lo cierto es que la vida te avienta de culo contra cosas bellas pero dificultosas. Fíjate yo, por ejemplo, el trece de abril de este año me topé con un muchachito sucio y realengo que iba a dormir frente a mi casa porque su mamá lo dejó tirado en la calle. ¿qué iba yo a hacer? ¿cómo lo dejaba? no podía. Primero entré a la casa y me senté consternada en la cama a mirar a mi marido como quien quiere preguntar pero le da miedo preguntar y no se atreve, pero mira a la gente hasta que la gente le dice -¿quieres preguntarme algo?-
-si, si quiero. allá afuera está Eduardo, el niñito que vivía con X y que era hijo de otra X y que yo una vez le di clases de X... está en la calle otra vez.
-ni te atrevas-
-pues sí me atrevo, total, no vine a preguntar

(idiota que es una, claro, con esa cara de pregunta no se me ocurría otra defensa)
y un -si me llego a enterar de que ese niñito te hace tener problemas...- y un - no te preocupes, que aunque me los cause, no te vas a enterar-
fin de la conversación y salí a buscar al fulanito.

Lo encontré por allá sentado, llorando, con una mirada de desesperanza que no le cabía en los 9 años. Y por supuesto empiezo a buscar a los solidarios que se montaran conmigo en la odisea de buscarle sitio y escuela. Escuela estaba hecho porque soy maestra, pero techo... pues mi prima lo albergó y yo lo buscaba todas las mañanas para ir a estudiar.
Resulta que a los dos dias- DOS DIAS!!!!- el gran carajo empezó a llamarme "mamá". M-A-M-Á. No lo podía creer. ¿Y qué hacía yo ahora con este pánfilo diciéndome mamá? yo que todavía no salgo del síndrome de hija única, ¡y viene un tripa seca de 9 años a decirme mamá! Pues ni modo. Buscar psiquiatra, psicólogo, casa hogar, y pare usted de contar.
Lo cierto es que hoy en día ya logré que me dijera madrina, que dejara de portarse tan horripilantemente mal, que se quedara a vivir en una casa hogar de donde lo voy a buscar para pasear los fines de semana, que dejara de comerse las uñas y que aprendiera la tabla de multiplicar.
Es súper inteligente el condenado, y en el fondo, en el fondo, no lo puedo negar, lo quiero, sobre todo cuando llego y sale con esa nueva mirada de futuro que, repito, no le cabe en los nueve años.
Y ahora que veo este foro se me hace que la vida es algo así, un ir y venir de coñazos que te hacen ser feliz no tanto por recibirlos si no por el orgullo de aguantarlos y salir airosa. Eduardo es mi ahijado, pero además es un libro viviente que andaba por ahí rodando a lluvia y viento, y que yo de una u otra forma levanté, y abrí la tapa, y lo estoy leyendo justo ahora y creo que no acabaré de leerlo en lo que quede de vida. Eduardo es una linda historia, y estoy orgullosa de ser parte de ella.