El escondite no era demasiado seguro.
Tampoco cómodo.
Conseguir provisiones cada día, era arriesgarse a ser descubierto y, por lo tanto, asimilado instantáneamente. También al entablar comunicación para cada intercambio, toda la atención, puesta a disimular el rechazo y las nauseas que me causa la cercanía al mero contacto.
Debo evitar ser contagiado a cualquier costo.
Maldigo el día que llegue a esta cuidad corrompida, desconociendo la peste.
Su canto de Ninfas fueron las mejoras y cambios, que proponía a los cándidos que caímos en sus dominios. Mejoras y cambios económico sociales, eran más que un anzuelo a los desprevenidos que como yo mismo, intentábamos crecer en este mundo ya casi sin espacios.
Poco a poco, devoraba y regurgitaba, a cada uno de sus nuevos habitantes. Noveles soldados de la causa, infectados e infecciosos.
No sé aun porque extraña causa, desde un primer momento logré escapar indemne de los centros de reunión, símil tribus. Tal vez, con algún tipo de inmunización que desconocía. Algo, intuyo más adquirido que genético.
El observar sus ritos, llenos de ponzoña y vilezas; rápidamente me permitió poner guardia y prevenirme, desarrollando un instinto de supervivencia automatizado, en sincronización extrema.
Metódico e imperceptible, entendí que la clave estaba en pasar desapercibido confundiéndome en sus miserias.
Imperceptible no significaba escondido, sino casi todo lo contrario. A ojos de la porquería, es fácil disimular haciéndose pasar por una mutación más del entorno. Quizá al principio hay una pequeña desconfianza, pero luego, eres uno de ellos, otra insignificancia en el montón.
Atento a lo importante, no desafiar. No competir con la mediocridad de líderes y dominios, ya que el solo intento de mostrar iniciativas o inspiración alguna, te convertía en el blanco de sus elucubraciones y tramoyas. Rápidamente todos sus esfuerzos prestos a la contaminación y, convertirte o eliminarte.
En su poder obran todos los centros de abastecimientos. Todo organismo burócrata y de necesidad. La embestida ocupo primeramente esos puntos, claves obviamente para el dominio y el paulatino contagio. Luego, uno a uno, medios de comunicación y lugares de reunión, fueron sumados a la difusión de la causa.
Toda una batería de imágenes y sensaciones, puesta a disposición de atontar las voluntades. Todo el márquetin desarrollado consuetudinariamente, a fin de atontar y finalmente desterrar, las defensas de los incautos.
Al correr de los tiempos, la info de que en otras ciudades, la peste comenzaba a adentrarse y ganar terreno, hizo que desestimara por el momento tratar de escapar y me abocara a la paciente tarea, de adaptar las estrategias de supervivencia, hasta poder encontrar finalmente el resquicio en el mundo donde podría estar protegido.
También, mis tiempos se ocupaban en buscar la posibilidad de que otros como yo, hubiesen podido descubrir y evitar la enfermedad a tiempo. Ciclópea tarea, e inútil. Supongo que de existir algunos más, y de haber podido mimetizarse tanto como yo, los habría convertido en indetectables aun para mí. En pocos percibí atisbos de sanidad, pero el riesgo de evidenciarme era demasiado alto. Ser descubierto era a esa altura, el exterminio, para mí, y para los planes de escape ya bastante desarrollados. También, la inútil inmolación de mis seres queridos, porque todo me quito la peste. Todo.
Tampoco pude hacer nada para salvarla. Sucumbió a los contagios, incapaz de mantenerse fuera de los sitios de concentración de las bestias corrompidas. Le faltó el carácter y la estabilidad emocional para lograr prudentes distancias. Cada día perdía fuerzas, y el desequilibrio comenzó a sodomizarla, haciendo que perdiera referencias y la capacidad de leer a tiempo los síntomas. Prefirió ser asimilada, a sentirse sola, diferente. A enfrentarlos. Finalmente, y ante mis esfuerzos estériles, fue arrastrada a los dominios de la pestilencia. Hubiese dado mi vida por salvarla, pero irónicamente, debo evitarla hoy más que a nadie. La amenaza de su delación, me expone más que nunca.
En el enfermizo afán de protegerla, puse a la vista algunas de mis partes más cuidadas. Baje guardias en demasía, y solo terminé logrando que perdiera el rumbo. Me equivoque, es mi error, pero no debo dejar que sea en vano. Su sacrificio debe potenciarme.
Más concentración y más empeño, en la búsqueda del escape final. Estoy agobiado, pero los tiempos acelerados a mi voluntad, son placebo a mis fuerzas. Pronto la estrategia de escape estará completa. También la posibilidad de dejar abierto un canal que pueda ser visualizado por los no contagiados. Pongo todo a esa opción.
Esta mañana, la decisión está tomada.
Emprendo la fuga, con más equipaje que lo puesto. El horizonte está claro y es un buen designio. Sé que el camino es pesado, tedioso, y mantenerse raya el paroxismo, pero las fuerzas me posesionan a la vez que voy logrando distancias. Sé que encontraré mi lugar. Esta allí, esperándome.
Dejo señales convenientemente disfrazadas, y quedarán para el que las pueda decodificar. El que sepa como buscar, las encontrará. El que las encuentre, comprenderá. Y el que comprenda, habrá encontrado finalmente la cura que los libere de esta…ciudad de monstruos.
Si tienen con qué, busquen las señales. Allí estarán para los que quieran verlas.
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