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Ella era dulce, tierna, bella y, por lo tanto, adorablemente femenina.

Él era feo, fuerte y formal, como dicen que el hombre debe de ser; a tal grado que resultaba impresionantemente masculino.

Nacieron en la misma calle –las familias de ambos vivían en dos casas que colindaban una con la otra- y acudían al mismo club social, celebrando en él, el mismo día, en una fiesta compartida, su cumpleaños ya que ambos habían nacido el mismo día del mismo mes, aunque con dos años de diferencia (él mayor).

Con el tiempo, ustedes ya seguramente lo imaginan, acudieron a las misma escuelas; asistían juntos a ver las mismas películas, leían aquellos libros que entre sí se recomendaban, acudían, en pareja, a las mismas fiestas y terminaron, como ustedes seguramente ya lo adivinaron, siendo novios.

Para sorpresa de quienes aseguran que “la novia del estudiante nunca llega a ser la esposa del profesionista”, se casaron. Creo que es inútil decirles que en la misma iglesia y el mismo día puesto que se casaban el uno con la otra, o la una con el otro, como les parezca mejor y empezaron, por supuesto, a vivir juntos.

Aseguran los consejeros matrimoniales que la rutina es la peor enemiga del matrimonio y ellos se conocían tan bien que no había nada que ignoraran uno del otro, sabían lo que gustaba o disgustaba al compañero, nunca había sorpresas y la rutina se instaló cómoda y permanentemente en su “hogar, dulce hogar”… no, perdón, hay que ser francos, en el insulso hogar del rutinario matrimonio. Más, como no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo resista, el rompimiento de esa rutina llegó cuando… casi al mismo tiempo, contrató Ël una nueva secretaria en sustitución de la vieja y seca solterona que se retiraba por obtener ya su jubilación; y; por otro lado, a la casa de enfrente, llegó un nuevo vecino, soltero, apuesto, simpático y, casualmente, instructor del Gym al que Ella acudía y las cosas empezaron a cambiar.

La nueva secretaria de Él usaba una ropa tan sugerente que al agacharse, por el lado opuesto del escritorio para servirle el café, Él no sabía si agradecer el servicio, corresponder a su sonrisa, deleitarse con su tierna mirada o admirar el esplendoroso escote que lucía generosamente al inclinarse. Por su parte el joven instructor del Gym la tomaba a Ella con tanta suavidad y firmeza por los brazos, la espalda, la cintura, las piernas y demás partes de su cuerpo para instruirla sobre los ejercicios de gimnasia, que Ella no podía evitar el sentir un dulce desvanecimiento, cada vez más intenso, cuando esto ocurría; y las cosas se fueron dando de tal manera que todo cambió entre los dos.

A Ella le entró la sospecha de una infidelidad cuando empezó a percibir en las ropas de Él aromas de perfumes femeninos diferentes a los que tenía la costumbre de usar y confirmó sus sospechas cuando encontró un largo y sedoso cabello rubio en la solapa de su traje. Al cuestionarlo sobre ello, el respondió con un argumento aparentemente contundente. “Me acusas de engañarte con una mujer rubia”, le dijo, “porque encuentras un cabello que, sólo Dios sabe cómo llegaría ahí; estás enferma de absurdos e infundados celos, seguramente cuando no encuentres cabellos en mi ropa me vas a acusar de que te engaño con una mujer calva” ese razonamiento, que parecía lógico, la desarmó.

Él, por su parte, no tuvo necesidad de sospechar. Cuando en una ocasión, regresó a casa dos horas después de haber salido a su trabajo, para recoger unos presupuestos que había olvidado, encontró a su adorada mujercita tendida boca arriba en el sofá mientras el vecino intentaba desabotonar su blusa. Ambos se levantaron bruscamente y. mientras ella abotonaba su blusa le explicaba “Qué bueno que llegaste, mi amor, me entró una basurita en el ojo, tuve que pedir ayuda y aquí, nuestro amable vecino estaba tratando de sacármela cuando tu llegaste” A Él no dejó de parecerle extraño que, si la basurita estaba en el ojo, el vecino la buscara por debajo de la blusa; y algo peor, el vecino no parecía que tratara de “sacársela” sino todo lo contrario.

A partir de entonces cada uno elaboró su propio plan para resolver el problema de la difícil convivencia; se aproximaba la fecha de su aniversario de bodas y, como siempre, ambos coincidieron, cada uno por su parte y por supuesto, claro, sin comunicárselo al otro, en fijar esa fecha para encontrar una solución a la incómoda situación del incómodo cohabitar.,

La mañana de su aniversario Él le envió, como cada año, un espléndido ramo de rosas y, al llamarle por teléfono para agradecer el detalle, Ella le comunicó que, como cada aniversario también, esa noche le prepararía una cena con aquella ensalada de mariscos que Él disfrutaba como su platillo favorito.

Al regresar de hacer las compras para la cena, Ella se sentía satisfecha y entusiasmada por los preparativos ¿para la celebración? No, para llevar a cabo el plan que se había propuesto. Había conseguido todos los ingredientes para preparar el platillo favorito de su esposo, incluido desde luego, el ingrediente secreto que obtuvo en la tienda del veterinario, el cual, en principio, se había mostrado reacio a vendérselo.

—Señora –le había dicho el veterinario- no puedo venderle ese producto, es demasiado peligroso. En todo caso, tendría yo que ir a colocarlo al lugar en el que me dice aparece ese animal y esperar a que llegue y caiga en la trampa de comerlo; además la cantidad que me pide es demasiada para acabar con la vida de ese jabalí que usted asegura está causando destrozos en su casa de campo.

—Señor –le había respondido Ella- no pensará usted que es un jabalí anacoreta que se ha retirado solitario al bosque a hacer una vida de tranquila meditación. No señor, es un jabalí macho y debe de tener su hembra y sus críos y todos juntos forman una horda salvaje, voraz y destructiva; los destrozos que han hecho son tales que seguramente es una numerosa familia de feroces jabalíes.

—Está bien, haré, en este caso una excepción y le aseguro que la cantidad que usted me pide y yo voy a venderle será suficiente para matar, no se diga un grupo de jabalíes, sino uno de toros y hasta de corpulentos elefantes.

—¿Tiene un olor o sabor que pueda provocar un rechazo en los animales que trato de exterminar?.

—Ni olor, ni sabor, señora, créame que devorarán con buen apetito la comida en la que lo vaya a mezclar.

—Gracias, señor, ya le haré llegar mi reconocimiento por esta ayuda que me está proporcionando.

—Olvídelo, señora, sólo le pido que sea discreta y no comente lo que le estoy vendiendo porque, en estas condiciones, alguien podría pensar que hay en su compra una intención criminal, en cuyo caso la venta podría calificarse de ilegal.

Por la tarde, mientras ella terminaba de cocinar la cena; llegó Él y en un gesto acomedido, preparó la mesa con mantel, vajilla y cubiertos de fiesta dejando sobre el plato de ella, para sorprenderla, un sobre con los boletos que había adquirido para un viaje a la playa durante las próximas vacaciones.

Una vez terminados los preparativos y, puesto que aun era temprano, Él propuso:

—Mi amor, la tarde está espléndida y quiero proponerte una cosa. Como tu sabes conseguí el contrato para la construcción de la gran terraza que habrá en el Cerro del Mirador, en donde se va a instalar el teleférico que será un atractivo turístico para subir y bajar a ese lugar en donde se construirá también un museo, un restaurante de lujo y un casino de juegos. Necesito para integrar al expedientes de la obra, las fotos del “antes” y el “después” y esta hora, la del crepúsculo, es ideal para tomar unas fotos muy artísticas y atractivas, quiero que tú me sirvas de modelo para ellas, ningún adorno mejor que tu hermosa presencia ¿Vamos?

Ella estaba tan feliz que aceptó, dio un leve retoque a su maquillaje, ya llevaba puesto el traje comprado para la celebración del aniversario y salieron.

Montaron en el auto y partieron, por el camino que ya estaba trazado, la suave pendiente de ascenso a la colina que terminaba curiosamente, como cortada “a tajo” por la parte contraria a la ciudad convirtiéndose en un peligroso despeñadero. El proyecto de construcción contemplaba la vista al despeñadero como un atractivo más en el que se planeaban las necesarias medidas de precaución; al filo del mismo Él la colocó a Ella y se retiró a alguna distancia para abarcar con el gran angular de su cámara la mayor área posible del paisaje, quería captar los diferentes matices de colores con los que el crepúsculo decoraba el cielo y empezó a darle instrucciones.

—Amor, voltea el cuerpo un cuarto de perfil a la derecha y gira la cara viendo hacia el frente. Perfecto, -y dio el clic en la cámara fotografica para captar la imagen- Ahora voltea nuevamente con el frente hacia mí y da dos pasos a la izquierda -nuevo clic- extiende la mano derecha sobre tu frente como si te deslumbrara el resplandor del sol y señala con el brazo izquierdo hacia el horizonte.

Los clics se sucedían uno tras otro y los cambios de postura también. Ella se veía ya un tanto desganada, distraída y hasta aburrida y cansada.

—Una más mi amor, ya vamos a terminar, abre los brazos y levántalos hacia lo alto como si quisieras abarcar con ellos el universo entero.

Ella emitió un profundo bostezo estirando los brazos como si estuviera a punto de iniciar un largo y profundo sueño..

—La última, mi amor. Levanta la mano en un gesto de despedida y da un paso hacia atrás.

Ella obedeció, sin mucho entusiasmo, y, al dar el paso hacia atrás… ¡Desapareció cayendo al precipicio!

Él avanzó lentamente, llegó al borde y observó calmadamente la figura destrozada que se veía al fondo. Se dirigió lentamente al auto y subió, conteniendo una sonrisa de satisfacción, para bajar manejando sin prisa. Durante el caminó fue repasando los hechos. Ante todos aparentaban ser un matrimonio bien avenido, pero que (había comentado con sus compañeros de trabajo), Ella, últimamente sufría ataques de celos y se dedicaba a espiarlo, sobre todo cuando iba a lugares solitarios y, en esta ocasión seguramente había llegado ahí en un taxi para que el auto no la denunciara y así sorprenderlo con “la otra”. Los boletos que Él había comprado para el viaje a la playa eran una hábil coartada que lo protegían de cualquier sospecha. El camino a la colina era tan solitario que no era imposible que alguien hubiera subido en un taxi para sorprenderlo y, bajar, después de satisfacer su curiosidad acerca de la conducta del supuestamente infiel.¿Como pensaba ella regresar a casa? Era un detalle que ella había descuidado, seguramente por su nerviosismo y alteración. Todo checaba perfectamente bien.

Llegó a la casa satisfecho de sus cuidadosos preparativos, observó la mesa dispuesta y, al sentir hambre, se hizo interiormente el comentario de lo delicioso que ella cocinaba. Sacó del refrigerador la deliciosa fuente de mariscos que ella había preparado para Él.
“Se ve deliciosa y tengo mucho apetito” pensó y se sentó a la mesa decidido a acabar con aquel delicioso platillo sin imaginar las consecuencias.

Supongo que, fatalmente y sin remedio, siguen unidos y no puedo evitar esbozar una divertida sonrisa al imaginar la cara que pondrán ambos, cuando se encuentren nuevamente juntos en… el más allá..

Texto agregado el 16-07-2008, y leído por 318 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-07-2009 es previsible el final, pero acechante, no han nada como llevarse bien con la pareja! efelisa
16-07-2008 Muy bien narrado,***** almalen2005
16-07-2008 muy bueno, aunque ya me esperaba el final, me ha gustado aristofeles
16-07-2008 de pelos!!! excelente cuento maestro divinaluna
16-07-2008 Había escuchado que la rutina mata el amor, pero no imaginé que llegara a estos extremos... Vaya, y eso que ahora se tiene más fácil con los divorcios... En fin, cuando el Destino une a dos personas, nada, ni la Muerte los puede separar, como en este caso... Ay, tan iguales eran! Buen cuento, mis 5 estrellas, CA. Besotes nayru
 
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