca de su bolsa el frasquito de las gotas para el insomnio y lo observa sonriente.
Es entonces cuando ve, por primera vez, el aviso que, en pequeñas letras mayúsculas rojas, advierte:
“NO SE SUMINISTRE ESTE PRODUCTO A NIÑOS MENORES DE 12 AÑOS SIN LA AUTORIZACIÓN Y BAJO LA VIGILANCIA DEL MÉDICO, YA QUE PUEDE OCURRIR PÉRDIDA DEL CONOCIMIENTO Y, EN CASOS EXTREMOS, — SOBRE TODO EN MENORES DE 3 AÑOS— TENER CONSECUENCIAS FATALES”.
Abre los ojos aterrorizada y exclama en voz alta:
—¡Jesús, María y José! ¿Despertará mañana? |