Nadie podía dudar de su reconocida técnica de vuelo. Ni tampoco de la habilidad que se mostraba tan evidente, durante su vuelo descerebrado, en un claro reto a la ley de la gravedad.
Félix, general de aviación, en la reserva a pesar de su juventud, era de la opinión, compartida por otros altos mandos, que no era posible imaginarse volar de aquel modo tan arriesgado.
Mientras seguía leyendo el diario y a la vez observando a los dos jóvenes pilotos, volvía a sentir la presión de la adrenalina que le revolvía la sangre, junto al huracán de las turbulencias, que el viento producía por sobre el fuselaje de los dos reactores.
Cuántas veces había sentido el ruidoso rumor, envuelto de precisión y de seguridad, durante los largos años en que se mantuvo en activo hasta terminar condecorado y ascendido, antes de pasar a la reserva como instructor de vuelo.
El zumbido uniforme y al mismo tiempo ensordecedor, que los pilotos Camos y Quimos, los dos experimentados aviadores, en el momento de cruzar a media alzada cerca de general, no le producían un sentimiento de envidia profesional, pues se encontraba por su reconocida profesionalidad, muy alejado de esa frustración infantil. No obstante comenzaba a sentir que, dentro del corazón, le nacía un raro y embarazoso resquemor hacia los dos osados.
El anormal proceder de esos dos únicos pilotos le producía una absoluta desaprobación personal, como también su inusual comportamiento el cual no podía aceptar, hasta el extremo de considerarlos inconscientes.
No se podía volar como lo hacían o mejor, no se debía arriesgar sin mantener presentes las normas más elementales, con la actitud por otra parte, de desprecio hacia los juiciosos observadores de tantas más arriba señaladas y supuestas heroicidades. En un espacio tan reducido, mach uno, mach dos... era una locura.
Esto no obstante, a pesar de las estrictas normas de navegación, Camos y Quimos seguían con su particular, vesanía por delante de su General, ora persiguiéndose, ora en línea recta para descender en picado, ora describiendo un lazo, para continuar enervados en un vuelo recto y horizontal, a ras de suelo. Sin transición, hacia una trayectoria semicircular, en un vuelo invertido con un “looping “ final, seguido de un movimiento alucinante, inesperado, impensable de todo punto imposible.
En tanto que, el General seguía pensando en la necesidad de una inmediata intervención, los aguerridos pilotos empezaban a entender que, al joven General, se le acababa la paciencia, que les mandaba como una proyección anímica, como un proyectil fallido, pero un proyectil en definitiva. Lo sentían con desprecio, pues el general en la reserva, ya no constaba para ellos.
Continuarían volando como lo hacían el tiempo que quisieran. Nadie los podía parar, mucho menos en un día de visibilidad absoluta. Por eso mismo, viraron los dos, en un giro inesperado y estremecedor, enfilados hacía la posición del paciente mando. Mach uno, mach dos, mach tres, ¡ ruuaam !
Camos y Quimos, en dirección contraria, uno contra el otro, saludándose en el momento de cruzar en el mismo plano, mientras en el cerebro del general hervía la risa estridente de los dos navegantes. Con desprecio hacia todo aquello que significaba o podía llegar a significar, la dignidad del general para los dos pilotos suicidas, ya no tenía ningún valor. Todo iba bien; combustible, visibilidad excelente, fuerza del viento cero, cabina estabilizada.
Mach uno, mach dos, mach tres, ¡ruuaam !. Camos delante, Quimos detrás, no llegó a entender que le sucedía al compañero. Solamente le vio descender ligeramente, como tocado, sin llegar a ver de que manera caía en picado. Delante del morro, parecido a una nube amarilla, la luz opaca de un cristal amarillo, que ya había visto un segundo antes, le cegó. Mach uno, mach dos.. ¡Crash!.
El General, harto de tanto y tanto abejorro, de vuelo amenazador y temerario, hacía un segundo que acababa de pulsar la válvula del aerosol insecticida; como, sin duda alguna hubiese hecho, cualquier otro mando responsable.
Robert Bores
P.de A. 6-09-96
De- Mis cuentos rurales-
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