Todos quieren llevar mi vida, así los escucho decir como si realmente fuese placentera.
Bueno por momentos es tranquila, ahora estoy descansando sobre el césped de la plaza. Siento en mi cuerpo la delicada caricia de los rayos del sol. Y sobre todo en invierno es bueno.
Me gusta venir por la tarde, porque es cuando la mayoría tiene que pasar por la plaza. Es como si todos se diesen cita aquí, pero nadie sabe con quien.
Bueno algunos si, como por ejemplo la señorita de ojos oscuros y cabello negro. Ella si que sabe a quien espera. Yo también lo se, porque como siempre a las cuatro y media de la tarde llega Federico. Conozco su nombre, y que llega a las cuatro y media porque muchas veces se lo escuché decir a ella.
Ahora debo moverme un poco, la sombra de ese árbol ya me hizo sentir el invierno en el cuerpo. Debo aprovechar ahora, porque en la noche no hay lugar donde entibiar el cuerpo. Los árboles son demasiado grandes como para dejar que el sol caliente.
Allí está Josecito, así lo llama su madre. Siempre juega conmigo, me lanza su pelota y yo se la devuelvo. Es simple el juego, pero alcanza para que yo lo considere mi amigo. A pesar de que nunca me lo dijo, creo que a él también le agrado. Cada vez que me ve, se le dibuja una sonrisa. Yo no me río pero me siento muy bien. Luego su madre le dice que se tienen que ir porque ya es tarde, aunque se que le gustaría quedarse. Creo que le simpatizo por la forma en que me mira. Ella enfoca en mis ojos, pero no mira allí, sino más adentro. A veces sin querer se le escapa una sonrisa.
La plaza poco a poco se va despoblando, y se convierte en un desierto oscuro. Entonces llega el momento en que debo buscar alimento. Tengo poco tiempo, en breve llegará el camión de la basura, y ya no tendré posibilidad de alimentarme.
¡Qué suerte tuve hoy! Alguien tiró medio sándwich con el que pude llenarme la panza. Hasta postre encontré, una mandarina, y no estaba podrido.
Ahora que ya cené, me voy a acurrucar en un banco para así pasar la noche.
Mi mente como si fuese la plaza en la tarde, se va llenando de pensamientos. Algunos se quedan, y otros pasan muy rápido. Pero hay uno de todos ellos que siempre viene.
No entiendo porque todos esos que dicen que les gustaría llevar mi vida; siempre pasan por la plaza llevados por una correa que los sujeta del cuello.
Ay perdón… debo rascarme, creo que tengo pulgas. Mañana veré como solucionar ese problema