Mil seiscientas hojas cayeron de aquel árbol,
era Otoño,
mil seiscientos suspiros tras los ventanales,
el amor se fue,
y así, mil seiscientas veces, lágrimas cayeron,
de los ojos mustios de los desesperanzados,
lágrimas que en la tierra recalaron
para dar vida a una flor cenicienta.
Mil seiscientas aves cruzaron el cielo
emigraban,
mil seiscientas luciérnagas alumbraron el camino
del amor furtivo,
mil seiscientos requiebros que en el muro rebotaron,
amor no correspondido.
Mil seiscientos años han transcurrido
desde la muerte de aquel poeta,
mil seiscientas inocencias
las segó la experiencia,
mil seiscientas campanadas
resonaron en aquella iglesia
por el asesinato vil de la fe.
Así, mil seiscientas veces he golpeado esta puerta,
y mil seiscientas veces me la han franqueado,
mil seiscientos escritos de diversa talla,
acá se han aposentado
y hoy, tras mil seiscientas golondrinas
alzando el vuelo,
espero en silencio a la musa siguiente
o aguardo mi sepelio, en mil seiscientos días...
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