MADRE COCINA, QUE TUS LAGRIMAS SINO APAGARAN EL FUEGO
Era Lunes, volvia de la escuela. Mi madre me pregunto cómo me fue. Bien, contesté. Le pregunté si podía hacerme hamburguesas, creí visualizar un gesto como de enojo, y le dije “Bueno, deja, no importa esta bien, hacé milanesas”. Me preguntó porque “eramos” así, refiriéndose a mi y a mis hermanos. Empezó a llorar y a decirme que siempre recalcábamos sus errores. No entendía bien, entonces dijo algo que iba cambiar mi forma de ver las cosas para siempre, “Prefiero morirme, prefiero Morirme a estar así”.
Seguía llorando mientras cocinaba una tortilla a la española, yo fui al baño a fumar un cigarrillo.
Trataba se entender porque se había puesto tan mal. Traté de disimularlo, pero verla llorar me dolía en el alma. Inevitablemente vinieron a mi esos tiempos, en donde mi padre aún tenia la huerta, a ella sentada en el sillón mirando, sonriéndole de vez en cuando, siempre sin detener sus quehaceres.
Estaban ahora lejos, esos tiempos donde todo era tan simple. Estaban lejos esos tiempos, cuando aún me era fácil decirle te quiero. Mi niñez estaba lejos, ya no podía olvidar esos momentos. Todo se volvió lejano, ausente, sin tiempo. Pensaba que tal vez extrañaba a mi padre, que quizás le dolía el no tenerlo. Pero de cualquier manera nunca se lo pregunté. Comprendí que mi madre era humana, que no estaba hecha de fierro. Comprendí que podía entenderla, pero no comprenderla. Me di cuenta de que ya nada era lo mismo. De que nunca podría saber que es lo que siente.
Ella siguió haciendo sus cosas con la mirada perdida en fuego. Con sus sueños, sus temores, y para mi, en ese preciso instante había cambiado lo que creia que era el mundo.
Nunca la escuche hablar de muerte y tampoco la oí quejarse de sus cosas. Pero sentir esas palabras... oír que quería morirse... valore todo lo que ella era por completo
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