Entonces subió el volumen de la radio, mientras se relajaba sobre el sillón del living degustando un añejo whisky. El aire corría fresco por las habitaciones que daban al patio, donde indefinidas fragancias fusionaban los aromas. Su cuerpo era una sucesión de huesos flacos que finalizaban en un rostro enjuto aunque placentero, con delgados labios que no dejaban de moverse en un ronroneo de palabras intrascendentes debajo del bigote y donde la cabellera se desprendía de su nuca recortada en dos remolinos creciendo enfurecidos.
Había sido echado del trabajo por no acatar órdenes de los superiores, quizás por ello su vida ahora era un arquetipo de resentimientos que se iban acumulando día a día.
En el rincón derecho se encontraba el atelier de cuadros de su hijo que aún permanecía abandonado; hacia el sur, una tumultuosa biblioteca ascendía hacia el techo en extraviadas dilaciones; al otro costado, armas de guerra pendían de los muros junto a la soledad de sus pesadas cargas; debajo, el tiempo seguía transcurriendo como un soplo de esa misma levedad.
Mientras, un par de botas desgastadas lo aguardaban impacientes debajo de su cama...

El despertador sonó a las cinco treinta esa mañana, costumbre que ya había asimilado durante largos años. Y aunque hoy la meta sería otra, nuevamente se vistió con el uniforme azul, colocando una a una las insignias sobre su chaqueta que ocultaba un arma en el reverso...
Luego de finalizar esas tareas pendientes, retornaría a la casa para continuar con aquella nueva etapa de su vida...

Ana Cecilia. ©