Sentada sobre una roca, junto al acantilado, ante sus ojos sólo hay mar. Ningún lugar mas allá donde ir. Lee despacio sus poesias. Pero no absorta en ellas. Reserva parte de sus sentidos para disfrutar de la brisa del mar acariciando su pelo y su cara, antes de mezclarse con el olor del pinar. Para oir el continuo batir de las olas contra el acantilado. Para disfrutar de los rayos del cálido sol del atardecer sobre sus hombros. Porque esas sensaciones son el perfecto acompañamiento a su poesía. No puede ir más allá, el acantilado se lo impide. Pero ¿quien quiere ir más alla?. Está donde siempre quiso estar. Como siempre soño estar. No necesita ir a ningún lugar. Solo leer y sentir que el mar se encuentra más allá. Ella está, por fín, donde siempre quiso estar.