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Una copiosa y mohína lluvia cae tras sus espaldas. Refugiados en una isla sin cielo esperan la parada del autobús. Sus dedos entrelazados indagan las probabilidades de perpetuar ese momento y vaciarlo en sus corazones. La imperturbable mirada de él eclipsa con un atisbo de ella. Ríen. Pasa otro autobús. Hacen suyo el momento. Un foco sagital los ilumina: solo a ellos. Lo resto es, sin más, nada. La comisura de sus labios tiende a curvarse. Un beso. Un beso sin más, nada. Tras la lluvia resplandecen un par de anillos cuando comienza a caer el día y subir la noche.

Algunos dicen que el gran paso es el matrimonio. Yo creo que es el beso.

La veo, siempre la veo. Y ese esfuerzo infatigable de acercarme nunca se concreta. Hoy la vi pasar, llevaba ese pañuelo, -pétalo de rosa-, que flameaba sin viento, esa misma estela que hacía revolotear a las piedras. Su pelo estaba más oscuro que de costumbre, pero que va, me acostumbro a sus cambios mas que ella misma y parece que yo me interrogara sobre por qué me teñí el pelo. Mientras la veía pasar, mientras su perfil abrazaba mis pestañas y mis párpados, en un torrente caudaloso de luces y sombras, de esperanzas y, y de miedo, comenzaba a recorrer con su cuerpo mi vista: – atropelladamente- cintura nimia, delgada, frágil, mirada profunda expresiva e indómita como ojos cafés, la nariz fuerte pero tibia, pelo liso derrotado algo mas abajo del hombro -con alguna ansia de marea-; un ritmo adágico y cancino, pero también intenso, envolvía su silueta.

Hoy lo vi. La sombra de un ciruelo cubría la mitad de su rostro. Es algo oscuro. Siempre lo encuentro deambulando en algún lugar cercano. Y pensar que alguna vez nos hicimos llamar amigos. Y todo se acaba. Que no hay tiempo, que la micro se va, que salimos del colegio, que no tomo agua, que no me mientas, que te alejas, que eres fugaz, que vas y vuelves sin aviso, que todo pasó, que estamos viejos, que somos jóvenes, que ya no nos vemos, que te extraño, que te necesito.

Yo creo que debemos ponerle fecha. O sea podríamos hacer algo así como formal. La tensión es demasiada y se que lo siente. Lo siento, debo informarte que esta relación esta demasiado avanzada, que ya debemos poner fecha. ¡Para el beso! Que te veo todos los días, que no puedo dormir, que estoy en estado de ojeras agudas, que mi pelo necesita agua, mis camisas una plancha, que no puedo concentrarme en abrir los ojos.

Pues entonces juguemos a ser niños. Yo le pido permiso a tu mamá. (E intentaré a tu papá). Y nos vamos en un triciclo fugaz a algún planeta cercano. En lo que respecta a mi con Saturno me basta. No puedo hoy. Pero si mañana, y toda la semana, y toda la vida. El problema es que tal vez nunca puedo hoy. Pero siempre puedo mañana. Y ese es un problema. Siempre espero mañana y cuando llega se convierte en hoy. Y pienso: es que lo haré mañana. Si eso, lo del compromiso. No, no, no, matrimonio no, eso es un contrato feudal no más. Yo digo el beso. El verdadero compromiso. Sí, eso mismo. Siempre mañana. Nunca había pensado en hacerlo hoy.

Yo creo que si deberían estar juntos. Deberían dejarse de bobadas. Ellos son siameses de madres distintas. No me explico como no se han casado aún. Sí me vinieron a preguntar lo mismo. Si me dijeron lo mismo. Yo no me explico hasta donde puede llegar la incredulidad sobre el destino. Pero si hoy los dos andaban en cada pie con un calcetín de distinto color. Los dos tenían su zapatilla izquierda desabrochada puesta en el pie derecho. Y los dos tenían ese aire esperanzador y quimérico. Si, son cosas que pasan en Saturno.

Él deambulaba por Santiago. Pensaba para sí como esa barrera infranqueable del primer beso podía ser tan vejadora. Veía su entorno, que lo aplastaba, algunos edificios de mirada inquisidora e irascible en cuyos ojos efectivamente se reflejaba el crepúsculo, y que parecían abalanzarse sobre él solo por la culpa de nunca hacer nada. Paro en una esquina. Y pararon todos. No podía ser.

Yo siento que debo hacer algo. Me siento sola. Y no porque me sienta así lo miro de soslayo. Yo se en mí que me atrae pero de lo obvio no pasa nada o tal vez sobre lo obvio no hay que hacer nada. Si, si, volvemos a lo de mañana. Pero si mañana lo hago. Ahora de veras que sí.

Él desembarcó en un café. Algo oscuro, un poco lóbrego, con sabor a mediados de los 80. Pidió solo un café, mas amargo que su desesperación. Pero algo le hizo sonreír, o dibujarle un esbozo de sonrisa al menos. De fondo se erguía algo esperanzador. Sonaba Soda Stereo, el grupo que había amado toda su vida. Y más aún su canción favorita, que lo hacía remontar años atrás, en su pieza – ya extinta y desvalijada de los sueños de niñez, por inquisidores de antaño-, con ella, cuando eran amigos, cuando aprendía a tocar guitarra, cuando con 14 años le cantaba “Una crema de estrellas, parece cubrirlo todo, en mi, constelación..” y efectivamente las estrellas se acercaban un poco más y esos anillos descubrían su rostro del velo nocturno.

Yo creo que ese el problema cuando dejan de ser niños. Allí todo es más simple. Hasta hablar es mas sencillo. Con menos palabras se dice mas, incluso si están mal dichas, que el dedo, el fidedo, -que va-, hambre. Y así de simple. Y una sonrisa se impregna al momento y el llanto invade en otro y la risa y la lágrima, al final todo es uno. Y ellos son uno. Lástima que no quieran convencerse. Cada día mas se deja y aleja la semilla de nuestra vida y ya pasa la flor. Por eso me casé. Asegure mi destino, el amor y la felicidad. Y ya no es un juego de niños , no es así de simple, pero no comprendo como me casé en 3 horas y ellos no han vuelto a hablarse en 9 años. Se ven todos los días, hablan con parpadeos y miradas evasivas, y aún nada. Yo estoy esquizofrénica pero no aguanto, no tanto. Creo que le daré un beso a cada uno y veo si de ello sale un primer beso al menos.

Me siento desesperanzada. Hoy no lo he visto. Ya siento el vacío de no verlo. De separarme de él. No lo he visto. Y se que hoy habrán menos estrellas para mi. Se que hoy faltarán dos constelaciones en la noche, hoy vi dos estrellas menos al despertar. Debo salir.

Coge su abrigo y sale impetuosamente por la puerta, Todo parece rojo, todo parece indicar que efectivamente no habrán estrellas esa noche. Crepúsculo cobrizo, viento tibio (estremecedor, un presagio de un milagro o una catástrofe).

Camina rápidamente, el suelo se torna esponjoso, el paso más ligero, el abrigo queda atrás, no hay semáforos (algún bocinazo imperceptible si), y llega a su lugar de descanso donde el alma parece fundirse con los adoquines y todo queda reducido a una alegoría de sentimientos, un vitral de emociones. Comienza a caminar por su paseo, de ella, de nadie más, no existía él y que va, no importa, ahora no importa. Hoy cafés no, no me invadan mi espacio, soy tolerante pero no tanto, el café mancha los dientes, un paseo sin café me hace dormir mejor y más caminando aquí.

Se sienta al borde, de espaldas a una pequeña fuente y cree escuchar tras de sí, tras el telón de algún localcito, “ una crema de estrellas”.

Que lindos recuerdos, nos tomábamos la mano, cantábamos mirando la noche por la ventana de su pieza y viajábamos por todo el sistema solar. Conocí la Luna. Conocí el sol de noche. Conocí Saturno. Nos queríamos inocentemente. Todo era más fácil.

Debo irme de aquí. Tira algún papel de su bolsillo sobre la mesa. No se limita a mirarlo si quiera, nada. Sale. Desesperadamente cruza sus manos y se sienta al borde de la pileta de mármol, mirando el lúgubre, pero a la vez acogedor local de donde acaba de salir. Unas hojas secas rasguñan el suelo, otras caen haciendo eses, y otras cuantas lastimeras.

El oye un leve llanto, casi un sollozo imperceptible. Y no. No. Definitivamente no. No estaba ese día para socorrer damiselas en peligro. O como dicen por ahí ¡Cuánto puede una mujer que llora!, él no. Sabía que hoy no. Que alguien más la ayude y que lo ayuden a el también.

Mis manos estaban adosadas a mi rostro. Lloré. De soledad.

Comencé a caminar y lancé una mirada sobre el hombro. Una chica con un abrigo: la cara entre las manos. Para que llorar. No soluciona nada. Aunque tal vez sí. En realidad no sé. Tengo la certeza que si ella hubiera estado ahí habría sido el momento. Pero que va. Ella no siente nada. Eso ya lo sé.

Como edificios tenemos la misión de hacer razonar a la gente. O sea no por nada el Partenón era como una pirámide truncada. En esos tiempos no era necesario abalanzarse sobre la gente. Hoy si. Y mira, esa pobra niña desamparada, perdida al borde del agua, con sus manos sus lágrimas y su rostro marchitado. Y él que se marcha, el que se va. Nos abalanzamos sobre él. Tiene que entender. No afrontes un edificio en crepúsculo.

El sintió un tibio escozor en su corazón y algo frío recorría su espalda. Otra vez la culpa de no hacer nada. Dio media vuelta y comenzó a caminar. A correr. A flotar.

Debía parar de llorar. No quiero buscarlo. No quiero verlo. Debo salir de aquí. Irme de esta pileta, de este paseo, de estos adoquines. De esta vida.

El sentido inconmensurable de justicia, el azar, el destino, o los designios del altísimo logran quebrantar las reglas de lo posible, o de los momentos exactos.

Comienza a llover.

Comenzó a llover. Que va. Veré si los junto. A ver si de una vez por todas me dejan de molestar y se van ellos. Me quedaría sin tema de conversación, pero, pero es mejor. Si esta escrito. Que frío, mejor cierro esas cortinas. Que lindo, como se refugian bajo el paradero, bajo la lluvia – esas son cosas que no pasan cuando te casas-, en el contrato no hay nada de paraderos bajo la lluvia que encuentran almas desconocidas en esta vida o en la otra o en ninguna tal vez-

Es la mejor foto que obtuve: raramente estaba desolado, extrañamente Lastarria estaba vacío un Jueves y me parece raro. Que saco fotos ahí desde la Colonia y jamás estaba así vacío. Pero que va. Esta si es buena toma. Y nada de regular la luz, el obturador, que la película. Nada. Salió natural. Parecía un montaje perfecto. Un montaje natural.
En realidad bastante copiosa estaba la lluvia cuando sacó la foto ¿eh?. Aún así está bonita la escena. ¡Qué no la había revelado!. Que va, si es su mejor trabajo. Un crepúsculo lo puede todo ¿eh? Aún en la ciudad. Si, si enmarcada por favor. ¿cuánto es? ¿qué no la vende? Pero vamos, si es para dos amigos. ¿qué si se casan? No, no ellos no. No les gustan los contratos feudales. No, es que hoy cumplen 10 años juntos.

Texto agregado el 21-07-2008, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


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