EL CUENTO DEL CONEJO Y EL HALCÓN
En un país imaginario.... había un bosque hermoso y lleno de muchos animales que vivían felices en sus madrigueras y árboles. La primavera era la época del año que más disfrutaban. Las aves volaban; los conejos y ardillas corrían por todos los campos sin preocupación. De estos animalitos había una conejita muy especial llamada... Rabito.
Rabito vivía en una madriguera cómoda y acogedora. Ayudaba en todo cuanto le pedían sus padres. Era muy feliz escribiendo, bailando y cantando. Era tan tierna y dulce que podía llorar hasta cuando una flor se marchitaba. En los inviernos veía como la nieve cubría su madriguera con nostalgia e ilusión pues sabía que la primavera pronto llegaría y lo primero que haría sería buscar girasoles para su habitación. Le encantaba coleccionarlos y los tenía de todos los tamaños y formas. Hasta las más graciosas para algunos de sus amigos, pero a ella no le importaba.
Lo que también le gustaba mucho era ver a su amiga Muelitas, una ardilla que tenía su madriguera en lo alto de un árbol. Ellas se conocieron cuando Rabito recogía algunas zanahorias que crecían a los pies del árbol donde vivía Muelitas. Ese día a Muelitas se le cayó una nuez que llevaba para la cena. Tremendo susto se dio Rabito cuando casi le en la cabeza.
- Oye... porque no tienes más cuidado con tu comida. Casi me cae esa nuez en la cabeza, dijo Rabito molesta.
- No te molestes conmigo, dijo Muelitas. No te había visto. Estaba llevando nueces para mi mamá que nos va a preparar la cena. ¿No quieres comer con nosotros?.
- Gracias, me gustaría pero yo no puedo subir hasta la copa del árbol. Además debo llevar para la cena estas zanahorias. Mis papás deben estar esperándome.
- Bueno, podría ser mañana.. ¿Te gustaría?, preguntó Muelitas.
- Sí, me encantaría, respondió Rabito...
- Y antes de entrar a su madriguera, la ardilla preguntó, ¿cómo te llamas?.
- Rabito, y ¿tú???....
- Muelitas, respondió la ardillita.
Y, desde ese día, tres primaveras atrás, Rabito y Muelitas siempre se ven para bailar con las flores que el viento siempre mueve, cantar con los petirrojos que se posan en el árbol de Muelitas y jugar a bajar la colina sobre las cáscaras de las nueces.
Rabito y Muelitas, eran inseparables......
II
La primavera había llegado.
Lo primero que hace Rabito al amanecer es salir corriendo a ver los primeros girasoles que han florecido. Ya tiene lista una jarra con agua para colocarlos y ver lo hermosos que lucirán en su habitación.
De repente, al salir al campo, se queda inmovilizada por la sombra que ve reflejada en la hierba verde. Algo inmenso vuela en el cielo. Algo que jamás había visto en su vida. No podría distinguir que era pues la luz del sol la cegaba al mirar hacia arriba. No tenía miedo sino admiración y por un momento sintió algo especial en su corazón.
En tan solo unos minutos esa ave, muy diferente a sus amigos los petirrojos y las golondrinas, desapareció poco a poco en el horizonte. Rabito no podía dejar de ver como se alejaba. La curiosidad fue más fuerte que su instinto de protección, por si aquello podía hacerle daño. Y sin pensarlo trató de seguir aquella silueta.
Corrió y corrió como nunca lo había hecho. Sus pelusas blancas y doradas se movían como cuando el viento recorre el pasto. Y el sol le daba un brillo fuera de lo normal. Rabito tenía una sensación rara, extraña pero muy pacífica. No sabía como describirla. Sólo sentía que su corazón se desbordaba de alegría.
Llegó a un acantilado y ahí vio por última vez a esa extraña ave que se perdió en el cielo azul de una mañana de primavera. Lo sorprendente fue que al mirar hacía abajo vio un valle repleto de jazmines y gladiolos. No lo podía creer. Nunca había presenciado tan bella escena natural. Nunca había llegado hasta ahí y jamás oyó a sus padres contarle de este campo viviente que hizo brillar sus ojos color plata.
- Yo quiero, se dijo así mismo. No lo pensó dos veces y tronado sus dientecillos blancos bajo a oler las flores.
Llegó corriendo al campo de sus sueños y en una pequeña roca sobre el camino se subió velozmente y saltó hacia el grupo de gladiolos. Parecía que estaba sobre un trampolín. Los gladiolos recibieron su regordete cuerpo y lo lanzaron hacia arriba una y otra vez. Sentía que tocaría el cielo cuando estaba en el aire. Sentía que de esa manera podía alcanzar esa ave que voló frente a sus ojos, que voló sobre ella causándole una sensación inexplicable. Una sensación que jamás había sentido en toda su vida.
De pronto oyó que alguien le hablaba.
- Rabito deja de saltar sobre nosotros, dijo un gladiolo.
- ¿Quién dijo eso?, preguntó aterrada Rabito.
- Yo, Magla. La madre de todos estos gladiolos hermosos y grandes.
- ¿Cómo sabes mi nombre si yo no te conozco?, respondió asustadiza Rabito.
- Nosotros conocemos a casi todos los animales del bosque. El viento es nuestro mejor amigo y nos trae sus voces, sus sonrisas, sus lágrimas, sus sueños, sus deseos y sus oraciones antes de dormir.
- Entonces, me has oído cantar en las noches de verano.
- Así es, respondió Magla.
- Me has oído llorar cuando murió Seú, mi primer girasol.
- Sí, Rabito. Recuerdo esa noche de invierno cuando no podías salir a rescatarla por la nieve que tapo toda la puerta de tu madriguera y te sentiste impotente al no haber podido hacer algo.
Una ráfaga melancólica azotó el corazón de Rabito. El recuerdo de esa noche vino a su mente y una pequeña lágrima se asomo por sus mejillas y se deslizó entre sus bigotes.
Rabito permaneció unos segundos en silencio como guardando respeto por su girasol. Y ya que Magla le aseguró conocer a todos los animales del bosque no dudo en preguntarle.
- ¿Qué ave era la que voló sobre este campo de gladiolos?.
- Hummm.... exclamó Magla. Has llegado aquí por seguir esa ave del cielo. No lo sabía. Veo que eres muy aventurera Rabito, algo muy raro en tu especie.
- Así es. He llegado aquí por averiguar que ave es la que voló hasta acá y se perdió en el cielo infinito, respondido Rabito.
- Esa ave no se ha perdido en el cielo infinito. Ha volado de regreso a su hogar, en aquellas montañas rocosas, contestó Magla.
- ¿Cómo lo puedes saber si el ave vive tan lejos?. ¿Acaso el viento también te lo dijo?. Refutó el conejo.
- El viento puede ser muchas cosas si tú se lo permites. Puede ser el pañuelo que limpia el corazón cuando tienes una pena. Puede ser un compañero de baile para las hojas. Puede ser la dosis refrescante de las tardes de verano. Pero también puede ser un mensajero. Un mensajero de tus deseos.
- ¡¿Un mensajero de tus deseos?!, exclamó Rabito.
- Recuerdas que te dije que oía tus oraciones por las noches, pues el viento me hace conocer de ellas tus más puros deseos. Y no sólo de ti, sino también de los animales que buscan ser diferentes a su especie.
- Entonces, ¿sabes qué ave es y cómo se llama?.
- Así es querida Rabito. Esa ave es un halcón y se llama Zer.
III
Volaba sobre las montañas rocosas tratando de perfeccionar su vuelo. Acababa de mudar sus primeras plumas y deseaba desarrollar una nueva técnica para superarse así mismo. Para descubrir esa habilidad sobrenatural que llevan todas las criaturas según las enseñanzas de su viejo maestro Anvalti.
Zer era un halcón joven que habitaba en las montañas rocosas del valle del campo de gladiolos. A Zer le fascinaba pasar horas volando en el cielo y siempre llegaba a rozar las nubes. Cada vez que se entristecía volaba lo más alto que podía hasta que sentía como el viento dejaba de soplar por encima de las nubes. Sólo allí podía pensar en sus sueños, en sus metas, recordar a los amigos que ya no vivían con él. Algunas veces una lágrima traviesa brotaba de sus ojos, una lágrima de melancolía.
Un día, Zer se hallaba volando junto a su maestro Anvalti. Este le estaba enseñando algunas técnicas para volar en picada y luego con un movimiento leve de sus alas retomar el vuelo hacia arriba. Era una de las constantes lecciones que recibía, pues el joven halcón aún no lograba esa perfección que le permitiría el respeto de sus demás compañeros que tanto ansiaba conseguir.
- No busques lograr algo sólo para conseguir el respeto y admiración de los otros. Ve tras tu sueño sólo porque ello te hace feliz. A los otros no les interesa si eres feliz pues mucho aún no saben el significado real de lo que es compartir la dicha del prójimo, le dijo una vez Anvalti.
- Maestro, veo como mis compañeros se burlan cuando trato de perfeccionar mi técnica de vuelo. Acaso para ellos le fue fácil lograrlo, preguntó entristecido Zer.
- Zer debes comprender que muchas de las criaturas que se burlan de otros, lo hacen porque es una forma de protegerse a sí mismo. Usan una máscara para que las otras criaturas no se den cuenta que también son sensibles a la burla. Los que más se burlan son los que más sufren, sentenció Anvalti.
- Puede que tenga razón maestro pero cómo puedo seguir trabajando en perfeccionar mi técnica si mis compañeros me distraen con sus burlas.
- Las cosas nos afectan en la medida que nosotros lo permitamos, recuérdalo siempre. Por eso debes aprender a desarrollar la concentración y el abandono de ti mismo, le dijo Anvalti.
- ¿Abandono de mi mismo?, exclamó Zer. ¿Qué significa eso?. Acaso me está diciendo que me deje morir por la angustia de no lograr mis sueños.
- No!. Abandono de ti mismo significa que debes dejar de ser vanidoso. El exceso de vanidad muchas veces nos lleva a seguir el juego de quienes quieren hacernos daño. Tus compañeros se burlan y tú caes en el juego de sentirte mal. Si tuvieras más voluntad para concentrarte y fueras más humilde para recibir esas criticas como un reto para seguir esforzándote, las cosas serían diferentes y más fáciles para ti.
Las palabras de Anvalti resonaron en el alma de Zer. Tal vez su vanidad haya sido la causa de porque no lograba mayor concentración para perfeccionar su técnica de vuelo.
- Y entonces ¿Cómo puedo lograr ese estado de concentración evitando caer en la vanidad?, preguntó Zer.
- Es muy sencillo. Aprende a desarrollar un estado alto de concentración en lugares que impiden enfocar tu mente en ti mismo, en tus pensamientos. Ése es el primer paso. En esos espacios aprenderás a desarrollar el “no oír” al mundo, sino solo a tu alma, le planteó Anvalti.
- Pero sí puedo oír mi alma cuando estoy volando por encima de las nubes.
- Ese tipo de meditaciones son una parte de la perfección espiritual de las criaturas. La técnica que te doy permitirá fortalecer tu espíritu ante las adversidades. El mundo siempre te seducirá con los resultados fáciles evitando a todo costo el esfuerzo de la perfección espiritual. El camino fácil hace que le des valor al esfuerzo y que este permita descubrir virtudes que jamás pensaste tener. Por eso la meditación te dará la sabiduría para enfrentar una serie de pruebas propias de la naturaleza. Le respondió Anvalti.
- ¿Dónde puedo hallar esos espacios adversos?
- La respuesta en sencilla. Esos espacios no necesariamente deben ser sitios naturales. Puede ser la compañía de otras criaturas que te critican y que disminuyen tu confianza. Estamos hablando de lugares, criaturas y situaciones a las cuáles le temes. Búscalas, se valiente en enfrentarlas y lograrás la concentración de la que te hablo.
Es así como Zer pensando en el consejo que le había dado su maestro Anvalti partió hacia el cielo tratando de buscar donde podría desarrollar el poder de la concentración.
La primera pregunta que le vino a la mente a Zer era ¿a qué le temía?. Un sin número de respuestas se le venían a la cabeza pero ninguna se relacionada con el ejercicio de desarrollar el poder de la concentración. Voló por largo rato sobre un riachuelo rodeado de un verde jardín que terminaba en una cascada pequeña, frágil y cristalina sobre la cual podía ver su figura reflejada a varios metros de altura.
Luego siguió volando sobre un bosque lleno de periquitos de variados colores que cantaban alegremente una melodía. Los bellos paisajes que presenciaban no le permitían encontrar la respuesta a su pregunta.
- Concentración, se decía a si mismo. Estos bellos paisajes perturban mi concentración pero es porque me producen admiración, contemplación a la belleza. No me produce temor alguno sino paz. ¿Acaso sólo lo que nos atemoriza debe perturbar, desviarnos de la búsqueda de nuestras metas?. La belleza también puede desviarnos de lo que buscamos porque deseamos contemplarlo por mucho tiempo. Algunas veces puede ser de manera breve, pasajera. Pero... ¿qué pasaría si aquello que ha atraído toda nuestra concentración, aquello que deseamos contemplar siempre ha causado en nosotros un efecto muy fuerte... algo que sobre pasa nuestra razón, que nos lleve a querer tenerlo siempre a nuestro lado?.
Esta pregunta no tenía respuesta. No podía darle solución a esta interrogante. Y no quería darse cuenta en ese momento de que podría suceder... Entonces Zer nuevamente desvío su atención al tema del temor y entonces como una iluminación recordó las palabras de su maestro.
- La vanidad. Ese excesivo amor propio a veces es una disfraz para ocultar muchas carencias. Mi vanidad me ha causado muchos temores y uno de los principales es verme burlado por mis compañeros. Oír sus críticas hacen que pierda la fe en mí mismo. Impiden que no me concentre en hacer bien las cosas.
Esa fue la respuesta al inicio del caminó a perfeccionar su concentración. Recordó las veces en que, al iniciar su vida adulta, fallaba en obtener su comida y sus compañeros de vuelo celebraban su fracaso con risas sarcásticas. Sería duro para él enfrentar esta burla pero el temor a la burla lo seguía como una sombra. Pensó que llegó el momento de hacer algo diferente y que trascienda el resto de su vida.
Regresó rápidamente hacía las montañas rocosas del campo de gladiolos. Sentía una alegría inmensa al saber que iniciaría la tarea de perfeccionar su concentración para lograr esa habilidad sobrenatural que lo haría diferente a los demás. Se atrevió a volar lo más bajo posible, a rozar las flores del campo para estar lo más cerca de la belleza. Pero entonces... una fuerte viento detuvo su camino a casa. Una de sus alas fue herida y cayó del cielo.
IV
- Rabito has visto ese remolino que recorre el campo de gladiolos, preguntó Muelitas.
- Sí lo he visto y parece que viene hacia acá, dijo angustiada Rabito.
- No, no viene hacia acá. Está cruzando el campo de flores, pero...
Su conversación es interrumpida por el sonido seco y fuerte de una figura que cae al campo emitiendo un sonido seco y fuerte.
- ¿Qué fue eso?, preguntó Muelitas. Algo ha caído del cielo cerca de aquí.
- Vamos a ver qué es. Tal vez sea alguien que necesita nuestra ayuda y no podemos dejarlo ahí. Dentro de poco anochecerá y si lo dejamos sólo puede correr peligro, dijo Rabito.
- Pero... ¿y si nos quiere hacer daño?... ¿y si... , titubeaba Muelitas.
- Ningún animal del campo que cae con esa fuerza puede hacernos algo. Debe estar herido, debe estar sufriendo y nosotros seguimos paradas aquí. Vamos Muelitas, sígueme.
Y ambas amigas corrieron a ver que era aquello que había caído en los campos de gladiolos. Al llegar vieron la figura de un ave acostada patas arriba, con una ala extendida y otra encogida.
- Es un halcón lo que está ahí, dijo Rabito.
- ¡Un halcón!!!!, exclamó Muelitas. No podemos acercarnos, nos hará daño. Ya sabes que los halcones se alimentan de animalitos como nosotros.
- Lo sé, pero quiero saber si está vivo o muerto. No nos acercaremos demasiado, solo lo suficiente para ver que tan herido puede estar.
Muy cuidadosamente, Rabito y Muelitas se iban acercando a unos cuantos pasos del ave. A medida que lo hacían podían oír sus quejidos, por lo que se dieron cuenta que ésta no estaba muerta.
- Ay que dolor, se quejaba Zer.
- Escuchaste Rabito, el halcón está diciendo algo.
- Ya lo oí Muelitas, y no hagas mucha bulla que se dará cuenta que no está solo.
- Pero tú no lo quería ayudar, le refuta la ardilla.
- ¿Quién está ahí?, pregunta Zer al oír las voces de Rabito y Muelitas, Ayúdenme. Me he herido una ala. No puedo volar.
- ¿Qué tan herida está?, se animo a preguntar Rabito.
- No puedo moverla. Creo que se ha roto, respondió Zer.
- ¿Te caíste del cielo, no es así?, interrumpió Muelitas.
- ¿Quiénes son?. Acérquense para verlas, dijo el ave.
Continuará...... |