El estómago tomaba la forma del más fino y eficaz nudo, ese que tanto había tenido que practicar durante su corta -pero suficiente- estadía en la barraca nº 14 de Campo de Mayo. Un nudo fácil de hacer, pero casi imposible desmenuzar. Un nudo que muchas veces permitió mantener cerrada su taquilla. Evitar que se coman los alfajores que Patricia le había mandando no era tarea sencilla. Pero hoy, ese nudo lo parte en dos.
No sabe bien el motivo del aumento perceptivo, pero ahora, todo le afecta y todo afecta su estómago. Cada mirada triste, cada noticia trágica va directo a la pirámide de alguna parte del intestino. Pobrecito Raúl, se metió en el mundo de los sensibles, quizás por eso tuvo que dejar y dejó. No solo dejó la infantería, también dejó su familia, dejó sus amigos, dejó sus novias y hasta dejó a su madre.
Le fue muy difícil reinsertarse en la sociedad, simplemente por que él tenía la suya y con esa le era suficiente como para no tener que preocuparse por ser. Raulcito – como le decía la bobe- cada vez que salía a la calle se trastornaba, o mejor dicho se trasformaba en lagrima, algo para nada sano…“así son los sensibles” trataban de consolarlo, una frase casi tan mediocre como “es lo que hay”, pero esto ya es otro tema.
El reloj jamás paró y la angustia fue incrementando cada vez más. Lleno de impotencia, trataba de ayudar a cuan persona se le cruzaba por adelante, pero estos al verlo trataban de ayudarlo a el. Raúl no entendía la indiferencia de la mayoría de la gente ¿Cómo no podían ver a su costado? O ¿no querían ver? ¿No sentían el sufrimiento ajeno? ¿Estaban desconectados? O ¿demasiado conectados? Peor, peor y cada vez fue peor. Raúl se dio cuenta que los demás usaban los ojos solamente para verse en el espejo. No lo soportó.
Raúl murió ahorcado. |