“EL MATADOR”
El cartelito electrónico de noticias hace correr las 22:49 y unidos solo por el arrullo estridente y traqueteante que resuena ronco dentro del vagón de subte, seis indiferentes y desganados pasajeros se reparten pesadamente sombríos en su taciturno interior. Una vieja mendiga se acomoda contra sus bolsas escapando aquí abajo del frió invierno porteño y frente a ella el rechoncho empleado de correo eructa displicente mientras se baja la gorra sobre su hirsuto y alcoholizado rostro tratando de robarle unos pocos minutos de sueño al corto viaje. Tirados sobre sus asientos una parejita de darks de ojos vidriosos y torpes se acurrucan compañeros, más allá con su cabeza ladeada una joven y coqueta secretaria pierde su mirada cansada en los reflejos de la ventanilla, y al final del vagón un huesudo hombre mayor acaricia su fino bigote mientras ojea el diario.
La primera plana a colores destaca casi macabra el identikit de un funesto personaje que desde hace más de dos meses aterroriza las noches de Buenos Aires “EL LOCO DEL ESTILETE”, el escurridizo asesino en serie de unos cuarenta y cinco años, un metro sesenta de estatura, poco cabello rubio y enormes ojos celestes que resaltan de su pequeña y regordeta cara de duende, ya ha matado, sin aparente razón, a dos hombres y a seis mujeres en oscuros y solitarios recovecos, especialmente en desiertas estaciones de trenes o desolados baños de terminales de ómnibus, como también fue hallado uno de los cadáveres en una estrecha escalera que desciende al subterráneo. Siempre asesina de la misma rotunda manera: Un certero puntazo de estilete al corazón, y luego se marcha sin robar absolutamente nada de sus víctimas. -“A río revuelto ganancia de pescador”- piensa el servil viejo mientras levanta la vista hacia la rubia secretaria.
Ya han pasado mucho más de veinte años desde que repartía su tiempo y esfuerzo entre secuestrar de sus casas a presuntos terroristas e “interrogarlos” en la ESMA, donde su retorcida psiquis recibió como a una medalla el apodo de “EL MATADOR”. Pero la dictadura terminó y con ella su morbosa especialidad. Luego las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida “blanquearon” su expediente pero lo dejaron desempleado, y se desesperó al darse cuenta de que no servía para ninguna otra cosa, pero su malsana astucia lo llevó a aprovechar unos viejos contactos y continuó rozándose con su sucio submundo de intrigas como investigador privado. Dos semanas vigilando a la rubia. El viejo marido italiano se puso como loco cuando le entregó el informe con las fotos. “Las noches de largas y tediosas reuniones en la oficina” parecían ser un curso del Kama Sutra. Y no se sobresaltó en absoluto cuando el encolerizado marido le pregunto si conocía a alguien que se pudiera encargar de mandar al infierno a su infiel esposa. Por cinco mil dólares cerraron trato esa misma tarde. Consiguió el estilete especial para el trabajo “y que se lo achaquen al loco del que hablan los diarios”. El marido solo tubo que contactarlo la primera noche que ella lo llamó “malhumorada” avisando que llegaría tarde por otra “larga y aburrida reunión”. El Matador esperó en un café de Retiro hasta verla pasar de regreso, de ahí conocía perfectamente la rutina. Sube al subte hasta Dgnal. Norte donde hará la combinación en Pellegrini con la Línea B hasta Dorrego.
El cartelito electrónico del vagón anuncia la próxima estación Diagonal NORTE. El viejo y la rubia son los únicos en bajar. En la estación desierta solo un adormilado policía camina cabizbajo por el andén. Rápidamente El Matador se dirige hacia el túnel de la combinación. El policía ni siquiera lo ha mirado pero la mujer sí.
Lo ve ir hacia la Línea B y sin intuir la ironía en su decisión se apresura a seguirlo de cerca para no cruzar sola los intrincados y, a esta hora, solitarios túneles y corredores. Sus tacos golpetean veloces retumbando lejanos por los azulejados túneles. Suben unas escaleras y giran en un desvío. Él se detiene buscando algo en un bolsillo de su gabardina y ella va a esquivarlo pero ágil la enfrenta mirándola a los ojos. El gesto de asombro se diluye bajo la desencajada mueca de terror en el maquillado rostro. Veloz como el ataque de una serpiente entierra y retira el filoso estilete del abultado pecho. Certero y eficaz le ha perforado de una sola estocada el corazón. La rubia acusa el dolor en su rostro pero no grita, solo desvanece su mirada aterrada en los negros ojos eufóricos del Matador mientras se desploma inerte. Muchas veces ha visto esta última mirada aterrada en los Campos de Detención y ya casi había olvidado la adrenalina y el frenesí que le inyectaban a su cuerpo. Si hasta llegó a volverse tan dependiente de esa poderosa sensación que no podía evitar ofrecerse constantemente a realizar él mismo las ejecuciones. Y también había olvidado el duro tiempo de abstinencia (como la desintoxicación de una adicción) que debió soportar al comienzo de la democracia. Pero ahora de viejo siente curiosidad por una simple pregunta que jamás se hizo: “¿Por qué esas últimas miradas de terror son tan diferentes?”. –“Nunca es tarde para aprender.”- piensa. Siempre habrá otra oportunidad y en la próxima se tomará el tiempo necesario para averiguarlo, pero ahora debe alejarse rápidamente de aquí. Envuelve el estilete en el diario colocándolo bajo el brazo y metiendo las manos en los bolsillos del abrigo dobla al final del corredor pero esta vez rumbo a la calle. Adelante suyo, muy apurado, un hombre sale de un túnel lateral adelantándosele unos pocos pasos hacia la salida. –“Perfecto. No se tropezará con el cadáver.”- se dice, y con solo un minuto más de margen su eterna impunidad seguirá recorriendo airosa las calles de la ciudad. Pero el pequeño hombre de gorra se detiene bruscamente y girando lo enfrenta decidido. El Matador se detiene contra él evitando atropellarlo y su sorpresa se transforma en pánico cuando un destello, que se desprende de los enormes ojos celestes en la grotesca cara regordeta que lo enfrenta, libera como si fuera una llave de su profundo interior al más primitivo instinto animal... “el que puede percibir a la muerte”, congelando en el espacio a esta esquizofrénica fracción de segundo.
Sus sentidos se alertan en un pavoroso reflejo que abre su boca aspirando, inundándose espasmódico del punzante hedor a muerte que lo asecha. Puede sentirla aciaga en el murmullo del túnel que se hiela y en la fantasmal penumbra que ahora ve envolviéndolo como mortaja mientras un vertiginoso escalofrío sube por su espalda y anuda su garganta sentenciando agorero su inminente presencia.
Un golpe y una dolorosa puntada en el pecho lo obligan a apretar los dientes, y en su mente aterrada la tibieza acuosa que abundante fluye de su carne se confunde y entremezcla con el celeste de los ojos eufóricos que se van desvaneciendo…
|