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Cuando el primer ser humano sintió hambre, hundió una mano en la tierra y esperó a que brotasen jugosas manitas. Dios, contrariado, amasó el barro para volver a darle forma.

El segundo ser humano permaneció largo tiempo después de ser creado tumbado boca abajo. Al advertir que podía moverse y después de reflexionar, decidió desplazarse rodando hasta que perdió el control en la pendiente de una colina que iba a dar a una gran cascada. Dios rescató el barro primigenio justo a tiempo.

La tercera creación, al descubrir la belleza de una flor, emitió un involuntario sonido gutural. La sorpresa y el placer de la expresión fueron tan grandes que prolongó un segundo gemido de admiración sin ceder al reflejo de respirar. Dios impidió la muerte por asfixia, amasó el barro y probó de nuevo.

El cuarto creado se asustó al ver veinte dedos. Exploró su cuerpo y descubrió algunos orificios, lo cual daba sentido a la existencia de tantas extremidades inútiles. Hizo corresponder algunos dedos en sus respectivos orificios pero se sintió tan frustrado al dejar huecos y dedos libres que se dislocó las articulaciones en su lucha por completar la labor. Cuando estaba retorciéndose a los pies de un cocotero, Dios, resignado, volvió a amasar el barro.

El quinto ser humano se gestó con alimento en su aparato digestivo para garantizar las primeras horas de supervivencia. Permaneció apoyado en el tronco de un árbol pero al caer la noche sintió frío y cuando sus primeros excrementos aparecieron, se cubrió con ellos y se acuclilló esperando producir más cantidad del reconfortante material. Cuando el humano estaba a punto de morir congelado, Dios limpió el barro y volvió a probar.

El sexto ser humano sintió algo extraño pegado al cuerpo y no cesó en el afán de desprenderse de su cabeza hasta que Dios intervino.

La séptima génesis se sentía sola y triste. Gateó a través del paraíso buscando una compañía que no le proporcionaba los melocotones maduros ni las piedras del río ni siquiera las ramitas secas. Cuando un oso que pretendía hibernar ya estaba harto de mimos y caricias, Dios formó una masa uniforme para empezar de nuevo.

Al abrir los ojos la octava creación, se maravilló del mundo, de sus colores y formas tan variadas. Los olores y los sonidos también le proporcionaban un inusitado placer. La humedad de la tierra y el frescor de la brisa le llenaban de felicidad. Cuando descubrió el dolor gracias a unas ortigas, le pareció tan fascinante que, agradecido por el don de la vida, recogió dos piedras y se golpeó los genitales con creciente entusiasmo. Dios decidió dar por fallida esta labor.

El noveno aparecido, astuto, pretendió engañar a la gravedad andando de espaldas para pasar al otro lado de una brecha tectónica. Dios sintió ganas de llorar pero quiso llevar a cabo un último intento teniendo en cuenta todos los anteriores errores.

El décimo ser humano sobrevivió un día entero. Apresuradamente, Dios moldeó una copia, dotó a ambos seres con sexos complementarios y no quiso pensar más sobre el asunto en lo que le quedaba de eternidad.

Texto agregado el 15-07-2008, y leído por 225 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
21-11-2008 ¡bravo! (es con efusividad aunque no parezca) liux
16-09-2008 Que bueno eres! Leertees un placer de aquellos gigantes. colomba_blue
09-08-2008 noooooooo!!! qué ingenioso!!!! me gusta me gusta me gusta... electroduende
09-08-2008 Estupendo, qué gusto, qué sencillez, qué profundidad, qué ternura y qué risa. Me encantó. justine
15-07-2008 Buenisimo aristofeles
 
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