TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Barangel / Guámânhú má nôpa.

[C:36180]


("Un canto a la mujer y a la vida")


Para mis sobrinas.


Esta es la historia de Guá'mân'hú má nôpa.

—¿Qué significa este nombre?
En la lengua de los antepasados mexicanos del abuelo quiere decir: "la que fue a buscar y a conocer el secreto de la vida". Este término es en realidad una contracción de dos verbos y un sustantivo de la gramática chichimeca-pame: gua'mân, que significa "ir"; y el otro, man'hú, que quiere decir "conocer". Por su parte, Ma'nôpa es un sustantivo: "la vida".
A vista de ojos, el nombre o denominación común de Nopa, no es, ni puede ser algo despectivo, como a veces se refiere o incluso se hace mofa de él, mal empleado este alto término en el lenguaje de ignorancia; pues a veces se llama así a alguien que está falto de seso o es un tanto incapaz, tardo, torpe o chambón; pero, en realidad, dicho nombre encierra un símbolo muy hermoso, pues significa: la vida.
Debido a la misma razón de su peculiar significado, y como los indígenas se alimentaban liberalmente de estas plantas cactáceas abundantes en las regiones agrestes, fue que ellos les dieron este nombre a los Nopales, es decir, aquellos alimentos que les proporcionaban y conservaban la vida, porque los encontraban por doquier y en todo tiempo. Además, los antiguos tomaban también el jugo de las pencas de nopal para purificar la sangre; aunque en realidad, ellos decían que les aumentaba la sangre, o sea su vida. Y se usaba mucho el término "nopa", "nopal", nopalitzin"; si bien, en lengua chichimeca había también otras formas para referirse a los nopales, como el término muy común en estos llanos del centro, hasta más arriba de territorios de S. Luis Potosí, de "bom'lebiun". (Hasta parece francés, ¿verdad?, pero, no, es chichimeca puro y significa: nopal).


Tenía la pesadumbre el abuelo -quien contaba estos hechos-, que la leyenda de esta hermosa indígena llamada Guá'mân'hú má nópa, no se podía comenzar señalando, como en todas las otras que narraba, que "aconteció en tal o cual pueblo de nuestro territorio"; porque hasta hoy nadie ha identificado el lugar comarcal acertado en que ocurrió y se llevó a cabo tan grande y gloriosa aventura. Eso sí -afirmaba categórico- sucedió en edad muy remota; y tanto que tal vez tocaba y arañaba las barbas de varios y desgastados evos milenarios; pues se trataba de una corriente espesa de años atrás, que había rectificado y bañado un considerable paquete de veteranas centurias, antes de alcanzar y dar con nuestro hoy moderno y su gestación perenne del presente.
Porque los seres humanos en América son mucho más antiguos de todo cuanto se venía pensando y aceptado hasta ahora, -sonreía por su descubrimiento el abuelo-. Así lo indicaba claramente y lo demostraba fehacientemente la ciencia de los hallazgos más recientes, los cuales dicen taxativamente que, desde la friolera de 40,000 años a.C., y aún un poco antes, ya se pueden rastrear las huellas de los caminantes que descubrieron realmente el continente Americano. Sí, se afirmaba en su exposición el abuelo, ellos fueron los auténticos descubridores, no como hemos oído diz que fueron los europeos, quienes en realidad andaban en cuestiones de negocios y mercaderías; y, haciéndose los despistados, pero no tan perdidos los barbudos, pues se adueñaron de todo cuanto aquí había, resulta que ya no fueron a donde iban y los había mandado su mamá Doña España; porque se les ocurrió, o mejor, decidieron quedarse aquí a los atarantados, porque dícese que se les borró o se les perdió el camino de las Indias; pero la realidad -revelaba el abuelo- es que se habían enamorado de nuestras hermosas mujeres indias.
Por lo tanto, esta narración, no la colocaba de preciso con afirmación concluyente, y muy a su pesar, en la región central de México; "pueda ser que sí; pero quién sabe; mejor no digo dónde" -indicaba atribulado el abuelo-. Lo más seguro -solía afirmar- es que había ocurrido en algún punto de las vastas regiones y llanuras territoriales en el norte patrio; empero, esto era igualmente hipotético.
Era, sin embargo, muy seguro que su cumplimiento se perdía mucho tiempo atrás de cuando se estaban formando todavía en su comarca europea los españoles, quienes vendrían después a conquistar y a oprimir las razas de México. Pero en aquel entonces lejano -aseveraba el abuelo-, se trataba de otro período; era el estreno natural que había en los campos, y cuando vivían muy diversas gentes por estos rumbos, los cuales tenían una equitativa manera de vivir; pues había libertad plena para llevar a cabo grandes hazañas aún a las mujeres, porque la igualdad originaria entre nosotros todavía no se había perdido.
Con toda certidumbre -se pronunciaba también el abuelo-, eran aquellos tiempos cuando las tribus chichimecas estaban bajando poco a poco y por grupos pequeños desde el norte del país hacia el centro y más al sur del continente; y lo hacían en formas y períodos estacionales bastante prolongadas, pues buscaban los mejores sitios habitables y ricos de alimentos. Los primitivos y más antiguos padres, nada dejaron escrito, porque, al igual que yo, ellos no sabían escribir -se lamentaba el abuelo-; sino que todo lo confiaron a la tradición y a la memoria; sólo que el último de ellos que la refirió completa, se le olvidó la primera página; o la última, si como los hebreos y árabes, leían al revés.
Y como la narración se ubicaba en un lugar agraciado y encantador, algo que tocaba los dinteles de lo paradisíaco, decía el abuelo que brotaba casi natural el hecho de pensar que se tratara de los campos donde vivía, sus montañas y su exuberante naturaleza en aquellos prístinos momentos de su protohistoria.
Pero, con todo, aceptaba que como no se podía comprobar científicamente su declaración cordial, dejaba libre la imaginación para arrellanarse en cualquier parte de México, con tal de que esta no saliera de sus límites fronterizos, ni de sus espacios siderales o marítimos. Aunque señalaba, como para convencerse de que había sucedido el hecho en su tierra natal, que los rebordes y confines en aquellas praderas norteñas antes indicadas, al estar de continuo abrasadas por el calor desde los asomos del estío, no les permitiría a las mujeres lucir sus galas de tejidos emperifollados y de colores mágicos e indefinibles, por lo delicado y fino de su compostura; y menos las texturas y encajes con puntilla, confeccionadas y engarzadas con mixturas de oro filigranado, trabajados por silenciosas manos de indias femeninas.
Por eso fue -decía con picardía el abuelo-, que debido al calor insoportable, muchos indios inventaron la moda de andar casi desnudos; y pegó el estilo, pues muchos otros que los vieron siguieron la novedad, hasta que los españoles les obligaron a vestirse. Y es que los peninsulares instalaron talleres de hilados y tejidos y, como deseaban vender mucho de este producto, para hacerse pronto ricos, fue cuando pusieron en boga el uso de los pantalones de pechera, los cuales ocupaban más tela y eran más caros. (El abuelo usaba siempre de estos pantalones). Sin embargo, en aquel tiempo oficioso del relato, allá en las regiones norteñas, también las prolongadas escarchas y el neviscar pesante, hacían a veces sus inviernos gélidos y eternos; de modo que no podían surgir, sin grande y denodado esfuerzo, las cenefas de flores y guirnaldas para dignificar y ceñir a los héroes y a las intrépidas amazonas.

Pero, comencemos ya esta historia verdadera que parece cuento.
Decía el abuelo, que sus antepasados de las tribus chichimecas, tenían un concepto muy original de la mujer, y hasta revolucionario, para nuestra actual forma de pensar, pues ellos, en primer lugar, reconocían a un ser, a quien llamaban: Táat, ó, K'ben, Ko'guèn, o Kon'hò, que significaba: "sol”, “señor", "padre": la pronunciación o la preferencia de términos, dependía de diversos los grupos. Por eso, más tarde, por ejemplo, para los de habla náhuatl, se convertiría en Totatzine ("amado Padre"); y "Tata" ("el Padre", o el "Señor"), para los tarascos. Pues, la idea que estaba al fondo de este concepto, la referían ellos a la acción de sembrar. En efecto, nos refería el abuelo que en la lengua de sus antepasados, se decía: Kàuk lè ma'toòn' ma'nopa; para hablar del ser que siembra la vida ("Yo soy el que siembra la luz o la vida"). Eso quiere decir, en forma abreviada el nombre de Ko'guén, ó Kon'hò, que era el dios de muchas tribus chichimecas.
Y, desde aquí podemos hallar la originalidad de su pensamiento -ilustraba el abuelo-: pues, todo mundo sabe que el maíz, el frijol, las calabazas y los chayotes, no se cosechan inmediatamente de la semilla que viene puesta en el suelo. No, señor; para ello, tiene que pasar tiempo y esperar algunos meses, antes de poder recogerse los frutos; y, más aún, se hacen necesarios elementos como el agua, la tierra, los soles y el viento, para poder obtenerse un día los granos maduros y los productos apetitosos de las semillas que se deshicieron, o que se transformaron con la química de la tierra y dieron origen a algo nuevo, pero que conservará el mismo color, olor y sabor, y hasta la cáscara semejante.
Pues este ser supremo, el "Táat" o Ko'guén, decían los antiguos, que se puso a sembrar una gran diversidad de semillas; y tuvo que esperar mucho tiempo para poder ver su cosecha. Esta es la evolución normal de la vida, decía científicamente el abuelo.
Esto quiere decir -indicaba el abuelo- ni más ni menos como le hacemos nosotros cuando vamos a sembrar el campo: escogemos la semilla y la distinguimos, es decir, las clasificamos y seleccionamos a todas ellas; y, claro, siempre las mejores, pues no vamos a exponernos a cultivar semillas incompletas o podridas que nada podrían producir; luego que separamos los granos, algunos se envuelven, se humedecen y se guardan, mientras se prepara el terreno.
"Si nosotros seleccionamos una semilla de jícama, no vamos esperar que nazca un aguacate, ¿verdad?; del mismo modo, si pusimos en la arena una gramínea de cacahuate o calabaza, jamás esperamos ver surgir en su lugar una chirimoya o una guayaba; pues, de la misma manera, el sembrador de todas las cosas, desde aquello que tenía en su granero de reserva, dispuso la evolución de todas las especies, así como la forma final que alcanzaría cada una; y porque Él es eterno, no tiene prisa; por eso, acomodó todo en forma muy minuciosa, para que sus obras fueran armoniosas y arregladas en un concierto perfecto.
Al modo semejante que enseña la Biblia, nuestros antepasados constataban que el Creador formó primero unas cosas, luego otras, hasta llenar el universo mundo, con todos las elementos y tipos de seres que quiso crear y hacer brotar en su plantación. Pero, nada nos autoriza para afirmar que surgieron todos en montón, de sopetón, es decir, ya hechos y funcionando cada uno a las mil maravillas. No, por su naturaleza y sabor de tiempo, tuvieron que irse desarrollando y perfeccionando poco a poco. Al modo de la semilla cuando va a germinar que, primero se divide su núcleo, luego comienzan a aparecer pequeños elementos que irán manifestándose con el transcurso del tiempo, hasta alcanzar tallos, hojas, flores y por fin sus frutos.
Pues lo mismo, así debió ser también en todas las obras del Señor. Debido a este proceso de perfeccionamiento en todo, podemos elucubrar -decía el abuelo-, que nuestro mundo tiene muchos años de existencia; porque este sin duda ha ido caminando y adaptándose hacia su natural desenvolvimiento y coronación, o hacia el punto cumbre que tiene como destino, según la potencia que le fue inyectada por el dueño del poder, de la luz y de la vida.
De esta manera, luego de haber formado los astros y constelaciones, los mundos y universos siderales; los soles cuajados de planetas y satélites; la tierra, con el agua, montes, selvas, desiertos y todo cuanto contiene; los animales de diversa especie, pequeños y corpulentos; todos los árboles y las plantas con su exuberante y colmada hermosura; finalmente, el Creador hizo al hombre y a los de su especie.
Dios creó al hombre primeramente solo; pero, no es que se le haya olvidado hacer a la mujer. No, señor -decía el abuelo sonriendo-, es que estaba haciendo un diseño perfecto. Sí, la mujer fue el ser que le llevó más tiempo en trazar, por ser la coronación de la creación. Por eso, a veces ella es muy complicada. Pero, si nos adelantamos un poquito, este arquetipo de su especial proyecto, sintetizado en alguien muy especial, sería su obra perfecta, la obra maestra de la creación, y aquella que le robaría el corazón al mismo Padre creador, quien no tuvo más remedio -decía satisfecho el abuelo-, que darle el suyo propio, o sea el Hijo único que tenía. Entonces, el Corazón del Padre unido al corazón limpio de una gran Mujer, resultó como conclusión Él mismo, y por eso se llamó y es Hijo de Dios, pero también Hijo del Hombre, como todos Uds., saben.
Bueno, pero no podemos adelantarnos a los hechos. Cuenta la leyenda y narración de los orígenes chichimecas que, en aquellos momentos de reposo, o del proyecto activo de su obra maestra, por fin, dijo el Señor, Tàat: "Bien, ahora vamos a revelarle al mundo la mujer". Y luego que la hubo adornado de especiales atributos, ¾como al hombre, hecha de su sangre, o su sacrificio¾, no porque pretendiese consultar a sus criaturas sobre el modo de inventarla, ¾pues qué le hubieran podido aconsejar -observaba el abuelo-; pero, como ella representaría para todos los seres vivientes su poder generativo, delicadeza, ternura y bondad, quiso hacer partícipes a los seres ya creados, a fin de que dieran un nombre cabal, preciso, puntual, apropiado, conciso, amable, bello, simple y sencillo de lo que en ella veían.
Se trataba, en fin, del nombre que ellos pensaran más justo y conveniente; y esto era muy importante, pues con él habría de reconocerse por todos y siempre la última y la más hermosa de las obras de la creación. Pero, solamente les estaba pidiendo algunas sugerencias para ver si le cuadraba -sonreía el abuelo-; pues de otro modo, Él ya estaba pensando en un nombre hermoso.
Y claro que ante el Jefe supremo y Creador universal de cuanto existe, todos los seres del universo quisieron quedar bien o, mejor todavía, ansiaban lucirse al menos un día en ocasión tan especial ante su Dueño y Señor, exprimiendo lo más agudo de sus sesos. Por esta razón, en forma espontánea se dieron a la tarea de buscar y encontrar el nombre más proporcionado, oportuno y delicado que debían dar a la mujer. Y, pasado que hubo un espacio conveniente de prudente y deliberada consideración, entonces los seres creados dieron su resolución entera, concordante, completa y universal, al ser requerida su propuesta. Fue entonces cuando elevaron un himno armonioso que se extendió y encumbró hacia todas las circunscripciones del orbe, cantando aquel nombre al unísono y en medio de una sinfonía acorde y melodiosa, con el cual se reconocería en todas partes a la compañera del hombre, o sea, la hembra.
—¿Qué cuál nombre le dieron todos los seres creados a la mujer?
Pues, —¿cuál es el más hermoso que existe en la tierra para referirse a ella?
—Sí, el de ¡MAMÁ! No hay otro más bello, hermoso y tierno. Este nombre encantador, sin embargo, no es sino solamente la repetición del término originario que cantó la naturaleza en aquel momento, o sea: “Maá, Maá”, o “Naá - Naá”.
Por eso el Creador estuvo de acuerdo, y se lo dejó así, aceptando gustoso la sugerencia. Bueno, pero conviene aclarar que en las diversas lenguas de la tierra ha ido variando y restringiéndose un poco dicho término con el correr del tiempo; "¡Má-má!"; "¡Má-má!", es la voz del coro que exaltó, se oyó y repitió al inicio, y cuyo nombre le dieron en aquella consulta todos los seres a la mujer; pero, esto indicaba a la mujer y a todas las mujeres; no sólo a la que es madre y ha engendrado hijos. Y, si se fijan Uds., muy bien -indicaba el abuelo- encontrarán que en la mayoría de las lenguas humanas, este nombre es muy parecido, cuando no del todo idéntico. —Que el original es Maá, ó Naá, ni qué decir tiene, por eso no entablaremos discusión alguna, porque no tiene caso hacerlo, —dejaba asentado, y con mucho orgullo el abuelo—; y de este apelativo, que es 100% chichimeca, parten todos los demás.
Algunos nombres mencionados por el abuelo (eran muchos más, pero no los anoté todos): Primeramente, Naà, o Maa', en la lengua de los antepasados del abuelo, que era el chichimeco; Nana ó Nandi, Ima (ella), en P'urhepecha o michoacano; Madre, o Mamá, en español; Imma, en hebreo; Mater, en latín; Meter, en griego; Inà, en tagalo o filipino; Hi-ma, en chino; Mother o Mom, en inglés; Om, en árabe; Mutter, en alemán; Mère, en francés; Mamma o Donna, en italiano. Uds., bien podrán notar las coincidencias y semejanza, en modo que no requieren mayor explicación.
Y, si no preguntamos: para nosotros ¿qué significa la palabra “Mamá”? Sin duda Ustedes podrían decirme que es un nombre onomatopéyico, de aquel sonido que ensayan los niños en sus primeros balbuceos. —Sí, estoy de acuerdo; eso puede ser muy cierto; pero, esto no indicaría otra cosa -decía el abuelo-, sino que la naturaleza esto es lo primero que nos enseña a todos; y queda como eco de aquel primer canto que elevó cuando fue consultada por el Creador; con lo cual queda comprobada la substantividad y legitimidad de esta leyenda que estamos recordando. Aunque, claro está, no se trata de imponer nada a nadie, ni decir que los chichimecas fueron los primeros seres de la tierra; sino más bien, aquello que pretendemos es maravillarnos todavía en mayor grado, pues el término Mamá, o Imma, según las investigaciones y profundizaciones buscadas en varios significados de lenguas autóctonas más antiguas, quiere decir: "una hendidura por la que penetra un rayo de sol".
La palabra Madre, es, pues, una herida profunda que deja pasar la luz y el calor de la vida; es una ranura que traspasa y destila, desde una fuente misteriosa, una corriente de resplandor, amistad, regocijo, germinación y florecimiento de maravillas y encantos. Es también Mater, materia, es decir, el sustento y la base de todo cuanto existe; la cual, desde la generación primigenia, no es otra componente sino energía condensada; con lo cual nuevamente llegamos a la afirmación de que madre, por tanto, “es un rayo de luz y de vida”.
Pero, todavía más, y profundizando científicamente un poco sobre el origen de la mujer y su nombre -nos ponía al tanto el abuelo-, la mayoría de los investigadores contemporáneos están de acuerdo en que el origen de la humanidad se debe colocar en África; y precisamente a lo largo del Valle Rift, donde se encuentra una grande fractura geológica (una ranura), que parte del África meridional y corta el continente de sur a norte, pasando por Tanzania, Etiopía, el Mar Rojo y termina a los pies del Cáucaso. Esta es una fractura que se creó desde hace aproximadamente unos 8 ó 10 millones de años; lo cual trajo consigo una serie de cambios ambientales, climáticos y ecológicos que dieron como resultado las condiciones para la aparición de los primeros Omínidos, entre los cuales se halla el antepasado común de los Australoputecus (omínidos después extinguidos) y del Hombre.
Y, asómbrense aún más ¾revelaba el abuelo¾, que ya nos tenía con la boca abierta: Pues resulta que entre los fósiles humanos, el vestigio más antiguo es una hembra; y por lo tanto, se trata, hasta ahora, de la primera mujer conocida de las que vivieron en la tierra. Se descubrió precisamente en territorios africanos de Tanzania y Etiopía, y data nada más que la insignificante y nimia cantidad de 4’ 500,000 años. Sí, cuatro millones y medio de años Y, salten de admiración y extrañeza, pues los científicos le llamaron "Lucy"; o sea, Luz.

—Bueno, esto es lo que nos dice la ciencia, -concluía su disquisición el abuelo-, pero el nombre de Mamá, ya dijimos, según la sabiduría de nuestros antepasados, es todavía más antiguo, porque nos remonta al espacio, al tiempo libre en que Dios estaba trazando su proyecto de crear a la mujer; y aquello que dejó ver de sí mismo en ella, es decir, su luz y esplendor, su afecto y cariño, su dulzura, gracia, perfección y hermosura.
Y fue debido a esto, que al contemplar por primera vez la mujer, toda la naturaleza creada, antes que otra cosa, descubrió en ella un trozo del sol, una luz que reflejaba la belleza, la bondad y la ternura que esconden las entrañas del corazón mismo de Dios; y, como por ella se le habían escapado estos destellos, por consiguiente, la llamó con el nombre de Mamá. Con lo cual, queda, pues, claro -acotaba el abuelo- que en realidad, fue el mismo Dios quien le puso este nombre. Porque Él, también con el paso del tiempo, así como para todas las criaturas, se haría una hermosa, perfecta y tierna Madre, pero Inmaculada, a quien llamaría Imma, María. -Ella fue la que dio a luz al que es la verdadera Luz-.
A esto se debe, seguía enseñando el abuelo, que nuestros antepasados más lejanos, tenían en mucho el respeto hacia el matrimonio, por el misterio de la luz y de la vida que comporta. Ellos se casaban con una sola mujer, desde muy pequeñines; pero debían permanecer fieles sólo a ella durante toda su vida. Y, es que, concertados con la realidad de las cosas, así como se las revelaba la naturaleza de las mismas, sin ninguna tinta lucrativa o ventajosa, nuestros abuelos mayores, entendían el sentido más profundo de la aspiración de los hombres por la unión con el absoluto; así, sus prácticas rituales para agradar y servir a la divinidad, estaban orientadas a una comunión con él; por ello, el mismo Creador había salido y continuaba viniendo a su encuentro dándoles a cada cual una mujer.
De este modo, se enlazaban por un pacto sagrado, pues al estar unidos en forma inseparable con sus esposas, a través de toda su vida concreta, podían no solamente aspirar, desear y soñar, sino tocar la realidad de la luz, el gozo, el amor, la alegría, la bondad y la ternura, que el Creador había sembrado en la mujer.
Por eso, si se fijan bien en este relato de los antiguos, aquí no se dice que la mujer haya salido de la costilla del hombre, sino más bien, que salió de la costilla del Creador, es decir, de la hendidura de Dios; pues Mamá, como dijimos, es un rayo de luz y de sol que sembró el Táat o Padre, sobre la tierra, y la dio al hombre para que viviera en una relación constante de amor, de amistad y de vida. Por todo ello concluimos que la concepción sobre la mujer que tenían los antiguos chichimecas, era muy original.

Texto agregado el 26-04-2004, y leído por 486 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-06-2004 De nuevo saludos. sigue regalandonos letras. gatelgto
30-04-2004 Un relato muy interezante bien adelante. gatelgto
26-04-2004 Realmente interesante. Buen regalo. BZS KaReLI
26-04-2004 Es muy interesante tu texto, muchas gracias, un saludo AnaCecilia
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]