Héctor era un hombre alegre que estaba pasando momentos inolvidables con su esposa. Vivian en una casa que habían terminado de construir hacia apenas dos meses y trabajaba para una reconocida empresa de la ciudad. Todos los días repetía una rutina, al levantarse, desayunar, despertar dulcemente a su amor y quedarse mirándola perdidamente a sus brillantes y azules ojos hasta que se hiciera la hora de ir a trabajar.
Ese día, como cualquier otro, termino su rutina y fue rápidamente a tomar el colectivo que lo llevaba hasta la oficina. En el medio del camino una enorme tormenta estallo y la lluvia, acompañada por el viento, comenzó a golpear la ciudad. Durante el viaje, el colectivo se detuvo por problemas en el motor y todos los pasajeros tuvieron que bajar. El barrio donde había parado era muy oscuro y sus calles parecían ser el interior de un basurero. El olor era insoportable y la densa lluvia no le permitía mirar por donde caminaba. Deambulo sin rumbo por un largo rato hasta que sin querer fue a parar a una calle sin salida, que desembocaba en una arruinada casa, que al parecer estaba abandonada. Decidió tocar la puerta para pedir ayuda, seguramente seguir caminando sin orientación alguna no era la solución. Al golpear la puerta se oyeron desde el interior, pasos de alguien que parecía arrastrar los pies cuando caminaba. La puerta se abrió, produciendo un ruido muy molesto al oído y detrás de la oscuridad, apareció la figura que cambió el sentido de las palabras que pronunciaba, la forma en la que pensaba y sentía y la manera en que se expresaba. Se estaba produciendo un choque involuntario de ese mismo hombre, que sin quererlo se había unido a su cuerpo real. Tal vez sea por la fuerza del destino o simplemente una coincidencia, pero ya no se podía volver atrás y todo quedaba grabado en una nube en lo alto de las ideas que se juntaban dentro de una engañosa mente.
Ese era el barrio en que se crió, donde hoy vive junto a su amado perro. Es esa humilde casa la que sigue siendo el lugar de encuentro de las viejas pasiones de tantos viernes por la noche. Tantos sentimientos pasaron por aquel hoy sucio y desordenado lugar que guarda, además de un viejo, arruinado cuerpo, el corazón de todos los que vivieron allí y compartieron sus emociones.
Héctor se despertó aquel día lluvioso con muy pocas ganas de bajarse de la cama y saltar al mundo real que lo castigaba. Podía ver a través del hueco en la pared como la espesa cortina de agua golpeaba en los cadáveres de las plantas que alguna vez habían tenido grandes cantidades de hermosas flores. De muy mala manera se levanto y fue hasta el baño, donde en una esquina estaba su antiguo espejo cubierto por tierra. Se detuvo a mirarse un momento. Pudo observar un rostro agotado, con marcas de su juventud, que cada día desaparecían más rápido. Se desvanecían en su memoria los sueños que alguna vez habían formado parte de su personalidad. Esos sueños quedaron atrás, la única razón por la cual se mantenían intactos era la familia. Un lazo que unía a Héctor con esos últimos. Los de vivir entre un mundo que demuestre la riqueza, el resultado de una vida exitosa. Al romperse el eslabón, la cadena del amor a la vida se había quebrado. Dejo esas sombrías ideas y se fue hasta la cocina. Al entrar, tuvo que nadar entre la mesa y las sillas para poder llegar hasta el frío que lo alimentaría. Aunque la comida era escasa alcanzaba como para darle energía y llegar hasta la habitación sagrada de la casa. En ese pequeño y oscuro rincón había dormido en alguna época el amor de su vida, su mejor amiga, la que le daba vida, y lo había dejado años atrás, solo en el mundo que no lo quería.
Héctor entro a la habitación, con el cigarrillo prendido, mirando a su alrededor, buscando algún rastro de que ella todavía estaba refugiada, escondida de la luz. Pensó que tal vez los pensamientos lo estaban sofocando. Decidió salir para abrir su mente y respirar aire fresco. Debería recuperar sus sueños para poder seguir adelante, era la única manera de sobrevivir. Se mantenía emergido en las profundidades de esas fantasías que lo ayudaban a sobrepasar los malos momentos. Las visiones que salteaban lo real, se creaban en su mente.
En la calle sentía una rara sensación. Parecía estar sorprendido con los alrededores de su casa. Las plantas que parecían más tristes que nunca y las calles mas vacías. Tenía miedo de caminar por su propio barrio que alguna vez había sido su refugio. Las nubes cubrían las rotas paredes de las casas que daban una imagen aterradora. El pánico le recorría las venas y le llegaba al corazón.
Héctor había perdido su más preciado tesoro, esa capacidad mental estaba desapareciendo, así como los días calurosos de verano en aquella época. El temor no era solo por estar en ese deprimente lugar, sino por el hecho de no volver a verla nunca más. Hizo un esfuerzo, y trato de recordarla, su figura, su expresión. Pero cada minuto que pasaba, se acortaban los recuerdos y se desvanecían en la lluvia.
Intento tranquilizarse, y volvió a su casa. Entro a su habitación sagrada y se concentró, sin perder la calma en ningún momento, comenzó a ver la realidad del ciclo en el que estaba encerrado y no podría salir. Su sueño terminaría enfrentándose a la realidad, cuando ya no pueda resistir mas, por lo tanto todas las imágenes se borrarían para siempre. Entrando en un estado de calma, pudo reacomodar sus ideas futuras. Sabía lo que debía hacer.
Se acostó en el frío piso y volvió finalmente a pensar internándose nuevamente en su sueño, pero esta vez sus ojos eran verdes.