Domingo nublado, 6:53 de la tarde, la alameda parecía una colonia de hormigas, cientos de personas en un caminar acelerado dentro un espacio poco mas grande que su masa en conjunto, nadie tropezaba ni se detenía, era como el correr del agua en el arroyo junto a su casa, una armonía perfecta entre agua, musgo y piedras.
Esteban siempre fue un tipo distraído, inocente y soñador -decía su madre- pero los demás más bien lo veían ingenuo y un poco estúpido. Esta tarde era el único que rompía con la sinfonía del transito en la ciudad; es posible que la razón fuera su atuendo, holgado y mal puesto, también influía la poca atención que ponía en la gente que caminaba junto, frente y tras de el, y la gran atención que prestaba a no pisar las líneas de los cuadros de la acera; fuera cual fuese la explicación, podía notarse a distancia el pequeño caos que se iba creando con el pasar de Esteban.
No puedes ir a la capital sin visitar la catedral- Le dijo Alberto, su tío más interesante y de mas mundo, unas semanas antes; así que como objetivo principal en la primera salida de la casa de su padrino Ricardo, Esteban visito la famosa catedral de Guanmaro. Al igual que gran parte de Latinoamérica, Guanmaro compartía arquitectura de influencias Españolas; la catedral era hermosa, además de ser el atractivo turístico más importante en la ciudad, después de “El árbol del abuelo”; un árbol que tenia poco mas de dos mil años de antigüedad, era feo y muy reseco, pero tenia una cualidad especial, cuando la gente lo miraba le creaba un sentimiento difícil de explicar, aportaba un significado atemporal a la vida y hacía que los espectadores filosofaran sobre cualquier tipo de tontería, claro que el árbol lo hacia apropósito. Grupos de diez en diez desfilaban hacia la majestuosa construcción; entraban, contemplaban las pinturas, los acabados y los querubines que observaban sonrientes desde las elevadas cúpulas. Los oriundos de Guanmaro permanecían durante toda la ceremonia dominical, pero los forasteros solo rezaban un poco y se retiraban. Los guanmaricos estaban acostumbrados a sus misas poco ortodoxas, entre impartición religiosa, discusión política y feria de pueblo, celebraban cada domingo en silencio, mientras el padre Francisco hacia el esfuerzo de ser escuchado desde el fondo de la iglesia.
Después de una larga espera, bajo de un sol que te arrancaba el sudor en tan solo unos minutos, Esteban logro llegar al umbral del recinto religioso. No era la primera iglesia a la que asistía, pero si la mas grande. Se detuvo por varios minutos, intentado comprender porque construirían puertas de más de dos metros y medio en este pueblo, donde eran pocos los pobladores que llegaban al uno setenta; aun mas intrigante era la razón de que los guanmareños fueran tan pequeños, ya que su dieta era rica en proteínas y calcio, y los guanmarenses desde el siglo pasado eran notablemente mas altos. Después de algunos minutos en los que su mente divago en un ritmo desordenado, como era su costumbre, atravesó la iglesia de lado a lado. Veía las pinturas con una mueca de crítico de arte, pero en realidad introducía diálogos imaginarios en las pinturas y miraba sobre sus hombros para aprovechar la distracción de los congregados y soltar pequeñas risas. Mientras se retiraba de la iglesia observaba a las personas hablando solas, sonriendo, llorando… Y al igual que con las pinturas, y en general con casi todo lo que fuera posible, inventaba diálogos en su mente y los colocaba en la escena; claro, gracias a esto, muchas veces le costaba recordar lo que en realidad había sucedido y lo que era pura invención suya.
Tercera, cuarta, quinta fila… Sexta, séptima, ocho, nueve, diez filas… Once, duodécima, trece fi…-Esteban detuvo de golpe la cuenta de los asientos.
Domingo, 8:17 de la noche, catedral llena; un Esteban de casi diecisiete años, boquiabierto, paralizado y extasiado; veía una imagen tan bella que tardo unos segundos en comprender que no era uno de los serafines que pendían del techo.
Helena, harta, aburrida, de catorce años recién cumplidos; era observada por un chico alto y muy delgado, que vestía la ropa de alguien mucho mas grande que el y bloqueaba el corredor principal de la iglesia.
Se quedo inmóvil, sabia que tenia que hablarle o perdería la oportunidad de tener el mejor domingo de su vida. Podría intentar alguna mentira tonta para hablarle, algo como “Hola… No estoy seguro, pero creo que te conozco” o “Disculpa, soy nuevo en la ciudad y no se si el agua bendita de aquí esté purificada…”; pero recordó que no era muy bueno mintiendo, cada que lo intentaba su nariz se volvía loca y se expandía y contraía de una forma muy singular. La respuesta era tan obvia que se sintió tonto al no haberlo pensado antes- Nada mejor que un chiste para hablarle a alguien -pensó. “¿Hola, imaginas como se vería el padre con bigote! Ja ja ja, sí, seria muy ridículo” ¡No! -¿Qué me sucede?, ¡Eso es menos chistoso que la historia del chango moreno que siempre cuenta mi papa!-
Fingía que escuchaba el discurso del padre Francisco mientras decidía la estrategia que aplicaría con la joven capitalina. Pasaba el tiempo cada vez más rápido, pero sabia que tenia el suficiente para entablar una conversación decente. Recordó una charla que mantuvo unos meses atrás con Ricardo, un vecino mayor que podía comprar alcohol -Para conquistar a una chica tienes que ser rudo, has como que nada te importa. Se como yo, mi único sueño es tener el copete bien peinado-. Decidió, ser rudo y despreocupado. Camino inseguro la distancia que lo separaba de Helena, se para junto a ella –Mmm, que viejito mas aburrido, ¿No?, se ve que ha estado tomando mucho vino- le dijo mientras sonreía orgulloso por su elección final. Helena no volteo al instante, su mirada permanecía fija, al frente; luego de algunos segundos, que parecieron varios minutos, volteo a ver a Esteban, dijo –Ese viejito es mi tio y es el hombre mas bueno de todo Guanmaro, ¡Baboso!- y escapo corriendo de la presencia de Esteban.
Cuando Estaban por fin logro reaccionar, la misa había terminado. Aun no sabia si en esos momentos, tan frecuentes para el, el tiempo trascurría mas rápido o el se volvía extremadamente lento.
De regreso a su casa no podía apartar la imagen de esa niña de ojos de oliva de su cabeza, ni tampoco la idea de que seguramente nunca más podría hablar con ella.
En definitiva, no fue el mejor domingo de su vida.
Este cuento y "Estela y Ricardo", son parte de una historia mas grande, asi que pronto los quitare para evitar confuciones.
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