De ultratumba regresa el Cid,
ya hecho hombre, hecho carne,
trae consigo el poema,
trae consigo la sangre.
No importa qué se haya hecho,
ya todo esta perdido,
el Cid ha regresado,
el Cid es bienvenido.
Las videntes lo reciben
con los brazos abiertos,
no lo tocan no lo viven,
¡El Cid no está muerto!
No regresa de su tumba,
regresa de la luz,
vive el Cid en una sombra
en la que suena el Laúd.
Vuelve el silencio a la sala,
ya el poeta se ha dormido,
El Cid no es que esté vivo,
sino su voz y su cantar.
Sólo el penar de su alma,
el cesar de sus latidos,
el colmo de los bramidos,
han acabado con la calma.
Ya en silencio se cierran los brazos,
de las mujeres videntes,
de los hombres displicentes,
que ya han visto al fantasma.
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