Y está la ansiedad maldita, que no se cura, ese deseo de hablar, de conocer, de acercarme y ver qué pasa, que por una razón u otra queda siempre insatisfecho. Cada día que pasa con esa ausencia me hace morir un poco, siento que se me pasan volando las chances como el agua que fluye entre mis dedos. Tan solo necesito un día, quince minutos, una fiesta, no es mucho pedir. Parece increíble que, debiéndose haber cumplido mi deseo cuatro veces desde la última vez que me fui satisfecha, no se cumplió ni una. Sé que más de una vez no podré atreverme, o al menos no lo creo posible, pero siempre seguiré siendo cobarde si las oportunidades no se me presentan de ser valiente. Ha de ser maravilloso ese reconocerse, en una situación tan extraña, tan bizarra me atrevería a decir, maravilloso el ver ese brillo en los ojos del otro que denota la satisfacción de haberse visto, de haber encontrado ese "amigo", ni buscado ni amigo aún, pero que es una potencial fuente de energía de vida, un futuro sin rumbo marcado, o tal vez sí pero desconocido para nosotros. Necesito volverte a ver.