No sé si fue el beso que te di, o la premura de sentir que te perdía; lo cual es algo necio, nunca fuiste mía.
Te declaras del mundo, lo respeto y lo aprecio.
Hay momentos en que tus palabras me hieren, pero como quererte sino te conozco.
Necesito sacarme estas cosas de la mente.
Te veré de nuevo, de seguro en treinta días, quizá antes, y no me quejaría.
Tu nombre me lleva a lugares que no he visto, y tu sonrisa, pues, me alegra el día.
Es rarísimo esto que siento, no es un te quiero, pero te extraño.
¿Será un beso por el cual me estoy apresurando?
Te vas muy lejos, quisiera ir también yo, no acosarte, estar en tu velador.
No leerás esto, me alegro un tanto; muy directo, muy desnudo, muy mío y quizá muy tuyo.
Son pocos los que pueden llamarse versos; orgullo mío, sé que ninguno.
Quisiera que el sol jamás hubiera salido, quedarnos juntos un ratito.
Ahora acaparas mi mente, necesito un libro, mejor aún, leerte.
La niebla de la juventud se cierne sobre mí, a veces súper-poderoso a veces súper-vaporoso.
Una tonada que se repite en mi cabeza; do, re, mi, fa, so, la, si, ¿y yo?
Al final no eres mía, no eres de nadie, no eres tuya ni de tu madre.
Un grito que se oculta en los nevados picos de mi alma, tan variante como los andes.
Te veré y no habrá pasado nada, tú me miraras y veré el reflejo de mi mirada.
Intentare besarte como lo hice antes, ¿una caricia o una palmada?
Te besare, aunque sólo sea en mi pensamiento, lo hare y no te dejare.
Otra vez sentí el fuego de la enfermedad en mi pecho, tú me enfermas, ojala y fuera crónica.
Enamorado no, ilusionado quizá; negar que te quiero aquí conmigo, blasfemia.
El sentimiento no se acaba, el pensamiento tampoco, pero estas líneas sí.
Talvez por miedo, talvez por vergüenza; talvez por la caricia, esa que me lleva.
Hasta mañana querida mía, más versos a la vuelta de la esquina.
|