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Ley y Orden
PGP

- Uté tablando con la autoridá – dijo el policía retorciéndose ceremoniosamente – cuando le miré el rostro, era pura arrogancia. Me atrevo a afirmar que si la altanería tiene rostro, éste seguramente era el suyo.

- Sí, agente, lo sé – respondí aún confundido por su intempestiva dureza – eso no está bajo discusión.

Yo venía de visitar a un amigo, en una zona próxima al pueblo. Debían de ser las 6:30 de la tarde y comenzaba a oscurecer. Venía distraído pensando en esas cosas que uno suele pensar cuando hay una chica por la que uno anda con la cabeza trastornada. Ya no era un adolescente, mis documentos de identidad marcaban una fecha de la que habían transcurrido ya 29 años. Pero… ¡Pero nada! Me sentía de 18 años y eso bastaba.

Así que, distraído, con una emoción agridulce, común a todos los que viven bajo la paradójica autoridad del corazón, corría sobre una motocicleta Honda 70, entonando mentalmente una canción de moda. Súbitamente ocurrió un imprevisto. La primera sensación que sentí fue que no podía controlar el timón, el cual se tornó inestable. Segundos después recibí angustiado la triste evidencia de que la goma delantera estaba vacía.

Cuando me desmonté para validar la sospecha, ya no cantaba mi corazón. Y mis labios tampoco sonreían. No tenía más alternativa que la de tomar mi pequeño vehículo de la mano y llevarlo como a un enfermo al más próximo centro de tapado de goma. Había que apremiar porque la noche ya se anunciaba con sus primeros juegos de sombras. Y tal vez los tapadores ya estaban recogiendo sus herramientas para retirarse a descansar.

Entré al pueblo con las sombras ya decididamente flotando sobre mi cabeza. Tomé la vía principal, pasé por el primer taller, pero éste – fatalmente – había cerrado. La hora era fresca, no obstante, el esfuerzo de haber remolcado la moto desde una distancia aproximada de tres kilómetros me traía sudoroso y malhumorado.

Continué avanzado hasta aproximarme al siguiente taller. ¡Eureka! Desde unos cien metros alcancé a ver a los muchachos en pleno ajetreo. Pero entonces, me ocurrió el más duro percance. Porque antes de llegar al taller debía pasar frente al destacamento policial. Y esa fue mi desgracia. Una trilogía de policías descansaba sentada frente a la calle, fuera del recinto. Apenas tuve tiempo de mirar hacia allá, porque uno de ellos, tal vez sospechó que era yo un delincuente (habría sido el más tonto de los delincuentes) que había raptado una motocicleta y ahora tranquilamente la llevaría de la mano sabrá Dios a dónde. O, tal vez, tuvo la suficiente lucidez para intuir que yo sería una presa fácil y que unas cuantas monedillas bien podrían paliar el hambre voraz de sus bolsillos.

Al ponerse de pie, hizo una señal con su mano derecha indicándome que me detuviera.

- Amigo, párese ahí.

Cuando estuvo al lado mío – alto y fuerte, moreno de ojos color chocolate, cuarentón – me miró de la misma manera con que un elefante observa a una hormiga.

- Déjeme ver su papele.

Se me heló el corazón. No traía documentación: ni seguro, ni licencia, ni matrícula; nada.

- Yo no ando con papeles, le respondí secamente. Interiormente me sentía tenso, pero traté de mantenerme sereno.

“Qué malas pulgas me han caído encima – pensé –. Estos atracadores uniformados pretenden conseguir conmigo los tragos del fin de semana” (era jueves en la noche). Incómodo, levanté la cabeza y respiré profundamente, pero oh paradoja, al mirar el cielo, un concierto de estrellas bordaba el ancho tapiz, haciendo contraste con la profusa oscuridad del habitual apagón nocturno.

- Amigo, po uté ta preso.

- ¡Cómo que estoy preso! ¿Qué delito he cometido?

- Ah, ¿y e poca cosa andar en un vehículo sin papele?

- No… Pero yo salí de mi casa a dar una vuelta y como pensaba volver enseguida dejé los papeles en una gaveta. Pero yo no soy un delincuente… Si lo fuera no hubiera cometido la torpeza de pasar frente a este cuartel.

Sin prestar atención a lo que le acababa de decir, interrogó escuetamente:

- ¿A qué uté se dedica?

- Yo soy estudiante de Psicología y trabajo en el proyecto turístico Los Pinos.

- ¡Ajá!... Así que uté ta etudiando pa trabajar como loquero.

- No, señor. Yo me estoy preparando para ayudar a las personas que tienen problemas de conducta. No para trabajar con locos. Eso es ya más propio de la psiquiatría.

- Bueno, bueno, dejemo la fisiatría y la sicología para otro momento. Entre y suba el motol…

Para penetrar al destartalado recinto había que subir varios escalones.

- ¿Cómo que entre y suba el motor? – le pregunté incómodo.

- ¡Claro!, uté ta detenido por andar conduciendo sin papele.

- Oiga, agente, ustedes pueden quedarse con el motor hasta que yo vuelva con los documentos, pero no pueden encerrarme.

- ¿Y por qué no, si ni siquiera sabemo quién ejuté?

- Pues porque yo tengo unos derechos. ¿Usted cree que estamos en los tiempos del Jefe? – le espeté temerariamente mirándole a la cara. Se le puso el semblante de piedra, frunció el seño y dijo:

- Uté como que e medio malcriaíto -.

Por supuesto, tenía que hacerse el duro, el inflexible, ya que así era más fácil hacer la extorsión.

- ¡Uté tablando con la autoridá.

Sus compañeros parecieron intuir que estábamos discutiendo y uno de ellos habló cómodamente desde su silla recostada a la pared del cuartel:

- Tranca a ese malcriao.

Sin embargo, el que estaba hablando conmigo pareció cambiar de opinión.

- ¿Adónde vive uté, amigo? – me preguntó.

- En la Independencia número 8 de Las Palmas – le respondí ya previendo alguna posibilidad.

- Váyase y vuelva mañana a la socho con lo papele en orden.

Me dispuse a salir. El policía me atajó.

- ¿Y el motor lo va a dejá afuera?

Me volví, agarré la moto por el timón y con la ayuda del mismo policía la entré en un ángulo del saloncito. Apenas entré vi a unos muchachos que conocía. A la luz de una vela, dos de ellos jugaban baraja con dos policías en el escritorio. Al verme entrar inesperadamente trataron de esconder las cartas, pero al percatarse de que les había visto decidieron continuar el juego. Eran tres los jóvenes. Con dos de ellos compartí la misma aula del liceo por espacio de un año.

- ¿Qué haces tú aquí? Me preguntó uno de ellos.

- Me detuvieron por andar conduciendo una moto sin papeles. ¿Y ustedes? - pregunté por mi parte.

El interpelado miró a sus compañeros antes de responder. Algo de complicidad intercambiaron en sus miradas antes de que me hablara. Había una sonrisa procaz en sus labios:

- Un problemita. Pero ya ta casi resuelto.

Saludé y salí del destacamento. Afuera, los demás policías conversaban y reían plácidamente. “Algunas de sus heroicidades estarán celebrando”, pensé. Fui directo a mi casa donde tras contar la experiencia, me enteré de que unos muchachos habían asaltado a un humilde obrero, despojándolo de cuánto llevaba – el sueldo del mes cobrado minutos antes - y dejándolo en lamentable estado.

Al otro día, unos minutos antes de las ocho, tomé los documentos del motor y me fui al destacamento policial. A la entrada estaba el agente que me detuvo el día anterior. Me pidió los documentos. Al pasárselos los examinó con suma atención.

- ¿Y la cédula?

- Ah, aquí está.

La extraje del bolsillo de la camisa y se la entregué. Volvió a examinar los documentos de la motocicleta, ahora confrontándolos con la cédula. De pronto observó:

- Ete motor no ta a nombre suyo. ¿Quién ejel dueño?

- El dueño soy yo, agente. Lo que pasa es que se lo compré a un vecino que se iba para Nueva York y no hubo tiempo de hacer el traspaso. Pero…

- Pero hay que demotrar eso. La Policía tiene que tar segura de que todo anda por la raya.

- ¿Y qué se puede hacer en este caso? – pregunté ya visiblemente angustiado, asumiendo que el policía se iba a salir con la suya.

- Bueno, podemo entrar a unacuerdo – dijo aparentando cierto desdén.

Me hice el bobo:

- ¿Cuál?

Miró hacia todos lados, bajó la voz hasta convertirla en un débil hilillo:

- Dese algo ahí pa la cerveza y llévese el motol.

No tenía otra alternativa, por eso transigí. Con la policía nunca se sabe… En mis manos tembló débilmente el billete antes de entregárselo. Lo tomó y en un rápido movimiento lo llevó a uno de sus bolsillos. En el extremo opuesto, otro policía, que por sus insignias debía de ser el comandante, despachaba algunos asuntos en el escritorio. A ese no lo vi el día anterior.

Con una fugaz mirada inspeccioné el resto del salón. Sospechosamente, los muchachos que “estaban resolviendo el asuntito” la noche anterior no estaban allí. “Es posible que estén en la celda contigua, pero también es posible…”. Observé que el policía con quien había tenido trato me miraba y no quise demorarme.

Tomé posesión de mi motocicleta. El policía me ayudó a sacarla a la acera. Allí me extendió la diestra y esbozó una sonrisa que más que sonrisa parecía una mueca. Correspondí a su saludo, y mientras colocaba la llave para el encendido, aproveché para preguntarle:

- Óigame agente, ¿y los muchachos que estaban aquí anoche?

Se hizo el desentendido.

- ¿Loj muchacho? – parece que de pronto le entró una comezón en la cabeza, pues se quitó el kepis, se rascó y volvió a ponérselo –.

- Los muchachos que estaban detenidos…

- Ah, ¿loj que taban aquí anoche? ¿Y quién te dijo a ti que ello taban detenido? Eso muchacho vienen aquí algunaj noche; a vece, cuando hay poco que hacer, hata echamo una manita de baraja.

Tomé la moto y caminé con ella hasta el taller cercano. Tenía la sensación propia de quien ha estado por mucho tiempo en una sombría y sórdida caverna y ahora salía apresurado en busca de luz y de aire limpio.



PGP

Sábado, 12 de julio de 2008

Texto agregado el 18-07-2008, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-07-2008 Narraste bien un hecho comun, atrapa tu escritura, saludos! EMIHDEZ
 
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