“Lo hermoso del desierto es que en cualquier parte esconde un pozo”
(Antoine Saint-Exupéry - El Principito)
Te soñé anoche.
Fue un sueño de esos que empiezan borrosamente enredados y luego se pintan de colores y sensaciones.
Estábamos con otras personas e íbamos todos a algún lado, risas, miradas de admiración, vestidos de noche, trajes oscuros, corbatas y una escondida sensualidad que acentuaba la luna llena y una tenue llovizna. Caminamos en grupo, conversando animadamente entre todos. Los dos sonreíamos y hablábamos de cualquier cosa pero se presentía algún tipo de tensión, como una mutua complicidad. Cuando finalmente llegamos al local tuvimos que subir unas gradas, me cogiste de la mano para ayudarme, sorprendiéndome con la galantería, pero ya no me la soltaste mas. Nos sentamos muy juntos. Recuerdo claramente lo áspero de la tela de tu saco rozando mi brazo desnudo, tu mano moviéndose un poco sobre la mía, acariciante. Los latidos de mi corazón se hicieron perceptibles, se aceleraron.
Cuando se apagaron las luces inclinaste la cabeza y susurraste que te encantaba que estuviésemos tan cerca, y enseguida dijiste, como si no tuviera importancia: es que me gustas. Sorprendentemente, porque en mi propio sueño era la protagonista pero también una mera observadora, yo susurré en tu oído: a mi también me gustas mucho.
Luego, estuve unos minutos como en suspenso, debatiéndome entre la emoción y la vergüenza, sin prestar atención a mí alrededor, mirando fijamente nuestras manos unidas, sintiendo como un rubor caliente teñía mis mejillas. Después de ese tiempo de silencio interminable y pesado, nos miramos. Sonreíste mas con los ojos que con la boca y de pronto los dos supimos que hacer. Bajamos rápido a buscar un lugar para estar a solas, pero no lo hallamos. En todos los pasadizos intrincados que parecían rodear el lugar siempre había alguien. Muchas puertas cerradas, pasajes truncos, escaleras que no conducían a ninguna parte. Doblando una esquina nos encontramos con un amigo en común, el cual nos miro primero con extrañeza y luego con una especie de rabia contenida. Balbuceamos unas frases y luego murmuramos una excusa y seguimos en nuestra búsqueda. Tú dijiste: creo que se puso celoso. Reímos con tu broma sin dejar de caminar.
Al fin, después de dar muchas vueltas, cuando la impaciencia y la ansiedad casi me ahogaban, dimos con una sala con muchas ventanas cubiertas de cortinas blancas y tenues que se movían con el viento y muy iluminada. Estaba vacía. Cerraste la puerta con seguro y apagaste algunas luces, con una mirada entre divertida y traviesa.
Solo entonces cogiste mi cara con las dos manos y me besaste en los labios, lenta y dulcemente al inicio, luego con pasión. Parecía que mi sangre corría más rápido y mi corazón iba a estallar de la emoción, sentía tus labios húmedos, tu lengua moviéndose dentro de mi boca, enredándose con la mía, tus manos tibias en mi cuerpo, aprisionándome contra ti. La ropa resbalando al piso, tu boca conquistando espacios y gemidos. Nunca había sentido algo igual.
Desperté con tu sabor en mi boca, abrumada con las ganas de tenerte, irremediablemente agitada. Mis manos siguieron tus trazos del sueño en mi piel. Después del estallido final del goce solitario, me embargó primero la sorpresa de haber soñado justamente contigo y después una sensación de pérdida. Estuve despierta mucho tiempo rememorando lo que había vivido en ese mundo de ensueño, pensando ilógicamente en la posibilidad que tú hayas soñado lo mismo alguna vez.
Hoy hace un rato me topé contigo y tu mirada. Me saludaste con una amable media sonrisa como siempre que nos cruzamos. Sentí que me sonrojé un poco, pensando que ibas a adivinar lo que había soñado hace unas horas. Me sentí tonta y algo culpable, por haberte sentido así, porque me hizo reconocer que me gustas más de lo que creía.
Te soñé. Y nada ha cambiado. Tú sigues siendo el mismo, ése que no sabe de mi admiración secreta y de mis ganas de acariciarte, el que no comparte la emoción y la pasión de un encuentro aunque sea imaginario, el que ignora que protagoniza mis más atrevidas fantasías.
Te soñé anoche.
HG - Julio 2008
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