"Homenaje a un amigo, escritor, lector empedernido, guerrillero de las letras, conocedor de cuantas secretas librerías caducas abren sus puertas invisibles, a los seguidores de la luz divina, de las hojas recorridas por tintas como la sangre de sus autores"
No fue pura rabia, también fue un dejo de justicia rebelde. Pero que putas, nunca pensó que iban a vender los libros tan caros, ni siquiera supuso que los venderían. Y ahí estaban todos escuchando las ilusas obras aglutinadas en un manojo de papeles -que llamaron libro- para aplaudirse y para sacarse los chanchitos de tanto espaldarazo. Las hojas volaban tras cada lectura acalorada, era el otoño embravecido de su cólera irrestricta, implacable para todo aquel que se atreviera a interrumpir la prosa de voz en cuello, conocería también sus huesudos nudillos y las patadas por la raja.
-¿Cómo que un libro en tres lucas…?
Silencio, miradas al suelo, sonrojo, caras de palo, respuestas sensitivas, respuestas puestas.
-¿Supongo que serán tres libros por luca… ¡o no!?
Se sentó sobre el montículo de libros y leyó apasionado, con énfasis, con esa perdida razón de la sin razón literaria que ni siquiera su espíritu libre pudiera domar, como único mecenas de escritores oportunistas, vivarachos cabrones, conchas de su madre. Su abrogada memoria rasgaba los recuerdos de hace un tiempo, cuando arrancando de los ratis por Pudahuel transaba a punta de ron y unos cuetes con los traficantes e impresores clandestinos: un precio, un justo precio. La tirada sería, por supuesto, un libro “pirata”, mas en su confundida trastocación de los discursos no sabía ya quienes eran los verdaderos piratas. Avanzaban los capítulos, los títulos y las hojas arrancadas de cuajo tapizaban el añil solaceo de la alfombra del atrio.
Ebrio de rabia honraba cada palabra de cada escritor, el pulpito acogía cada resabio de inspiración en una suerte de divinidad abigarrada de “justicia”: ¡nadie escribe en vano!
Y llegó el final, sellado, empacado y prendido con los fósforos de la cocina que guardó cuando se hizo los huevos fritos. La pira rindió un último homenaje, un heleno sacrificio. Por fortuna los guardias –ya acostumbrados a no intervenir- pudieron apagar las cortinas y el tapiz de cubre pisos barato.
Ahora descansan en paz.
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