EL MEJOR AMIGO
Federico, Armando y Carmelo festejaban todo lo que se podía festejar, no dejaban pasar la mínima oportunidad para echarse unos tragos de licor y divertirse de lo lindo en sus francachelas memorables. Todo evento publicitario organizado y promovido por los rapaces e insaciables medios masivos de comunicación, ellos lo festejaban; si era el día del maestro, ¡ándale!, aunque ninguno de ellos fuera maestro, pero ¡carajo! habían tenido maestros. Si era por el día de la Madre, ¡se vale!, porque después de todo, ¿quién no tiene madre?, decían justificándose, hasta ellos quienes “no tenían madre”, los habían parido y rompían en risas estentóreas.
Aquella tarde, los tres amigos festejaban —para variar— el Día de la Amistad, ¡qué mejor oportunidad!, si ellos eran tres grandes amigos y en verdad creían estimarse. Después de la tercera botella de ron añejo, las buenas costumbres, el sentido común y el decoro se les fueron envolviendo entre el humo de los cigarrillos, los efectos del licor y el ambiente del lugar donde estaban. Afloró en ellos el ánimo pendenciero, la fanfarronería, la obscenidad y el vocabulario soez.
Bien pronto se presentaron los problemas, Carmelo quien estando borracho era el más libidinoso de los tres, empezó a asediar a la mesera con propuestas indecorosas y a cada evasiva o negativa de la mujer su ira iba en aumento. Al poco rato se escuchó el sonido característico de una bofetada y una mentada de madre en voz de la mesera. Armando y Federico dejaron de reír y volvieron la mirada hacia donde estaba Carmelo y la mujer, en el antro las voces se acallaron, sólo se escuchaba en la viaja sinfonola : “….y sigo siendo el reyyy”
Carmelo se frotaba la mejilla y miraba con odio y asombro a la mujer que lo había golpeado. La concurrencia rompió en risas, incluidos Armando y Federico, los menos, sonreían con burla. Enloquecido por la vergüenza, el añejo, el machismo ultrajado y el escozor en la mejilla, Carmelo sacó una pistola de entre su ropa y disparo tres balazos al pecho de la mujer al tiempo que gritaba: ¡Dos por mi madre y uno por mis güevos! y salió a toda prisa con el arma en la mano y el miedo a cuestas.
Los otros dos amigos lo acompañaron en la huida, ¡que caray!, uno para todos y todos para uno, —dijeron— A los pocos meses, cuando festejaban “la gracia” de Carmelo, en ausencia de éste, porque el asesino se había ido “un rato” con la mesera quien los atendía en un lugar alejado de donde fue el crimen, Federico y Armando fueron aprehendidos —aunque tarde— por la policía.
En los interrogatorios para saber el paradero de Carmelo quien seguía prófugo, el comandante Chavira les explicó su situación jurídica, ellos no habían cometido un delito considerado de gravedad, con una fianza podrían quedar libres bajo reserva de ley. Les pidió pensaran en sus familiares quienes estaban angustiados por ellos. Les comentó también de la orfandad dos niños por la muerte de una mesera quien sólo había cometido el delito de negarse y defenderse de la lascivia de un borracho machista incapaz de entender dos poderosas razones de la mujer para negarse a tener sexo con él: la primera por estar menstruando, la segunda, porque gratis no lo acostumbraba.
Armando fiel a la amistad de tantos años se negó rotundamente a dar pormenores de donde podía estar escondido su amigo Carmelo, ni con los sofisticados métodos de tortura utilizados por la policía lograron sacarle ni una palabra de denuncia. En cambio Federico, a las primeras dio con lujo de detalles los posibles escondrijos de su amigo; aunque tardíamente se llenó de vergüenza por el asesinato cometido por Carmelo y le pudo mucho el sufrimiento y la orfandad de aquellos hijos de la víctima y desde luego el dolor gratuito de su madre, ella sufría su ausencia, no podía ni debía valorar más la amistad por sobre el amor de quien le dio la vida.
Ahora Carmelo está en prisión condenado a muchos años de cárcel, su amigo Armando lo visita tres veces al año porque según él, explica entre risas, sus múltiples festejos le impiden ir con más frecuencia.
Federico después de pagarle un buen abogado para su defensa, logró una importante reducción en la condena de su amigo Carmelo, ésta fue mucho menor de la merecida por el asesino. También se preocupó no le faltara nada en el lugar donde su traición lo llevó, cuidó hasta sus últimos días a la madre del presidiario quien había quedado en el abandono. Nunca fue a visitarlo, ha dejado de festejar, porque con un amigo preso no hay mucho motivo para festejo.
Hoy las alegrías las toma de la vida, cada amanecer es para él una fiesta, se embriaga con el dulce néctar que le brinda el núcleo familiar y cada vez que tiene oportunidad le cuenta a sus hijos la historia de siempre: En algún lejano lugar tiene un gran amigo de nombre Carmelo, a quien quiere mucho, el mismo quien algún día habrá de regresar para festejar juntos de felicidad.
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.
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