UN RECUERDO
CUENTO
AUTOR: JORGE DURAN
Hace ya varios días que está nevando.
Me gusta en estos días revisar papeles viejos y ver fotografías.
Mi esposa ha salido de viaje y puedo beber mis licores preferidos y gustar de mis habanos sin recibir reprimendas.
Esta foto con “Tere” me trae muchos recuerdos.
Pasó que cuando teníamos dieciocho años nos enamoramos.
Fue cuando me dijo: “Te adoro.”
Nunca me lo había dicho una mujer. Será por eso que toda la vida recordé esas palabras. Ahora ya hombre mayor, valoro aquel sentimiento y me digo: “Fui amado, que suerte que tuve, alguien me amó.” ¿No es eso acaso una dicha?.
Era huérfana de madre y padre. Tenía dos hermanos mayores, el más grande de ellos hacía las veces de padre. Eran de una familia aristocrática sin fortuna ya, pero conservaban la altura de aquel linaje.
Era una dulce niña. Yo la trataba con respeto.
Aquello no duró mucho, un día me cita a su casa. Estaba demacrada, apretaba en sus manos un pañuelito blanco. Se alzó en las puntas de sus pies y me besó. Volvió a decir: -Te adoro- y una lágrima rodó por su rostro.
-No podemos vernos más –musitó a través del sollozo contenido. Mi hermano no quiere que tenga nada por ahora.
Salí de aquella casa humillado. Yo no era de la clase de aquella familia. Era un muchacho humilde y de trabajo.
Pasaron algunas semanas y logré que me recibiera en su casa. Entonces volvía a tener aquel pañuelito apretado en sus manos. Lo apretaba y apretaba. No me besó. Aquella lagrima apenas asomó a sus ojos pero no rodó por su mejilla.
Le dije que nos casáramos. Le supliqué, le rogué: Tomemos los días que hagan falta para los trámites y nos casamos en silencio, sin que nadie lo sepa. Entonces nadie podrá separarnos ya.
Me dijo que lo pensaría. Me pidió que la llamara y me daría la contestación.
Fue la última vez que la vi.…
No atendió nunca mis llamadas…
Volví a sentirme humillado.
Mucho tiempo llevé el dolor y la humillación.
Pensé entonces que todos construirían sus vidas alrededor de Ella, se casarían, formarían sus hogares, tendrían sus hijos.
Poco a poco Ella iría quedando sola, relegada. Si, eso pensé siempre.
Se que la humillé con este pensamiento, pero así lo veía.
Sin embargo algo la comprendí. Entendí un poco su sentido de la obediencia hacia su hermano y algo me hizo ser un tanto solidario en este aspecto aunque me doliera y me afectara.
Me casé con una gran mujer. Hace cincuenta años que estoy casado con una gran mujer.
Durante todos estos años pienso en Ella.
Por eso me dije siempre que aquel besó me marcó.
Hoy después de tanto tiempo quise salir de la duda. Sentí el impulso de verla y saber de Ella. Viajé mil quinientos kilómetros de ida y otros tanto de regreso.
Di con un amigo en común.
-Hace treinta años que está en una casa de retiro –me dijo.
Fui a visitarla previa llamada telefónica con la directora del lugar.
Aparentaba noventa años. Destruida… Totalmente sola.
En el fondo de sus anteojos gruesos estaban dos ojitos sin vida. Las manitas sarmentosas temblaban.
-¿Te casaste? –Me preguntó.
-Si. -¿Y vos?
-No. -me dijo en un susurro, sacó un pañuelito blanco y comenzó a estrujarlo en sus manos.
-Aquí estoy bien. -Me cuidan…
-Quedé sola muy joven…
-Todos se fueron…
Volví a buscar el fondo de sus ojitos.
-Nosotros tendríamos que habernos casado –le dije. Apenas pareció mover los labios, algo así como una sonrisa.
Me puse de pié.
-¿Te vas?-preguntó.
-Si, me voy…
Bese su milla, apreté una de sus manos.
A la salida alguien me dijo: -Venga a visitarla. Está totalmente sola. Nadie la viene a ver. Lleva así más treinta años.
Se que la humillé con aquel pensamiento: “Todos se casarán, todos harán sus vidas”…
Ella enriqueció mi existencia entonces. “Te adoro”,. me dijo en aquella oportunidad.
Ya en la calle me pregunté:-¿Realmente se habrá acordado de mi alguna vez?
No se como y porqué tenía en mi mano su pañuelito estrujado.
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