¿Qué más puedo necesitar?
Tengo algo que perder,
no puedo perder.
(Héroes del Silencio)
El desierto me ha mostrado muchas orillas en las cuáles me he sentado a descansar. Pero sigo inmersa en él, me gusta caminar sobre la arena, me enseña, me entrega alucinaciones que se acorazan acercándose más a la calidez que se bifurca cada vez que me fundo en bríos que suelen ser batallas, para volver a contar versos perdidos y llegar por fin, a los que no quiero perder, porque con ellos, no necesitaré más nada.
Suelo distraerme en peligrosos desafíos, de los que se pagan con sangre, porque estos sólo se cobran de ella, sin siquiera entender rencores. Y a pesar de que los granos de arena también me han dejado ciega, más de una vez que el desierto decidió soplar fuerte, tanto, que su viento dejaba oír sus risas irónicas y hasta carcajadas, cuando se encontraban mis ojos cubiertos, y ardiendo. Pero siempre encontré dónde apoyar mis pies descalzos, marcando mis huellas, para dejar de darle la espalda a lo que pretendo llegar, y giro hacia otro lugar cuando lo estoy por palpar.
Pero ahora no quiero se evapore en algún insignificante recuerdo; no quiero luzcan esos disfraces de ángeles o luces en demonios, secando y resecándose cada palabra uno o dos días después; no quiero se desquebraje en ese crujir que el alba intenta florecer a la fuerza, lo que la noche al caer, enredó en las salas de quimeras de lo que puede ser, pero no; no quiero se opaquen los bares entre copas, y sabes que puedes encontrarme con una sonrisa ni bien cruces la puerta al brindis de lo que nadie podrá quitarme, porque no me queda nada por perder, si no es en tú mirada.
Seremos lo que seremos, hoy y mañana, para reconocernos en las tardes que se abrigarán vistiéndose con nuestros labios; y las pieles desnudas volverán a comprender las otras pieles que nos han rozado, las de antes, las de ahora, las que nos dejaron la verificación de nuestro reconocimiento aún en la distancia, la que te llama a gritos, pues es la única capaz de calmar la sed en esta memoria de tu presencia, y de regar el séquito de años que no encontraban lo que realmente necesitaban, confundiendo lo que no se puede perder, porque aún no había llegado.
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