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Ella me llamó con esa voz adormilada, tan suya, y me dijo:
-¡Puedes hacer lo que quieras!
Aquello me sorprendió, ella no era así, jamás se rendía y jamás daba tregua.
Acuciado por una inmensa duda que comenzaba a tomar cuerpo en algún lugar dentro de mí, pregunté-¿Cómo que haz lo que quieras? ¿Es que acaso ya no te importo?
-Hum- respondió ella y esa duda se tornó más rotunda.

Eran las doce de la noche, yo había salido con unos amigos y bajo el influjo de unas buenas botellas de vino, le habíamos sacados virutas a esa noche primaveral, y ahora, entusiasmados con la conversación y entonados por la trasiega, veíamos que la velada se hacía demasiado corta para nuestras expectativas.

Pero aquello fue un balde de agua fría. Los amantes acuerdan particulares gestos de entendimiento, miraditas significativas, mohines imperceptibles, que sólo ellos saben traducir, palabras, susurros, silencios, códigos casi inaudibles, pero nítidos para sus corazones enamorados. Y ese hum dicho por ella, casi entre dientes, colocó en mi pecho una alarma inexcusable. No era una manifestación cualquiera, era una esquirla dolorosa que se hundía suave pero inevitablemente en mi corazón.

La noche transcurrió entre conversaciones que ya resonaban como un ruido molesto en mis oídos atormentados. Las risas de mis compañeros, eran un verdadero martirio. Por sobre toda la algarabía, aún persistía ese hum de acentos alarmantes.

Fue demasiado. Me levanté de la mesa y dejé con un palmo de narices a mis compañeros. Salí con premura de aquel bar y me encaramé de prisa en un taxi.

Mientras el vehículo rodaba veloz por las calles vacías, mi mente iba tratando de comprender las inflexiones de aquella exclamación misteriosa. Era tanta mi angustia, que me parecía visualizarla como un objeto concreto, el cual auscultaba al trasluz. Pero la duda persistía y algo muy parecido al miedo comenzó a acelerar mis pulsaciones.

Cuando la puerta del departamento estuvo frente a mí, titubeé. Temía enfrentar a mi mujer, temía demasiado. Apegué mi oído a la hoja y nada escuché. Introdujo la llave con desgano y la puerta chirrió apenas al abrirse. Todo estaba a oscuras, sólo se divisaba una pequeña luminosidad a través del dintel de su dormitorio. Abrí la puerta con suavidad. El suave ronquido de ella, se confundía con el tic tac del reloj. Eran las cuatro de la mañana.

-Querida, querida, quiero que me expliques que significa ese hum.
Ella, despertada bruscamente por mí, sólo susurró un extraño: -Blep.

Y me hundí en la más absoluta de las desesperanzas...













Texto agregado el 11-07-2008, y leído por 317 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-07-2008 jajajajaj, sos un delirante, está genial!! nunca hay que despertar a nadie para preguntar tonterías. Me encantó. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
13-07-2008 Muy bueno chapicui
13-07-2008 genial!!! mejor no darle mas importancia a las onomatopeyas de la que tienen ja! divinaluna
 
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