Descendió del vehículo, avanzando con firmeza hacia el portón de su casa, empinada dignamente en la precordillera de la ciudad. Unos niños advirtieron el cotidiano suceso, deteniendo al instante el juego de paletas en que se esmeraban desde hacía casi media hora. Luego, una vez traspasado el portal entreabierto, caminó despacio sobre el asfalto como si sobre su cabeza hubiérense posado pequeñas aves de cristal. Su destino ocasional terminó siendo el habitual boliche esquinero. En el transcurso fue seguido, con cuidadoso disimulo, por los curiosos niños de la cuadra. Toda la escena se desarrollaba en medio de un funerario silencio. Entonces, repentinamente, se escuchó un poderoso grito proveniente de de una blonda mujer que rozaba la cincuentena de años: ¡¡Sultán!!!....¡¡¡Sultán!!!....Luego, un niño lo tomó de la cadena que rodeaba graciosamente su mullido cuello, procediendo a devolverlo a su dueña, quien, voz en cuello espetó: ¡¡¡última vez que te sacamos a pasear!!!. Entonces, él, a su modo, bajo la apariencia de un ladrido, lanzó una carcajada imperceptible, hundiendo el hocico en el tarro de desperdicios.