Un día sentí que me ahogaba, me quité el suéter y la camisa pero nada, me abaniqué... pero nada, bebí agua ¡y nada! Me recosté y el mismo resultado, de hecho me provocó un dolor de cabeza tan furioso que mordí mi lengua con mi afilado colmillo; me saqué sangre y el dolor de cabeza no cedía.
Tocaron el timbre y el sonido me desesperó aún más, quería romperme la cabeza contra la dura pared o agujerarme la lengua con mis dientes, aún asi abrí la puerta y ahí estaba un Testigo de Jehová.
-Lo que me faltaba- me dije.
No es que tenga algo contra ellos, pero sin contenerme, con mi dolor de cabeza y la manía de morder mi lengua tomé un ladrillo que estaba junto a la puerta y erremetí contra la cabeza del predicador. Sangró a la primera y creo que le rompí el cráneo, le destrocé el rostro, maltraté su cuerpo, lo pateé y lo escupí, aplasté sus genitales pero mi dolor de cabeza y mi desesperación seguían, aunado a esto, ahora me dolía el cuello y la espalda.
Un grupo de jóvenes EMOS se acercaron a la calle, sin contenerme ante su estupidez pintada en su rostro saqué mi magnun .327 y les disparé, cayeron haciendo un ruido sordo; sin embargo contunuaba como loco, hasta que me di cuenta, el problema no eran los demás, ¡era mi cabeza! Con el révolver aún en la mano apunté a mi sien:
-Sólo un segundo de dolor y luego nada- me dije.
Y así fue, sonó la detonación y sentí como un pinchazo. Dijeron que me había escapado del psiquiátrico, pero no es cierto yo estaba bien cuerdo y si pudiera lo haría otra vez. |