Me gustaba Adela.
Verla llegar quebrando la mañana, anunciándose con esa portentosa voz desde la entradita de la verja con esas palabras cargadas de fiesta, un abrazo a papá que leía el periódico, el aire pintándose de colores, haciendo la pregunta de siempre
“¿Cómo amaneció hoy la mamá?”
Avanzaba ella y tras sus pasos la algarabía, desfilaba por la mitad del corredor recién trapeado por mi hermana que la mataba con los ojos y Adela se moría de risa, en el comedor se topaba con mi hermano recién levantado y otra vez el saludo recio, el madrazo a flor de labios y se metía a la cocina en busca de mi madre, era una invasora, su voz como ráfaga se colaba por las rendijas de puerta y ventanas, esculcaba camas y escaparates y explotaba en el patio de las bifloras, la casa olía a Adela, tan pronto la escuchaba me levantaba, legañoso y con la almohada pintada en el cachete, iba a la cocina y allí estaba, sentada en su sitio, reclamando su taza de chocolate, conversando a des tiempos con mi madre, Adela preguntaba algo y mamá la cantaleteaba, Adela decía un chiste y mamá la cantaleteaba, Adela se desternillaba de risa y mamá otra vez la cantaleteaba, las observaba y no entendía como es que siendo tan diferentes podían llevársela tan bien y como diablos podía ella permanecer no sólo indiferente sino hasta disfrutar de los continuos regaños de mi madre, cuando yo apenas los aguantaba, me parece que Adela no la escuchaba, de ella aprendí eso, a diferenciar lo que me conviene, o no oír.
Adela se levantaba de su silla y salía de allí despidiéndose de mamá, que adivinen ,seguía arriándole cantaleta, pasaba por el comedor y nuevamente desfilaba por la mitad del corredor que mi hermana había acabado de trapear por cuarta vez, un hijueputazo le rebotaba en la espalda y así entre risas, charlas, gritos y fiesta se despedía, yo que la seguía hasta la entradita de la verja la miraba a lo lejos ,con ese olor de Adela aún pegado en mi ser, a mañanas lluviosas, a café recién hervido, cerraba mis ojos , aspiraba fuerte y pensaba, sí , de verdad que me gusta Adela.
Me gustaba Adela por que era grosera, de su boca escuchaba las palabras mas deliciosas de pronunciar y que yo en secreto decía a escondidas, ella no, para eso ella era generosa, las decía, las gritaba, las ponía a bailar en su lengua, y las lanzaba como látigo a quien quiera, como quiera y donde fuera, sin penas, sin tabúes, sin consideraciones, ¿Quieren un putazo? Tomen, ¿Le apetece un malparido? Lleve, ¿Alguien quiere una maricada? Allá le va, las viejas la evitaban, el cura la reconvenía, mamá en secreto la apoyaba y yo reía, nunca se abstuvo por que nosotros los pequeños estuviéramos presente, Adela las decía con la mayor naturalidad, con musiquita, le sonaban rico y yo quería ser como ella, para decir lo que se me viniera en gana y sin por ello sentir pena ni vergüenza.
Me gustaba Adela por que aunque yo tuviera once años y ella algo más de cuarenta, no me parecía vieja, ella me invitaba a su casa para que jugara con su sobrino Diego y con Mona, la matusalénica gata ,yo feliz, la casa de Adela olía a ella, allá pasaba largas horas evadido de la prisión de mis deberes, nos sentaba a Diego y a mi en el patio y nos preparaba unas arepas enormes a las que le untaba cantidades de mantequilla con su dedo, era una delicia, y luego una taza humeante de café colombina , ¡Que olor! Treinta años después cierro los ojos ,rememoro esa sensación y un hormigueo me pica el alma. Adela luego nos llevaba a un parque o alguna manga para que pateáramos un balón, allá no le importaba ponerse a pelear con quien osara molestarnos, no importaba si fuera hombre mujer o niño, ella usaba su enorme repertorio de palabras para defendernos, nunca perdió una pelea. Al llegar a casa le contaba a mi madre y siempre decía
- Esa Adela es una berraca
Al día siguiente le conté a Adela lo que dijo mamá y estalló en carcajadas, y me contestó que si ella era berraca que mamá lo era al doble, y me dijo
- Andá, andá decile y verás
Dicho por Adela fue algo que cumplí a puntillas, aún recuerdo la cara de mamá cuando le dije y recuerdo también la palmada en la boca mientras me gritaba
- Hay tenés culicagado pa que no andés repitiendo lo que dicen los mayores
Le conté Adela. Casi se orina de la risa.
Me gustaba Adela por que nos contaba muchos cuentos, nos sentábamos en el resquicio de la puerta e iniciaba viajes fantásticos y sin fin por lugares y tierras extrañas, era una delicia verle el rostro y escuchar de esos labios las aventuras mas descabelladas, Adela era una palabrera, saltaba de una época a otra sin inmutarse ,sin importarle las protestas de los demás, todos sabíamos que mentía, a ella no le importaba, a mi tampoco, así me fue llevando de la mano a las tierras de la fantasía, también me gustaba por que silbaba, en su boca anidaba un ruiseñor que nos deleitaba con melodiosos tangos y boleros
-“Parecés un camionero” –le decía mi madre
Y Adela le contestaba con un silbido, !Cómo si a ella le importara!
Me gustaba Adela por que tomaba licor, mantenía bajo la cama media botella de aguardiente y de cuando en cuando se metía un sorbo, me gustaba verla por que a diferencia de papá y de mis hermanos que cuando tomaban hacían unas muecas espantosas y lo pasaban con litros de agua, Adela retenía el licor en la boca, lo balanceaba de lado a lado y luego lo tragaba exhalando un ahhhhhhhh que me hacía agua la boca y me excitaba con la idea de probarlo, una vez nos dio a Diego y a mi, recuerdo la emoción por el pecado a punto de cometer, y ese ardor que me bajaba por las entrañas y me quemaba el estómago hasta chocolatearme los ojos.
- No le cuente a la mamá, será nuestro secreto – Me lo decía mientras apagaba uno de aquellos ojos verdes.
Y cómo me gustaban sus ojos verdes, ¿Han visto unos ojos riéndose? Yo si, los de Adela, ella, con su motilado alto, su tez blanca, su cuerpo de señora y sus ojos verdes limón, toda ella hacía juego con sus ojos, ojos que no sabían de mentiras, eran como unas ventanitas hacía su corazón, le servían a ella para mirarnos desde adentro y a nosotros para esculcarle su alma, era diáfana, y fue por esos ojos en los que adiviné una sombra, la primera, la jamás antes vista, el corazón también tiene ojos y es capaz de ver lo no visible, mamá también lo vio, poco a poco comencé a sorprender conversaciones en secreto, cuchicheos que iban y venían, rostros de preocupación, nadie me decía nada, ¿Quién le contaría algo a un niño de once años?, pero la curiosidad es una piedrita que se te mete en el zapato, esa que no te deja en paz, esa que me hizo esconderme tras la puerta para escuchar esa palabra, esa que oía por vez primera y que al pronunciarla mi madre lo hizo con miedo…cáncer, yo que permanecí allí escondido por largo rato repitiéndome esa palabra tuve malos sabores, malos presagios, tristezas ocultas.
Adela se fue apagando, cada día , cada hora moría de a poquitos, lenta e inexorablemente se fueron ausentando sus risas, ya poco iba a tomar el chocolate a la casa, ni a pisar el corredor que trapeaba mi hermana, como una vela se fue consumiendo, un día no volvió más y supe que no podía levantarse de la cama, me dolió la vida verla, el alma se me quebró al ver ese ser escuálido y ojeroso que me miraba desde la cama , con unos ojos verdes tristes y una voz queda que luchaba por hacerse entender, como una fotografía guardo en mi mente aquella tarde de calles somnolientas, mamá conversando con mi hermana y una vecina, y Adela con su rostro mirando a la pared
- María ¿ Quién entró?
Mamá le dijo que nadie
- No María, alguien entro
Y lo recuerdo perfectamente por que fueron las últimas palabras que le escuchamos decir, después de aquello no volvió hablar y murió al día siguiente a las tres de la tarde en el mismo instante en el que Mona, la vieja gata que llevaba días durmiendo bajo su cama también moría.
Fue el primer entierro al que asistí, el primer velorio, las primeras novenas, y aunque no era la primera muerte, para mi es cómo si lo fuera, allí aprendí, ¡que pesar de mi!, el dolor de la muerte, al llegar a casa después del entierro y recorrer mi casa desde la entradita de la verja, ver a mi padre que nadie lo abrazaba, pasar por el corredor de las bifloras y sentarme en el sillón de ella, sentí el vacío, la ausencia de Adela, y quise escuchar otra vez su voz recia, su risa estridente, su algarabía y su bulla ,su grosería y esa pregunta que siempre hacía
“¿Cómo amaneció la mamá hoy?”
Y me dieron unas ganas inmensas de llorar, por que al fin y al cabo desde pequeños nos vamos muriendo, con cada amigo, con cada hermano, con cada padre y cada hijo que se va yendo igual nos vamos muriendo, y creo que desde ese día yo empecé a hacerlo.
Miré hacía la entradita de la verja y al verla tan llena de ausencias grité
-“Puta vida”
Mi madre me miró, agachó la cabeza y siguió con sus deberes en la cocina.
Si, de verdad que me gustaba mucho Adela.
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