Todo pueblo tiene una historia y su carácter como tal se encuentra de manera permanente y constante atravesado por ella. El perfil ideológico, cultural y de identidad están construido sobre redes permeadas por diferentes sucesos históricos.
Cada sociedad, cada nación, es el resultado de miles de procesos de formación de identidades. Es de esta manera que nuestra historia como argentinos nos ha convertido en lo que somos actualmente.
Pensamos, reflexionamos, razonamos, nos comunicamos e incluso, a veces, sentimos diferente que las personas de otros países, quienes también están construidos como sociedad bajo ciertas características especificas.
Hace algunos años atrás la cuestión de la identidad era clara, contundente y definitiva. De manera rápida y fácil éramos capaces de diferenciar esas identidades nacionales en el resto de las personas, los límites ideológicos y culturales se reflejaban en las mismas fronteras geográficas.
Sin embargo, hoy en día, algo inquietante permanece latente. Bajo el manto gigante y avasallador de la posmodernidad, el capitalismo y la globalización se plantan ante nuestra realidad con presencia abrumadora.
Desde aquella remota Revolución Industrial, el mundo ha sufrido una gran cantidad de cambios sociales, políticos, económicos y culturales. Las fronteras, de la mano de la globalización, han comenzado a experimentar una suerte de borramiento.
Como en todo el mundo, nuestra identidad como argentinos se ha visto afectada. La “pureza cultural” nunca ha existido, pero si siquiera había mínimos rasgos de ella, hoy han desaparecido por completo.
Nuestra sociedad y nuestro país se construyeron bajo una identidad clara y especifica. Pero la gran pregunta, bajo el nuevo contexto mundial y social, bajo el sistema de Aldea Global que rompe y explota las diferencias y las identificaciones, es si aun podemos afirmar y sostener la existencia de una identidad nacional que nos defina, identifique y diferencie como argentinos.
Es preciso recordar que nuestra formación de identidad está y estuvo constantemente cargada de mezclas culturales. Desde que éramos colonia, hasta las inmigraciones durante el siglo XX.
Centenares de costumbres con diferentes y variados orígenes han dado como resultado lo que hoy se conoce como el ser argentino, la “argentinidad”.
Nuestra identidad esta y permanece compuesta por sumas y mutaciones; y eso es lo que nos conforma. Evidentemente, tenemos, conservamos y, en ocasiones, transformamos, una identidad nacional propia y única.
El mate, los asados, la familia, los amigos, nuestras formas de comportarnos, reaccionar y actuar nos son propias gracias a esa forma histórico – cultural que nos ha hecho ARGENTINOS. Lo bueno, lo malo, lo mediocre, lo noble, lo cómico, lo triste, lo honorable, lo patético; todo eso somos en nuestros miles de actos cotidianos como nacientes y vivientes de la patria Argentina.
Nuestra identidad cultural existe, somos argentinos; y esa simple frase, es decir miles; encierra cuestiones que nos conforman como sociedad. Cuestiones que nos unen y a veces también, nos separan.
Si bien es cierto que el mundo ha cambiado, y es cierto y real el borramiento de fronteras, la identidad aun permanece, lucha, resiste y cede.
A pesar de las hibridaciones y desvirtuaciones culturales y sociales, aun somos un país unido por características ideológicas y de comportamientos muy particulares, únicos, específicos; aquellas que nos representan de cierta manera y no de otra.
Bajo los cambios mundiales en cuanto a la cultura se han escondido o disimulado las esencias de las identidades, pero es necesario abrir más los ojos; pues no somos una masa social homogénea. La identidad, las semejanzas, las diferencias que nos conforman y constituyen han elevado y remarcado la grandeza de las sociedades y los países del mundo.
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