Joe está por ser desalojado por culpa del juego compulsivo. Su desesperación carece de límites.
Obvio sus mascotas no entienden que es lo que sucede, pero intuitivamente de a una por vez le lamen la figura abatida.
-¿Será el jardín Botánico el nicho adonde irán a descansar los huesos de mis animales?.
Joe prefiere morir a golpes antes que encontrar una acertada respuesta para esta pregunta hija del terrorismo que da vueltas y vueltas dentro de la mente.
-Los animalitos aún perteneciendo a la misma especie son muy distintos entre ellos,
en cambio los humanos terroristas son iguales por más razas diferentes que tengan,
nunca nadie podrá saber lo que estoy sufriendo.
La única posibilidad que existe para eludir el remate,
es asistir al Casino y acertar un pozo acumulado.
Para que mentir queda un mínimo de dinero,
pero de lograr esa hazaña sería para ponerse laureles, y de quedarse sin ese canuto será para arrancarse los cabellos de una, la espada y la pared con el cuerpo en medio soportando la presión del filo de la punta. Pero un verdadero jugador arriesga su vida sin grandes motivos ¿Porque no hacerlo estando en el horno hasta las bolas?.
Entonces fue que Joe se vistió de etiqueta,
o bien para remotamente enfrentar la dicha de la salvación, o mal para alzarse de una muerte asistida.