Tomó otro rumbo. Nadie lo notó. Su madre imaginaria le sostenía el maletín de cuero café oscuro. Entonces, dos pasos antes de bajar la escala hacia el tren subterráneo, respiró con inusitada profundidad, tanto, que su respiro hizo faltar el aire durante algunos segundos a los pocos mortales que, a esa hora de la mañana, pululaban cerca, aproximadamente unas tres cuadras a la redonda. Terminado el extraño acto de inhalación y exhalación no inducida, un aire frío y azuloso se le coló como un demonio en el alma, condenándolo, desde ese instante, a habitar en fríos parajes internos aún no explorados, donde su madre, ya fenecida, suele servirle el té de las cinco pm, con entrañable dulzura.
Unos meses más tarde, fue declarado muerto presunto por un juzgado civil, a petición de unos parientes en estado de necesidad.