Nada grata es la noticia. Llegar a la parte más baja de la estación de subte y ver el cartel azul claro. Hay dos opciones. La peor es “Interrumpido”, pero “Con demora”, no deja de ser una puerta a grandes sorpresas. Cuando no hay otra alternativa para llegar al trabajo, ocurre que vemos el cartel, y: primero nos invade una bronca inmensa, luego nos acercamos a la ventanilla a sacar el pasaje. Cruzamos el molinete sin apuros, ya que sabemos, nos espera un largo rato en el andén.
Río de Janeiro. Aprovecho para leer algo (siempre es aconsejable tener un librito en el bolso). Un rato, dos ratos, tres... La gente se apila al costado, cerca del hueco, cada vez más cerca, cada vez más gente. Siempre con la incertidumbre de que cambie el cartel, y la demora se vuelva interrupción y ¡zaz! No llegar nunca al trabajo.
Por fin se ve luz al final del túnel. Las cabezas comienzan a asomarse, el ruido, y bueno, ya está. Un malón subiendo a empujones. En esos días de demora, el subte llega ya lleno de gente. Por las ventanas se ven las montañas de cuerpos apretujados. Uno cree que no va a entrar nunca, que no hay más lugar. Pero a los pocos segundos y luego de un no tan pequeño esfuerzo, llega un calor sofocante que nos convence que sí: siempre hay lugar para uno más, teoría que se comprueba estación tras estación. En el subte de la línea A “con demora”, el espacio es tan limitado y a la vez infinito.
Bueno, todo esto es de esperar cuando uno ya vio antes el cartel azul claro. Además, por fin uno está dentro del subte, sea como fuere la cuestión.
Es momento de ubicarse como se puede: mano arriba al tanteo de una de las manijas colgantes, piernas separadas -una en cada uno de los dos pedazos de suelo vacío-, el cuerpo algo contorsionado, el bolso casi sobre el pecho y en la espalda de la pobre señora de adelante que me convida del suyo muy cerca de la cara.
Casi sin darnos cuenta estamos ya en Castro Barros. Y más gente.
Algunos, empiezan a impacientarse, a suspirar, a bufar, a hacer comentarios del país y la situación vial al de al lado. Otros hacen bromas. Nunca faltan las caras agrias, que dan la sensación de que estallarán antes de Plaza Miserere. Sin embargo, pasamos Loria y ya estamos. Aquí es donde todo se complica mucho más, no podría ser de otra manera. Sube una cantidad de gente insospechada, como siempre en esa estación para el lado del centro a las ocho y veinte de la mañana. Entre medio de la muchedumbre, la cabeza de una pobre enana, lucha por salir al aire, estirando el poco de cuello. Un viejo empuja a una muchacha sin disimulo, la muchacha lo regaña con un dedo al cielo...
Alberti pasa silenciosa. El calor es mucho. En verano, no es tan recomendable el subte, y menos el A con demora. Pero a veces no hay alternativa.
Pasco. En el brazo uno puede sentir la respiración de alguien muy cercano. Quien muchas veces nos sorprende con olores que para qué contarlo. Uno puede ir mirando también las pertenencias ajenas por puro pasa tiempo. Y así descubrir antes de llegar a Congreso que a la chica de al lado le gusta revisar cada pocos segundos su reloj pulsera y tantear la agenda que asoma por el bolso semi abierto.
Congreso siempre es linda. Da un aire de paseo por el museo. Algunos se bajan apurados. Desde el vagón es lindo fantasear con épocas lejanas, cuando los muebles que se lucen ahora en las vitrinas, estaban en uso. Veo pasar ahora las molduras bordó.
Va quedando poco de túnel oscuro. De vías, de ruido. Repasar mentalmente el día que está comenzando, detectar el tic del pobre señor que se tambalea sin poder frenar acompañándose de un breve ruido gutural, tararear una canción cuando el ruido es fuerte y jugar a qué nivel debe uno hacerlo para apenas poder oirse... Todo eso ayuda a que las estaciones pasen más rápido.
Saenz Peña. Lima. Lástima que es imposible leer cuando está lleno. Recién a partir de estas estaciones comienza a sentirse el aire y el lugar. Los músculos se relajan algo. Ya es tarde para sacar el libro del bolso. Los pies se sienten cómodos, y las piernas.
Piedras. Tarde para sentarse. Hay que ir acercándose a la puerta. Acomodar las manos en las manijas. Lista para hacer fuerza. A veces las puertas se traban. Pensar que estas son ya una reliquia, casi no quedan puertas de apertura manual.
Perú. Por fin abajo.
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